Uno de los síntomas más singulares de los tiempos que corren es la condición de “espectáculo” que ha adquirido el quehacer público. Todos los acontecimientos políticos, sociales y culturales son representados para los públicos en un relato cotidiano a través de la televisión y los medios. Cada individuo es susceptible de ser convertido en un “actor”, en el gran teatro del mundo. Este rasgo de nuestra cultura actual es lo que algunos han llamado “mediatización”.
Esta semana hemos sido testigos de la irrupción de un “mendigo” en medio de una reunión de autoridades y empresarios, Enade 2010. Se trataba, por cierto, de un “falso mendigo”, representado por un actor profesional contratado para la ocasión por el equipo de Mideplan encabezado por el ministro señor Felipe Kast. El propósito declarado de esta “puesta en escena” fue llamar la atención hacia los sectores sociales más desfavorecidos de la sociedad chilena. Más allá de las buenas intenciones del señor ministro, conviene detenerse en esta representación, en cuanto ella delata un imaginario, esto es, cómo nuestras autoridades y nuestros empresarios “se representan” la marginalidad y la pobreza.
En estricto rigor, la presencia del actor se enmarca en lo que hoy se entiende como una “performance”. Un “falso mendigo” nos interpela como espectadores de su condición. Se trata de una “falsificación”, se trata de una representación “aséptica”, sin el hedor ni el riesgo inherente a los mendigos de la calle. Se trata, en suma, de la “pobreza estetizada”, con los rasgos pintorescos de un relato melodramático. Lo estético garantiza que tan inusual canapé no cause indigestión a los señores empresarios. El actor es el “signo” de un mendigo: maquillaje, vestimenta, palabras y ademanes. El actor es un “como si”, se tratase de un menesteroso de la vida real.
Los medios de comunicación construyen un imaginario en que todo lo humano se transforma en superficie sin profundidad. El relato mediático del mundo es un espectáculo, sea que se trate de la más cruenta guerra o de la pobreza en otras latitudes. Hemos llegado al punto en que las hambrunas se nos ofrecen en HD en el cómodo living de los hogares de aquellos más privilegiados, anestesiando toda responsabilidad, todo compromiso. La catástrofe y la miseria se han convertido en un tópico más que alimenta las pantallas televisivas, ocultando no sólo la materialidad de las relaciones sociales sino la dimensión ética y espiritual inmanente al dolor de nuestros semejantes.
El “falso mendigo” es un “signo” que carece, no obstante, de espesor. Hay algo que no puede representar. Un mendigo de verdad es una persona cuya impronta es la pobreza, la marginación, en una palabra: el sufrimiento. El actor puede mostrarnos la apariencia de los marginados, más nunca la experiencia del dolor. Hagamos notar que es en la intensidad de esta experiencia donde se juega, precisamente, la espiritualidad que reclaman todas las religiones.
Por Álvaro Cuadra
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Elap. Universidad Arcis