Decenas de militantes del grupo extremista Boko Haram, que durante años ha azotado violentamente Nigeria, había llegado a su escuela en la ciudad de Chibok, al noreste del país y se las había llevado en varios camiones.
«Cinco días, seis días, una semana… nadie las vio. Sólo desparecieron», le dice Stephen Davis al programa Outlook de la BBC.
«Veíamos noche tras noche y no podíamos creer que no hubiera nada que no se pudiera hacer para conseguir que las niñas regresaran a sus casas», agrega.
Y mientras pasaban los días sin noticias de las menores y crecían las campañas internacionales pidiendo su regreso, el australiano sentía impotencia de quedarse con los brazos cruzados.
Así que decidió montarse en un avión y viajar más de 11.000 kilómetros hasta Nigeria, para intentar negociar su liberación con el grupo que según cifras de la Universidad de Maryland, Estados Unidos, en 2014 dejó 6.644 personas muertas.
Pero ¿por qué él? ¿qué podía hacer un antiguo profesor de remotas comunidades aborígenes para rescatar dos centenares de niñas africanas de manos de uno de los más sanguinarios grupos extremistas del mundo?
Profesor en una remota isla
Davis estaba por los 20 años cuando vio un aviso en un periódico local buscando personas que quisieran viajar al norte de Australia a enseñar a las comunidades aborígenes.
Había sido testigo en Sídney de la discriminación y el maltrato que sufrían los indígenas por parte de los australianos blancos y decidió que su destino estaba en ayudar a aliviar este tipo de injusticias.
Durante más de dos años vivió en compañía de su esposa, Julie Davis, en la remota isla Milingimbi, donde aprendió la lengua aborigen, las costumbres y se convirtió en mediador de problemas entre vecinos.
«Muchas tribus venían con sus conflictos. Al final me volví un facilitador natural para las comunidades del norte», afirma Davis.
La confianza que los aborígenes tenían en él y la necesidad urgente del gobierno de comunicarse con ellos hicieron de Davis un personaje instrumental en la aplicación de la recién aprobada Ley de derechos de tierra y mar, en los años 70.
Davis saltó de ser un maestro en una remota isla llena de cocodrilos, donde los indígenas cazaban y pescaban para vivir, a asesor del ministro de gobierno en el norte de Australia como mediador de la difícil lucha por los derechos de la tierra y el mar que vivió el país durante décadas.
La tregua del petróleo en Nigeria
A principio de la década del 2000, Davis había publicado algunos artículos y era reconocido por su carrera como conciliador con las comunidades.
Llegó con su esposa a vivir en Delta del Níger, en Nigeria, contratado por la compañía de petróleos Shell para mejorar las relaciones con las comunidades locales.
La región, rica en crudo, vivía una ola de violencia constante por parte del grupo rebelde Fuerzas Voluntarias de los Pueblos del Delta, liderado por Mujahid Dokubo Asari, que le exigía al gobierno del presidente Olusegun Obasanjo, control sobre el delta.
«Era una época difícil, no podíamos salir del campamento, la gente era violenta contra Shell, era parte de la rutina diaria», cuenta Davis.
«Decidí hacer contacto con los rebeldes porque era muy claro que todo el mundo estaba en conflicto», relata.
Para reunirse con Asari el australiano tuvo que pasar varios filtros.
«Manejamos hasta una ciudad. Allí, alguien nos metió en un carro, luego saltamos a un taxi y durante tres o cuatro horas, hasta que nos metieron en un carro en el que había tres comandantes con algunos AK 47 sobre sus piernas».
Los rebeldes estaban dispuestos a rendirse pero temían que los mataran. Davis se comprometió a negociar con el presidente para que lograran un acuerdo.