(En donde se ve que en Chile no hemos inventado nada… N. del T.)
Recientemente la administración Obama anunció que Larry Summers dimitió como director del Consejo Económico Nacional para regresar a Harvard el año próximo. Su inminente partida plantea varias cuestiones: ¿Quien le remplazará? ¿Qué hará en el futuro? Pero lo más importante es que hay una oportunidad para analizar los nocivos conflictos de interés de los reputados economistas que se mueven entre las universidades, el gobierno y la banca.
Indudablemente Summers es brillante, como saben los que han tratado con él, incluyéndome a mí. Pero raramente un individuo ha personificado tan bien todo lo que está mal en la economía, en la Academia y en la economía estadounidense.
En los dos últimos años me sumergí en esos mundos para hacer una película, «Inside Job», que hace un amplio examen de la crisis financiera. Para donde quiera que mirase, vi a Larry Summers. Como economista en Harvard y en el Banco Mundial Summers apoyó la privatización y la desregulación en varios sectores, incluyendo la finanza. Más tarde, como subsecretario del Tesoro y luego Secretario de esa cartera en la
administración Clinton, implementó esas políticas. Summers supervisó la aprobación de la ley Gramm-Leach-Bliley, que abrogó la ley Glass-Steagall, consagrando la ilegal fusión que creó Citigroup y permitiendo una mayor concentración en el sector financiero. Luchó con éxito para impedir la regulación de los productos derivados que causarían tanto daño en la burbuja inmobiliaria y la crisis de 2008. Luego hizo aprobar la ley de Modernización de los Mercados a Futuro que eliminó toda regulación de los derivados, eximiéndoles hasta de las leyes estaduales contra el juego.
Al dejar la administración Clinton, su candidatura a presidente de Harvard fue promovida por su mentor Robert Rubin, ex Director Ejecutivo de Goldman Sachs, que había sido su jefe y predecesor en la Secretaría del Tesoro.
Al dejar el Tesoro, -en donde apoyó la ley que legalizó la creación de Citigroup-, Rubin asumió como vicepresidente de Citigroup y como miembro del directorio de Harvard.
Durante la última década Summers siguió defendiendo la desregulación financiera como presidente de Harvard, y como profesor cuando le quitaron la presidencia. En ese período Summers se hizo rico asesorando a firmas financieras: entre 2001 y su entrada a la administración Obama, ganó más de 20 millones de dólares. Su FFDF de 2009 (declaración financiera exigida por el Gobierno Federal), muestra un patrimonio evaluado entre 17 y 39 millones de dólares. Summers mantuvo sus lazos con Rubin y Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal.
Cuando otros economistas alertaron sobre abusos y riesgos sistémicos en el modelo financiero creado por Summers, Greenspan y Rubin, Summers descartó las advertencias y se mofó de ellas. En el 2005, en la conferencia anual de los principales Bancos Centrales del mundo, Raghuram Rajan, economista Jefe del FMI, presentó un brillante trabajo que fue la primera advertencia de peso sobre la crisis que venía. Rajan destacó que la estructura del sector financiero, combinada con productos financieros complejos, le daba a los banqueros enormes incentivos para tomar riesgos con el dinero del prójimo, sin multarles en caso de pérdidas. Rajan advirtió que la cultura del “bono” premia a los banqueros por acciones que pueden destruir sus propias instituciones e incluso todo el sistema financiero, y que eso podía generar “una enorme crisis financiera” y una “conmoción catastrófica”. Summers le atacó llamándole Ludita, descartando sus inquietudes y afirmando que un incremento de la regulación reduciría la productividad del sector financiero. (Entre los auditores estaban Ben Bernanke, Tim Geithner y Alan Greenspan).
Poco después Summers perdió su cargo de presidente de Harvard al sugerir que las mujeres podrían ser inferiores a los hombres en el trabajo científico. En un pasaje de su discurso usó la teoría del “laissez-faire” para afirmar que la discriminación no era la causa de la ausencia de las mujeres en la ciencia o en los negocios. Después de todo, dijo, si la discriminación existiera, otros, buscando una ventaja competitiva, tendrían acceso a una fuerza de trabajo superior para vencer a los discriminadores en el mercado. Así, Summers negó hasta la posibilidad de siglos de discriminación racial y de género en los EEUU y otras sociedades. Cuando la protesta lo forzó a renunciar, Summers se quedó en Harvard como profesor, intensificó sus actividades en el sector financiero y recibió 135 mil dólares por un discurso en Goldman Sachs.
Con el estallido de la crisis en el 2008 y la consiguiente recesión, le encargaron a Summers la coordinación de la política económica de los EEUU, marginalizando hábilmente a quienes le atacaban. Bajo la supervisión de Summers, Geithner, y Bernanke, la administración Obama adoptó políticas tan favorables para el sector financiero como las de Clinton y de Bush, ¡toda una proeza! Summers nunca se ha disculpado ni admitido responsabilidad alguna en la crisis. Ahora Harvard le recibe de nuevo.
Summers es único, pero no está solo. Sabemos del rol del lobby, de las contribuciones para las campañas y de la «puerta giratoria» entre la industria y el gobierno. Lo que pocos entienden es que la puerta giratoria se transformó en un cruce de tres vías. La carrera de Summers es el resultado de un extraordinario y poco conocido escándalo de la sociedad norteamericana: la convergencia de la economía Académica, Wall Street y el poder político.
A partir de 1980, e influenciados por el “laissez-faire” económico, los EEUU desregularon el sector financiero, y a poco andar experimentaron crisis financieras por la primera vez desde la Gran Depresión. La primera ligada a los escándalos de los S&L y de los junk-bond en los años ‘80. Luego la burbuja de las dot-com a fines de los ’90 y la crisis financiera asiática. El colapso de LTCM en 1998, y luego Enron y la burbuja inmobiliaria que llevó a la crisis financiera global.
No obstante, durante ese período el sector financiero de los EEUU creció, ganó poder y se hizo más rentable.
Hacia 2006 el sector financiero lograba un 40% del total de los beneficios corporativos de los EEUU. Esto se debe en gran parte a que está corrompiendo el sistema político. Y subvirtiendo la economía.
En los últimos 30 años la profesión económica -en las facultades, en los negocios, en el gobierno, y en las escuelas de derecho-, ha llegado a estar tan comprometida en conflictos de interés que funciona como un grupo de apoyo al sector financiero y otras industrias cuyos beneficios dependen de las políticas gubernamentales.
La ruta hacia la crisis financiera de 2008, y la plaga de problemas económicos que aún tenemos, vienen directamente de la disciplina económica. Esto no se debe solo a la ideología; es también el simple producto del dinero. Eminentes economistas (y profesores de derecho y políticas públicas) son pagados por empresas y grupos de interés para testificar ante el Congreso, escribir notas, hacer discursos, participar en conferencias, formar parte de directorios, redactar informes para el Parlamento, defender empresas monopólicas y, desde luego, para hacer lobby. Esta es una industria que pesa miles de millones de dólares.
El Grupo de Consultoría Jurídica y Económica fundado hace 22 años por los profesores de la Universidad de California es ahora una empresa que factura U$300 millones. Otras empresas especializadas en la venta (o el alquiler) de expertos académicos son Compass Lexecon, fundada por dos ex economistas Jefe de la división antimonopolios del Ministerio de Justicia en la administración Clinton, Analysis Group y Charles River Associates.
En mi película Ud. verá famosos economistas muy incómodos cuando se les confronta a sus actividades en el sector financiero. Otros aparecen en videos de archivo, porque no quisieron ser entrevistados. Entre ellos están:
Martin Feldstein, profesor de Harvard, arquitecto de la desregulación en la administración Reagan, presidente durante 30 años del National Bureau of Economic Research, y durante 20 años miembro de los directorios de AIG, que le pagaba más de 6 millones de dólares, y AIG Productos Financieros, cuyos productos derivados destruyeron la empresa. Feldstein ha escrito cientos de notas sobre variados temas. Ninguno de ellos sobre los peligros de la desregulación de los productos financieros derivados.
Glenn Hubbard, presidente del Consejo de Asesores Económicos en la administración de George W. Bush, decano de la Columbia Business School, asesor de compañías financieras, director de Metropolitan Life (250 mil dólares de salario) y ex director de Capmark, financiera inmobiliaria de la cual renunció después de su quiebra en 2009. En 2004 Hubbard escribió una nota junto a William C. Dudley, economista Jefe de Goldman Sachs, alabando los productos derivados y la transformación de créditos dudosos en activos financieros que “mejoran la estabilidad de los mercados financieros y el desarrollo económico”.
Frederic Mishkin, profesor en la Columbia Business School, director de la FED de 2006 a 2008. La Cámara de Comercio Islandesa le pagó 124 mil dólares para que escribiese una nota alabando su sistema bancario y su regulación financiera, dos años antes de que el esquema de Ponzi de los bancos islandeses colapsara causando 100 mil millones de dólares en pérdidas. Su FFDF muestra un patrimonio evaluado entre 6 y 17 millones de dólares.
Laura Tyson, profesora en Berkeley, directora del Consejo Económico Nacional en la administración Clinton, y miembro del directorio de Morgan Stanley que le paga 350 mil dólares al año.
Richard Portes, profesor en la London Business School y fundador del Centro Británico para la Investigación de Política Económica, pagado por la Cámara de Comercio Islandesa para escribir un informe ensalzando el sistema financiero islandés en el año 2007, solo un año antes de su colapso.
John Campbell, presidente del departamento de economía de Harvard, que encuentra muy difícil explicar por qué los conflictos de interés no debiesen preocuparnos.
¿Podría estar en lo cierto? ¿Acaso a esos profesores les pagan para decir lo mismo que dirían si no les pagasen? Es poco probable. Mishkin y Portes no mostraron ningún interés en Islandia hasta que les pagaron, y cuando les pagaron se equivocaron en todo. Estos profesores tampoco hacen ninguna declaración contraria a los intereses financieros de sus clientes y todos se oponen a que se den a conocer sus relaciones financieras.
Las universidades cierran los ojos, y no les piden a sus profesores declarar sus conflictos de interés ni sus ingresos exteriores. Cuando Larry Summers era presidente de Harvard, no hizo mucho para cambiar este estado de cosas.
Ahora, cuando la recuperación económica flaquea, Summers queda libre para retornar a Harvard. ¿Cómo le recibirá el mundo académico? Mejor de lo que merece. Mientras hacía mi película les escribí a los presidentes de Harvard, Columbia y otras universidades, preguntando acerca de sus políticas relativas a los conflictos de interés y pidiendo una entrevista sobre el tema. Ninguno respondió sino para sugerirnos visitar sus sitios web.
Academia, ¡cúrate tú misma!
Por Charles Ferguson – cineasta – realizador del documental Inside Job (presentado en Cannes). Versión en castellano de Luis Casado.