En América Latina la situación política late con un sólo pulso. Las dictaduras respondieron a un mismo patrón en los sesenta y setenta. Los gobiernos populares que inició Kichner tuvieron dimensión continental. Ahora se ha dado un golpe judicial/parlamentario en Brasil a partir de una acusación absurda. En Argentina los afanes por incriminar judicialmente a Cristina son tan sistemáticos como faltos de fundamento.
Los golpes de Estado se hacen ahora en versión posmoderna. Se formula la acusación judicial – un poder del Estado que los gobiernos democráticos como el chileno no han querido democratizar y han preferido cuotear con la derecha para favorecer a sus camarillas y familiares. Luego la investigación deriva en una acusación por muy absurda que sea y el parlamento hace el resto.
Hay gobiernos como el de Dilma y Bachelet que se han ganado una merecida oposición de izquierda, que es el pueblo más combativo; el que sale a la calle. Les queda entonces sólo la bancada parlamentaria, los funcionarios estatales y la camarilla partidaria. Sin considerar que la lealtad no es el bien más abundante en La Moneda por estos días.
Las condiciones se hacen propicias. Basta maniobrar en el corrupto tablero de la casta política. Si fueron capaces de vender el mar de los chilenos, pueden por otras coimas mirar al techo ante una acusación injusta.
Se han hecho públicas conversaciones telefónicas de un operador político de la UDI. En ellas este señala que Natalia Compagnon le habría dicho que en uno de esos negocios una parte del dinero sería para la presidenta.
Esto tiene nulo valor probatorio en un juicio serio. ¿Pero podemos garantizar esto en Chile donde el hijo de Carlos Larraín es inocente, el violador de una niña de tres años la arroja moribunda al mar y sale libre al poco tiempo por resolución judicial y donde el bombardeo a La Moneda no es delito?
La oligarquía chilena es díscola con los norteamericanos, aquí el imperio no necesita golpes. Pero los nativos pueden tentar suerte por su cuenta.
La revista Que Pasa publicó la información, y luego la retiró, señalando la “gravedad” de las acusaciones. Es el discurso de Marco Antonio: “No les voy a decir que…”. La piedra ya la habían arrojado y el esconder la mano le puso más solemnidad y gravedad a la maniobra.
Están las condiciones para que los audaces promuevan un golpe institucional. Se trataría de darle un escarmiento a la izquierda, que aunque de ello sólo le queda el nombre. Nunca está de más darle unos palos en el espinazo, y de sacarse de encima a Piñera.
No tengo la certeza de un golpe de Estado en curso, pero conociendo a la derecha chilena, viendo la situación en el continente y el aislamiento del gobierno democrático del pueblo más consciente y combativo y el escándalo por algo sin mayor relevancia jurídica creo que es posible plantearse la hipótesis.
ROBERTO AVILA TOLEDO