A la memoria de todos los profesores que dieron su vida luchando por la historia.
“El presente es lo único que tengo, el presente es lo único que hay.”
Julieta Venegas
Las sociedades neoliberales son sociedades sin pasado y sin futuro en ellas solo existe el presente. El “presente es lo único que hay” nos dice con voz dulzona la cantante mexicana Julieta Venegas. Baudrillard, sentenció hace algunos años atrás el “futuro ya esta aquí”. El “pasado nos divide”, escribió un representante de la centro-derecha concertacionista y uno de la derecha (nueva de puro vieja) dijo que “los jóvenes no habían nacido aún para saber cómo había sido el pasado reciente nacional”. Desde el Imperio se decretó en “fin de la historia”.
Por todo lo anterior, no nos puede extrañar la medida adoptada por el ministro de Educación Joaquín Lavín Infante de recortar las horas de clases de historia y ciencias sociales que actualmente se les imparten a las y los estudiantes nacionales del segundo ciclo básico como de primero y segundo año secundario. La medida es coherente con su pensamiento y, sobre todo, con el pensamiento neoliberal dominante.
La idea central postulada por el pensamiento antropológico neoliberal es la constitución de un sujeto social racional individualista desprovisto de cadenas que lo aten al pasado ni aquellas que lo comprometan con el futuro. Este individuo debe ser un sujeto que tenga las competencias, habilidades y destrezas para desenvolverse adecuadamente en el presente hedonista, consumista y vacuo que ofrece la sociedad neoliberal. Que viva para consumir, endeudado, agobiado, estresado, maniatado por las “manos invisibles” o por las fuerzas oscuras del mercado. Este sujeto es un individuo que vive enajenado en el disfrute y en la entretención, entregado a todos los excesos posibles. Hundido en la inconciencia de no saber nada de nada. Donde el conocimiento es un concurso de televisión y un juego para llegar a ser un millonario. El sujeto neoliberal no se forma en la escuela, ni en el liceo ni en las universidades, sino que es formado -no deformado como algunos piensan- por la caja idiota, o sea, por la televisión. La televisión es actualmente el principal medio de socialización educativa formativa de las y los niños, de las y los jóvenes como, también, de las y los adultos que habitan y existen en la sociedad neoliberal.
Este sujeto social neoliberal no va a ser formado por la reforma curricular que impulsa el actual gobierno de la derecha neoliberal, pues, ya existe. Hace más de treinta años que la acción de la dictadura militar como de los gobiernos concertacionistas (la centroderecha neoliberal) posibilitó de diferentes formas la constitución y conformación de este sujeto social. Por lo tanto, la reforma de Lavín vendrá tan sólo a reforzar el proceso, a profundizarlo, en la perspectiva de su consolidación definitiva. En algún sentido viene a completar la tarea que la Concertación dejó pendiente o no supo como concluirla. Tal vez, tuvo vergüenza política de hacerlo.
El ataque y la destrucción de la formación humanista, crítica, reflexiva y cívica de parte de los curriculistas neoliberales autoritarios como de los concertacionistas neoliberales alcanza su mayor expresión en los años noventa con la incorporación de la perspectiva curricular de la “formación por competencias”, del “aprender haciendo”, del “aprender para el trabajo”, “capacitarse para resolver más que para saber”. Tengo muy presente la destrucción de la “formación humanista” que se les entregaba a los estudiantes de la Universidad de Talca y su reemplazo por la formación por competencias. La primera enseñaba arte, música, poesía, literatura, historia, filosofía, política, etcétera. Y fue reemplazada por cursos de instrucción desprovistos de cualquier sentido crítico y político. Cuando se proyectó un curso de formación cívica destinado a desarrollar las competencias para ser un ciudadano activo, reflexivo y soberano, las autoridades universitarias lo consideraron inadecuado y lo cambiaron por otro donde todas “esas” competencias fueron reemplazadas por inocuas tareas totalmente alejadas de la contingencia histórica y política.
Es sabido que el pensamiento neoliberal detesta a los ciudadanos activos conscientes y políticamente pensantes. Por eso tempranamente la dictadura militar-neoliberal eliminó del currículo la educación cívica, luego siguió con la filosofía, con las ciencias de la naturaleza. Las transformaciones curriculares implementadas por la dictadura destruyeron entre 1973 y 1983 toda la obra realizada por el estado-docente desde los años treinta en adelante. La educación entendida como factor de movilidad social y formadora de ciudadanos democráticos fue reemplazada por una educación centrada en valores nacionalistas y/o patrioteros y más por una educación para el mercado. Todo cambió, nada fue como antes. Como sostienen algunos analistas la educación republicana-liberal-democrática llegó a su fin.
La asignatura de historia y geografía fue intervenida directamente por la dictadura. El dictador dirigió personalmente la intervención. Pues, se consideraba asimismo un profesor de historia y un historiador militar. La acción militar actúo sobre los planes y programas de estudios de las Escuelas de Historia de las distintas universidades nacionales. La represión militar, por su parte, se dirigió hacia los historiadores, profesores de historia y geografía como a los estudiantes de historia. Muchos de ellos fueron exonerados, expulsados, perseguidos, censurados, encarcelados, torturados, exiliados, desparecidos y muertos. Algunas carreras de historia fueron cerradas o reducidas a número cerrado de docentes e investigadores, la mayoría de ellos serviciales lacayos de la dictadura. La mayoría de ellos hoy posan de democráticos en las aulas de las distintas carreras de historia de las universidades del Consejo de Rectores como también de las privadas. Incluso hoy marchan en defensa de la historia.
Los planes y programas de la asignatura como de las escuelas de historia fueron “limpiados” de todas aquellas perspectivas teóricas (especialmente, la marxista, socialista, democrática o popular) que pudieran atentar contra el orden político que el “gobierno de las Fuerzas Armadas” impulsaba. Para tal efecto, el historiador conservador Gonzalo Vial Correa se encargó de dirigir la “limpieza ideológica” de la asignatura de historia como de establecer los nuevos contenidos dirigidos a la formación “patriótica (de la y los niños y las y los jóvenes) a través de la Historia y Geografía de Chile”. Cabe señalar que el propio dictador se encargó de corregir el Programa de Historia y Geografía para octavo año excluyendo contenidos y reinterpretando otros.
Durante la primera fase de la dictadura militar la Historia tenía una función política bien precisa y especifica que no sólo consistió en justificar el orden autoritario sino dar coherencia a todo un engranaje social, económico y cultural que el capital a través de la mano militar imponía a la sociedad chilena.
Las clases de historia fueron vigiladas detenidamente por los esbirros de la dictadura. La sospecha política sobre las y los profesores de historia y geografía fue permanente durante la dictadura, muchos de ellos fueron expulsados de los colegios municipales, particulares subvencionados y particulares pagados acusados de ser subversivos y/o peligrosos para el orden imperante. La persecución en contra de los profesores de izquierdas o democráticos fue implacable por parte de aquellos que asumían posiciones de derecha o filo-fascistas. La disputa política por el pasado y su interpretación fue una constante en los años de la dictadura como también durante el periodo concertacionista.
A pesar de las restricciones impuestas a la labor pedagógica de los profesores de historia y geografía la asignatura gozaba de una especial consideración por la dictadura. Ello explica que a comienzos de los años ochenta la dictadura tomara una trascendente decisión política que fortaleció la presencia curricular de la asignatura de historia y geografía pero, al mismo debilitó poderosamente la conciencia histórica de los estudiantes. Desde 1983-1984 se incorporó a la Prueba de Aptitud Académica la rendición obligatoria la Prueba de Historia y Geografía de Chile. Desde ese momento los estudiantes de enseñanza media que aspiraran a ingresar a la universidad debían rendir obligatoriamente dicha prueba que tenia una ponderación de un 20% de la PAA.
En aquella oportunidad las y los profesores de historia y de geografía (esos eternos olvidados) ni las y los estudiantes de las carreras de historia y geografía de las distintas universidades encabezados por sus directores salieron a la calle a celebrar ni a condenar la medida. No tengo noticias que se haya desatado una polémica semejante a la actual. Tal vez, la censura como la autocensura que dominaba a los medios de comunicación de la época, no la dio a conocer de haber existido alguna polémica sobre el particular. El silencio puede explicarse también por el hecho de que la mayoría de los directores de las escuelas de historia de las universidades nacionales eran fieles y obedientes adherentes de la dictadura. Lo más seguro que las y los jóvenes interesados en ingresar a las universidades a estudiar carreras no humanistas sino científicas y relacionadas con las matemáticas se quejaran o manifestaran algún malestar por la dictatorial decisión.
Lo cierto es que la medida adoptada trajo una serie de consecuencias “positivas” para el gremio de los profesores de historia y geografía y constituyó un rentable negocio para los preuniversitarios. Los primeros vieron incrementar súbitamente sus “horas de clases” por ende sus precarios ingresos y los segundos vieron incrementada la demanda por cursos destinados a la preparación de la Prueba de Aptitud en historia y geografía de Chile. En efecto, miles de jóvenes demandaron una preparación técnica e instrumental para salvar el nuevo obstáculo que el Ministerio de Educación de manera inconsulta establecía para llegar la Educación Superior. Desde Arica a Punta Arenas los colegios y liceos tanto municipales, particulares subvencionados y particulares pagados debieron implementar internamente cursos especiales para preparar a todos los estudiantes en la nueva prueba. Sin lugar a dudas que los más contentos fueron los preuniversitarios que debieron implementar cursos y contratar a profesores de historia preparar e instruir a los estudiantes en la nueva prueba.
Por otro lado, las editoriales dedicadas a la edición de los textos escolares vieron incrementar sus ventas y pusieron a trabajar a toda máquina sus prensas para editar cientos de manuales de historia y geografía de Chile, facsímiles preparatorios y cursos redactados, preparados y elaborados por un “ejército de profesores de historia y geografía”, los cuales se multiplicaron año tras año.
Nadie se preguntó ni discutió la calidad de esos textos, muchos de ellos se legitimaban a través de la rubrica de algún historiador “consagrado”: Vial Correa, Villalobos, Silva Galdames, entre otros. Se partía del supuesto que esos manuales eran válidos y óptimos para que cualquier interesado en rendir la Prueba de Historia y Geografía pudiera prepararla adecuadamente logrando un buen puntaje.
De una u otra manera la decisión de la dictadura no fue discutida sino más bien avalada por el gremio de las y los profesores de historia y geografía como también de los historiadores. Para todos los actores la decisión de establecer la obligatoriedad de la Prueba de Historia y Geografía (PHYG en adelante) resultó ser un rentable negocio, salvo para los estudiantes y los padres apoderados que vieron aumentar los costos y los recursos que debían destinar para ingresar a la universidad. En una sociedad profundamente desigual como la chilena los que vieron disminuidas sus posibilidades para acceder a la universidad fueron como siempre los sectores pobres.
La obligatoriedad de la PHYG como he dicho no fortaleció el desarrollo pedagógico de la asignatura; la transformó en un gran negocio al tiempo que debilitaba a la historia propiamente tal. Este es un punto que hay que distinguir meridianamente para tener claridad de qué estamos hablando y de qué combates se están actualmente librando. En efecto, la asignatura pasó a ocupar el tercer lugar de importancia en el currículo de enseñanza media. Un estudiante durante los cuatro años de enseñanza media, va a tener tres horas de Historia y Geografía de Chile semanales más dos horas de Historia Universal. O sea, cinco horas semanales, es decir, 150 horas pedagógicas anuales. En suma 600 horas aproximadamente a lo largo toda su enseñanza secundaria. Podemos preguntarnos, entonces, por qué con esa carga horaria los estudiantes debían recurrir a los preuniversitarios, a las clases particulares, a los cursos de nivelación, a los ensayos, y otras actividades pedagógicas anexas para poder rendir satisfactoriamente la PHYG. Fundamentalmente, porque no tenían certeza ni seguridad de lo que les habían enseñado y ellos aprendido.
Por esa razón, asistían masivamente a tomar los cursos preparatorios que ofrecían los cientos de preuniversitarios que se multiplicaban como “callampas” en el país. La gran mayoría de estos cursos eran y son realizados por los propios docentes que hacen clases en los colegios y liceos municipales y particulares subvencionados. Es que la obligatoriedad se transformó en un negocio redondo. Incluso un emblemático e histórico colegio de Santiago implementó un preuniversitario organizado por los propios docentes de Historia y Geografía, Lenguaje, Matemáticas y otras asignaturas, los días sábados, destinado a preparar los estudiantes para la PAA. Por cierto, debidamente remunerado por los estudiantes.
Este sistema se amplió y se incorporó en la mayoría de los liceos de Chile. Todos los actores involucrados en el proceso educativo: profesores, estudiantes y padres y apoderados participaron activamente en la mercantilización de la enseñanza o de la preparación para la PAA. Este fenómeno daba muestra de profundo y explícito reconocimiento de lo que se enseñaba durante los años de secundaria: no servía o era deficiente para rendir la PAA.
Durante las dos décadas que la asignatura de Historia y Geografía de Chile gozó de un privilegiado lugar en el currículo de la enseñanza media –en compañía de las otras dos tradicionales y “temibles” asignaturas de “castellano” (hoy lenguaje y comunicación) y matemáticas– se convirtió en un “dolor de cabeza” y un “pesado lastre” para los jóvenes estudiantes. Por esa razón, la conciencia histórica o, como hoy se dice, la memoria histórica de dos o tres generaciones de chilenos y chilenas no aumentó ni un ápice. Muchos de ellos detestan a la historia.
La enseñanza de la historia se volvió instrumental, mecánica, tradicional, aburrida, sin sentido alguno que no fuera la rendición de la PHYG. Las y los profesores de historia, es cierto, vieron aumentar sus horas de clases, y, tal vez, aumentar sus ingresos. Corrían de un lugar a otro para atender la creciente demanda por cursos de historia y geografía. Pero muchos de ellos abandonaron el rol de ser los agentes sociales y políticos para la formación de una ciudadana activa y cívica. Se volvieron funcionales con el sistema: durante años transportaron el viejo Manual de Historia de Chile de Frías Valenzuela, o el más moderno pero no menos conservador y tradicional Manual de Historia de Chile de Sergio Villalobos Rivera y otros autores, o simplemente, los textos preparados por cualquier preuniversitario, de un lugar a otro, los repitieron de memoria, con ellos adormecieron las conciencias de los estudiantes. Se transformaron en la odiosa “vieja” o “viejo” aburrido de historia.
Durante dos décadas practicaron y perfeccionaron el método de las tres “r”: repasar, repetir y reducir la historia de Chile a un esquema preciso y básico que partía con los pueblos originarios hasta los años setenta del siglo pasado. Era un saber histórico condensado, instrumental, funcional y desechable. El estudiante debía saber lo justo y necesario. Entre menos historia de Chile supiera mejor le iba a ir en la PHYG. Porque de esa manera no iba descubrir las contradicciones, las equivocaciones, las estupideces, las incongruencias, de muchas de las respuestas que aparecían en los facsímiles de preparación como también en la misma prueba de aptitud académica. Prueba que era elaborada por “expertos pedagogos en historia de Chile”.
La obligatoriedad de la PHYG ni la mayor cantidad de cursos de historia, ni las cientos de toneladas de libros, folletos, facsímiles, y textos destinados a la preparación de esa prueba no ayudaron a conformar la conciencia histórica de las y los jóvenes chilenos durante cerca de dos décadas. Los estudios que se han realizado al respecto revelan que los estudiantes que rendían esa prueba: poseían un débil, o sea, un bajo dominio de los distintos contenidos que aborda esta prueba. El estudio realizado por la Universidad de Lagos señala “que se observaron que los contenidos más difíciles de lograr correspondieron a la creación de una nación, Chile en el mundo y al tema de la sociedad finisecular, además alumnos presentaban un alto porcentaje de omisión”. Otra encuesta sobre qué tan culto son los chilenos y chilenas realizada en el año 2008 otorgó un 3,3 como promedio en Historia de Chile. Según la Directora de la Fundación Futuro, Magdalena Piñera, este resultado es «una voz de alerta bien significativa que muestra que los chilenos no conocemos nuestra historia, no la valoramos, por lo tanto, es un riesgo grande de repetir aquellos episodios que no quisiéramos que nunca se repitan». Pero, al mismo tiempo, es demostrativa del fracaso de la enseñaza de la historia y geografía implementada no sólo por la dictadura sino, también, por la Concertación.
Por esa razón, cuando el año 2003 la ministra de Educación Mariana Aylwin, Profesora de Historia y Geografía y Educación Cívica puso fin a la obligatoriedad de la Prueba de Historia y Geografía de Chile, como en el viejo poema de Carlos Pezoa Véliz, “tras la paletada, nadie dijo nada”. Tan sólo un gran ¡¡¡¡ ufff…!!!!, de alivio fue exclamado por miles y miles de jóvenes que se libraban de la pesada cadena impuesta por la dictadura.
Me pregunto por qué en esa oportunidad nadie dijo nada. Dónde estaban las y los profesores de historia defendiendo la formación de la conciencia histórica y cívica de la ciudadanía como hoy en día. Tal vez, porque la prueba si bien dejaba de ser obligatoria pasaba a ser electiva pero no era erradicada del proceso de selección universitaria, pues muchas carreras universitarias la siguen solicitando como requisito de ingreso. Es decir, el negocio no era afectado mayormente.
Pienso que la decisión ministerial del año 2003 implicó realizar pequeños ajustes al mercado educacional, poca cosa, en realidad. En cambio la decisión del ministro Lavín es más radical. Pues aunque no afecta directamente a los contenidos de la asignatura, pues estos ya estaban jibarizados y recortados, sino a las “horas de clases” que realizan los profesores de historia y, tal vez, con esa medida a sus ingresos actuales como futuros. He aquí el meollo, tal vez, principal de los actuales combates por las “horas” de la asignatura de historia y geografía.
Este conflicto debemos ubicarlo en la conflictiva relación entre el Estado, Mercado y la Sociedad Civil, tan propio de las sociedades neoliberales. En efecto, el Estado (Ministerio de Educación) al adoptar esta reforma educacional radical no por su profundidad pedagógica ni su sentido educativo sino por los efectos que ella tendrá en las otras esferas sociales y económicas de la sociedad neoliberal. El mercado educacional sufrirá un ajuste importante. Lo más probable es que en el corto plazo las matrículas de las carreras de pedagogía en historia y geografía experimenten un significativa reducción. Pero, al mismo tiempo, por efecto de la demanda por profesores de matemáticas y de lenguaje, haga crecer las matrículas de ambas carreras. El mercado se va a equilibrar dirán los economistas neoliberales. Por su parte, las organizaciones de la sociedad civil vinculadas con la cuestión se activarán y movilizarán. Como lo hemos observado en estos días. Ahora bien, si no logran comprometer a otros actores sociales como son los propios estudiantes y sus padres-apoderados en un combate efectivo no por las “horas”, sino por la “historia”, el tiempo histórico será implacable con el movimiento. Este involucramiento debe ser pronto, pues cuando se haga ley o se institucionalice la reforma curricular todo estará perdido; ejemplos, sobran en la historia reciente nacional. Tampoco se puede confiar en la centro-derecha concertacionistas neoliberal y sus parlamentarios; ellos pavimentaron el camino para que Lavín llegará al Ministerio.
Por lo tanto, el único recurso social y político que queda es la constante movilización social y política y la conformación de un gran frente social por la “historia”.
Los combates por la historia no debieran ser pensados como la exclusiva defensa de las “horas” de clases de historia y geografía de Chile que hoy se realizan ni tampoco por la defensa del pasado tal cual como se enseña hoy en las escuelas nacionales, sino, todo lo contrario, los combates deben ser por la historia como futuro. ¿Qué significa esto?
Varias cosas. Levantar una plataforma política que partiendo de este coyuntural problema nos permita discutir, una vez, por todas, en qué sociedad queremos vivir. Segundo, proponer un proyecto educativo para un nuevo Chile con un currículo equilibrado que proporcione una formación humanista, crítica, reflexiva, democrática, sin descuidar las competencias y habilidades necesarias para desenvolverse en el mundo actual. Un proyecto educativo que esté inserto en una nueva economía acorde con un sistema político democrático, libertario e igualitario en todos los aspectos de la vida.
No estamos por la reforma curricular de Lavín pero tampoco estamos con todos los planteamientos que el gremio de profesores de historia y geografía han formulado en estos días.
Después de todo lo expuesto quiero plantear las siguientes interrogantes:
a) Para qué el ministro Lavín y el Gobierno quieren más hora de lenguaje y matemáticas, si ya disponen de suficientes con la reforma educacional implementada por los gobiernos concertacionistas. Dado los malos resultados obtenidos por los estudiantes nacionales en ambas asignaturas cabe pensar que el problema no es de cantidad de horas sino de la calidad de la enseñanza que entregan los profesores de matemática y de lenguaje. Tengamos presente un dato muy relevante que se olvida en este conflicto: los estudiantes de básica y secundaria en el ranking de las asignaturas detestadas, el primer lugar, lo ocupa la matemática, en segundo lugar, lenguaje (castellano) y en tercer lugar, la historia. Con el aumento que se propone ¿no se les estará generando un factor que en vez de motivarlo a estar en la escuela lo lleve a incrementar la deserción, la apatía, la desafección por el proceso educativo en general?
b) Sería muy interesante saber y conocer cuál es la opinión que tienen los profesores de estas asignaturas sobre la reforma propuesta y, especialmente, sobre la enorme responsabilidad social que van a tener que asumir de aprobarse la misma. Ellos han guardado un estratégico silencio, semejante al que tuvieron los profesores de historia cuando se estableció la obligatoriedad de la PHYG en el año 1983-84. ¿Estarán con la calculadora en la mano, registrando y sumando las nuevas horas que les tocarán y calculando en cuánto se verán aumentados sus ingresos con la radical medida del ministro Lavín? Se requiere escuchar su opinión.
c) Sería interesante saber qué están pensando los padres y apoderados sobre la cuestión en conflicto. También es necesario que opinen. No pueden guardar silencio.
d) Sería interesante saber qué opinan los estudiantes que desde el próximo marzo verán menos a los profesores de historia, pero más a los de lenguaje y matemática. Queremos saber qué opinan.
e) Por último, ¿para qué los profesores de historia y geografía quieren mantener las horas que posee la asignatura actualmente? ¿Estarán dispuestos a cambiar las formas de enseñar la historia y la geografía? ¿Cuál es el proyecto alternativo que ofrecen a la sociedad?, y sobre todo para que las chilenas y los chilenos se transformen en ciudadanos constructores de historia.
Sostengo que esta no es un batalla particular ni específica de los profesores y estudiantes de historia y geografía sino de todas y todos los que buscamos superar el actual presente histórico. Por lo tanto, la batalla que queremos librar y participar no es por las horas de historia sino por la historia misma.
Por Juan Carlos Gómez Leyton
Dr. en Ciencia Política – Historiador
Universidad Arcis
Coyoacán, Ciudad de México, noviembre de 2010.
Juan Carlos Gómez Leyton, es Dr. en Ciencia Política e Historiador, chileno, profesor titular de la Universidad Arcis, Director Académico del Programa de Doctorado en Procesos Sociales y Políticos en América. Profesor visitante en el Centro de Estudios Latinoamericanos, Cela, de la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Autónoma de México, Unam. Becario de Conicyt- Chile. Es, además, Licenciado en Historia por la Universidad Católica de Valparaíso y egresado del programa de Magíster Artium en Historia de Chile de la Universidad de Santiago de Chile. Desde 1982 hasta en 1993 ejerció como profesor de historia y geografía en diferentes colegios particulares subvencionados del Gran Santiago y en el emblemático Instituto Nacional (1991-1992) como en diversos preuniversitarios.