Accidentes carreteros y desidia de las autoridades

Una vez más, las autopistas chilenas se tiñen de sangre

Accidentes carreteros y desidia de las autoridades

Autor: Sebastian Saá

Una vez más, las autopistas chilenas se tiñen de sangre. Al menos 20 pasajeros perdieron  la vida mientras viajaban en un bus interprovincial, hecho que cada cierto tiempo hace noticia, la que luego muere, al igual que las personas, sin que se adopten medidas eficaces para detener la masacre que implican los más de 55 mil accidentes de tránsito que se registran anualmente en Chile.

Las autoridades nunca han tomado el toro por las astas y solamente se han limitado a medidas precarias, ya que la presión de empresas importadoras de automóviles y del rubro en general hacen sentir su peso. Tampoco las municipalidades, que otorgan licencia de conducir a quien pueda pagar y demuestre que está capacitado para echar a andar y detener un coche, se hacen responsables.

Las municipalidades obtienen importantes ingresos por concepto de otorgamiento de licencias de conducir, razón por la cual se hace la vista gorda cuando el solicitante es sometido a los exámenes de rigor y el funcionario a cargo percibe inexperiencia o, lisa y llanamente, carencia de capacidades en el conductor para obtener o renovar su permiso, cuando no hay dinero debajo de la mesa.

En otros países, como Suecia, Noruega y Dinamarca, las reglas son muy distintas, y los postulantes deben cumplir una serie de requisitos antes de siquiera ingresar su solicitud de permiso de conducir. A los test sicológicos y exámenes prácticos, se añade el costo de la licencia de conducir y el tiempo que tarda ese trámite, lo cual desmotiva al solicitante.

Hace algunos años, residentes chilenos en algunos de esos países nórdicos optaron por viajar a Chile para tramitar licencia de conducir ya que era mucho más fácil, barato y rápido. A poco andar –o manejar- las autoridades suecas se dieron cuenta que demasiados connacionales se veían envueltos en accidentes de tránsito. Previa investigación, las autoridades respectivas descubrieron que los portadores del carnet de conducir sueco lo habían cambiado por uno chileno. Pragmáticos, los suecos decidieron cambiar la ley y exigieron que los extranjeros afincados en Suecia debían, al igual que cualquier ciudadano, rendir todas las pruebas antes de obtener su licencia: muchos reprobaron.

“TARROS” A LAS REGIONES

En ese mismo país, el transporte público dista muchísimo del nuestro: cómodas y seguras máquinas son guiadas por choferes profesionales. A las paradas bien demarcadas arriban a la hora justa los autobuses –salvo que el clima diga otra cosa- y en cada estación existen horarios, que también se distribuyen a la población en cada barrio.

En Chile, las “micros” son muchas veces un desastre, y los conductores dan miedo. Groseros con los estudiantes, compitiendo entre sí por captar más pasajeros, utilizando las calles y carreteras como pistas de “rally”, con turnos excesivos, forman parte de una cultura de muerte. Y eso lleva varias décadas.

Las regiones, fuera de Santiago, se han convertido en basureros de lo que desecha la capital, y las máquinas de los años 70 y 80 continúan circulando pese a que, técnicamente, debiesen haber sido dadas de baja hace rato. ¿Quién fiscaliza? Nadie.

Suecia, con poco más de 9 millones de habitantes, cuenta con un parque automotriz de 4 millones de rodados, y la cifra de víctimas fatales por año no sobrepasa de 500. En nuestro país, supera con creces el número de muertos y heridos.

Por los caminos de Chile, más de 3 millones 200 mil rodados transportan personas a diario. Un promedio de 13 personas fallece diariamente a causa de atropellos y otros siniestros, y muchas más resultan con lesiones graves. Y se continúa entregando licencia de conducir a quien la solicite, y pague.

China crece al 10 por ciento, fabrica y vende autos de dudosa calidad. Ya están llegando a Chile, y en todo el planeta existen más de 700 millones de vehículos que  también contaminan y matan.

Sin duda que es imprescindible un cambio de mentalidad, por alguna parte habrá que empezar.

Por Enrique Fernandez Moreno


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