La reciente destrucción de un Cristo de yeso, arrancado de una iglesia capitalina y destruido en medio de un ataque de violencia encapuchada, pone en boca de buena parte de la población, los mejores lugares comunes: ¡Cómo pueden pasar estas cosas! ¡Esta gente está loca! ¡Son delincuentes! ¡Deberían ponerlos en un saco y tirarlos al río! etc. etc. Incluso Carlos Peña, quien suele ser perspicaz, dedica una columna el domingo recién pasado en El Mercurio, al tema. Hay que decir algo. Es la idea. Igual que el cura Berrios, Peña ensaya una cierta explicación para esa violencia. El consumo, la pulsión irracional de la turba, Durkheim de por medio. Una suerte de pequeño ensayo filosófico que sólo roza el problema.
Lo diré con claridad: el Cristo roto es el menor de nuestros problemas. Si a la iglesia le duele el Cristo, al Cristo le duele lo que hacen sus fieles, sus fanáticos e incluso su curia.
Uno de los problemas centrales en Chile hoy es el profundo manto de impunidad que cubre a buena parte de las instituciones políticas, policiales y religiosas. No es extraño, tal como ha observado Gabriel Salazar en uno de sus últimos libros, que la confianza en las instituciones públicas haya bajado apenas retomada la democracia en 1990. No es nada tan reciente como suelen hacernos creer nuestros intelectuales. En un contexto donde la política se observa como un club de Sicilia, donde nos roban la jubilación, donde enfermarse es cosas ricos, donde la educación sigue siendo un negocio, donde la universidad e incluso la investigación se burocratiza hasta el extremo irracional, donde la policía militarizada agrede a sus compatriotas, donde las grandes empresas y familias se reparten Chile de manera grosera y un largo etcétera de evidencias cotidianas. ¿Qué se puede esperar? Aparecerá la violencia irremediablemente.
Incidentes recientes en Temuco, donde la policía de Carabineros actuó ante la vista de cámaras y personas de una manera completamente enajenada, me mueven a invertir lo que Peña se pregunta para el caso de los perpetradores del Cristo de yeso. Esa turba de policías cubiertos de pies a cabeza, ¿no actúa con esa misma irracionalidad? golpeando a gente que muchas veces no tiene nada que ver con la violencia que pretende reducir, insultando a la prensa, deteniéndolos, amedrentando a jóvenes que marchan para que sus mismos hijos tengan educación gratuita. ¿No es la misma violencia con otra ropa?
Igual como se indignan por el Cristo roto, ¿no deberíamos dolernos por la bomba lacrimógena que golpeó a un estudiante en su ojo?¿O ante las graves acusaciones de una estudiante de Concepción que señala haber sido torturada por Carabineros?¿O ante una joven que señaló haber abortado por causa de los golpes que le propinaron?
¿O ante la detención arbitraria del periodista Carlos Nitrihual en Temuco, detenido durante toda una noche ante su negativa de entregar la cámara con la cual cubría la manifestación estudiantil? ¿O ante el golpe en la cara a una de mis estudiantes y el puñetazo en el estómago, también a una de mis estudiantes de Periodismo? ¿O ante los golpes a niños mapuche, imágenes que suelen plagar la red, pero que no le importan a la autoridad?
Pues debo decirlo: soy culpable de dolerme por mis estudiantes golpeados, amedrentados y violentados en sus derechos. Me duele y me molesta el cinismo cardinal de las autoridades académicas, políticas y civiles, que se llenan la boca con la movilización social, pero que son los primeros en condenar a los estudiantes. Me duele ver a niños y mujeres mapuche golpeadas, ensangrentados por la represión de sus “iguales”
No tengo estudiantes delincuentes como dice el vulgo. No tengo estudiantes inconscientes. Al menos los que yo conozco y admiro, son muchachos con opinión, diversos, algunos de izquierda, otros de derecha y a otros no les importa esa división; igual que yo, suelen y tienen derecho a equivocarse.
Lo/as estudiantes con los cuales yo comparto, que tengo la suerte de conocer y de los cuales permanentemente aprendo, son los que han puesto en la escena pública el problema de la educación, de la salud, de las AFP, del respeto a la diversidad étnica y sexual, etc.
Ya lo ven, el Cristo inerte es el menor de nuestros problemas.