La Violencia de género se refiere a aquellas formas mediante las cuales se intenta perpetuar el sistema de jerarquías impuesto por la cultura patriarcal. Esta adopta diferentes manifestaciones, las que se pueden dar en el espacio tanto público como privado, dentro de las cuales está el acoso laboral, el acoso sexual, la violación, el tráfico de mujeres y las formas de maltrato físico, social y sexual que ellas sufren en el espacio familiar por parte de sus parejas. En los últimos años se ha generalizado el término “femicidio” o “feminicidio” para designar los asesinatos de mujeres por razones de género.
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, define la Violencia como “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”. Según esta Convención “la violencia contra la mujer incluye la violencia física, sexual y psicológica: − que tenga lugar dentro de la familia o unidad doméstica o en cualquier relación interpersonal, ya sea que el agresor comparta o haya compartido el mismo domicilio que la mujer, y que comprenda, entre otros, violación, maltrato y abuso sexual; − que tenga lugar en la comunidad y sea perpetrada por cualquier persona y que comprende, entre otros, violación, abuso sexual, tortura, trata de personas, prostitución forzada, secuestro y acoso sexual en el lugar de trabajo, así como en instituciones educativas, establecimientos de salud o cualquier otro lugar, y − que sea perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes, dondequiera que ocurra.
Basandome en lo anterior, y desde mi vereda como terapeuta familiar y de parejas, comprendo la violencia como un modo de interacción co-creada primariamente al interior de la pareja y luego, conforme nacen los hijos, se constituye como un estilo de relación en donde la violencia es una forma de resolver los conflictos y dificultades que emergen en el día a día. Al respecto, es importante considerar que cada individuo trae consigo el peso de su propia configuración familiar (historia de origen) y por ende las definiciones en los roles, así como las creencias y estilos de relación forman parte de dicha historia, la que inevitablemente influirán en la forma de construir la realidad.
En mi formación profesional (Constructivista) uno de los más fundamentales ejercicios para el trabajo con personas, es comprender que cada individuo co-construye su realidad, razón por la cual en la medida que fui recibiendo parejas que consultaban por problemas de “violencia”, el primer trabajo fue comprender cómo se había desarrollado dicha dinámica en la que ambos participaban y en la que, curiosamente desde mi perspectiva, la mujer parecía en muchos casos alimentar dicha dinámica, en el entendido de sobreentender o perdonar ciertas conductas. Me explico utilizando un breve ejemplo: “…Cada vez que Juan me ha golpeado me ha pedido perdón… yo se que él tuvo una infancia difícil y lo veo profundamente arrepentido…por favor ayúdelo, no podemos seguir así, los niños ya se dan cuenta”….en este ejemplo, la mujer parece estar “desconectada” de su propio dolor, de su propia historia de maltrato. Le preocupan los hijos y su esposo…pero no está preocupada de ella. Muchas veces he escuchado a mujeres decir frases como “me sigue maltratando, pero no puedo dejarlo” ó “se que me hace mal seguir pero no se por qué no lo dejo”, que no son otra cosa que expresiones de personas prisioneras de su historia familiar, que actúan repitiendo y muchas veces aumentado sus historias violentas o problemáticas. Dentro de este contexto, las políticas públicas apuntan hacia un empoderamiento de la mujer, pero desde mi personal perspectiva, si bien es uno de los importantes objetivos a trabajar, creo que resulta aún más importante entender cómo se configura esta tendencia a “sobre explicar” las circunstancias del otro, a soslayar el propio dolor y priorizar a otros (pareja, hijos, etc…) por sobre las propias necesidades. Es más, puedo decir con conocimiento de causa y basada en la casuística abordada en 15 años de ejercicio de la profesión que esa tendencia a pensar en el otro, primero que en sí misma, llega a ser parte incluso de la dinámica establecida por la misma mujer en el ámbito laboral y social.
Al respecto, existe un concepto podría ser un aporte a la prevención de futuras situaciones de violencia y a la disminución de femicidios. La codependencia, término que como inicio se pierde en el devenir de la historia y para conocer la historia de la codependencia hay que revisar la historia de la terapia familiar. Los alcances más cercanos son el inicio de la Terapia familiar con el movimiento creado por Virginia Satir al inicio de los años cincuenta del siglo XX; coincidentemente, por estas épocas es fundada Al-Anon, grupo de terapia familiar de Alcohólicos anónimos Vernon Jonson, 1973, crea el término co-alcoholismo, y plantea la necesidad de la intervención familiar en el tratamiento y recuperación del alcohólico. En los años 80 el término codependiente comienza a ser usado para describir cualquier acercamiento a la persona dependiente a sustancias, y de allí no tardará mucho en aparecer el término codependencia. Siempre que uno de los miembros de una familia desarrolle alguna conducta adictiva, existen posibilidades de que otro de los demás miembros de tal familia desarrolle un comportamiento conocido como codependencia o coadicción. La Codependencia se define como una condición psicológica en la cual alguien manifiesta una excesiva, y a menudo inapropiada, preocupación por las dificultades de alguien más o un grupo de personas.
Características de la persona codependiente.
El codependiente suele olvidarse de sí mismo para centrarse en los problemas del otro (su pareja, un familiar, un amigo, etc), es por eso que es muy común que se relacione con gente «problemática» o con problemas que no han podido resolver por sí mismos, justamente para poder rescatarla y crear de este modo un lazo que los una. Así es como el codependiente, al preocuparse por el otro, olvida sus propias necesidades y cuando la otra persona no responde como el codependiente espera, éste se frustra, se deprime e intenta controlarlo aún más. Con su constante ayuda, el codependiente busca generar, en el otro, la necesidad de su presencia, y al sentirse necesitado cree que de este modo nunca lo van a abandonar.
Con la alegría que me provoca la noticia de un nuevo Ministerio de la Mujer, me es imposible no cuestionarme esta problemática como un espacio de intervención, que creo no ha sido abordada como política pública, y es fundamental para la prevención de la violencia contra la mujer, aprovecho esta vitrina para lanzar una piedra a este nuevo pozo esperando se creen olas.
Carolina Orellana
Psicóloga/ Magister Constructivista