Con tan solo 10 años, Tina Alvarenga fue enviada por sus padres a vivir a la casa de una familia pudiente de Asunción, la capital de Paraguay, a unos 800 kilómetros del hogar familiar, donde aún vivían cinco de sus seis hermanos.
«Cuando llegamos a la casa nos abren la puerta principal pero, al ver quiénes éramos, la señora dijo que teníamos que entrar por una puerta lateral, por una entrada de servicio. Eso me impactó porque yo quería entrar por ese zaguán tan bonito que había visto», le cuenta Alvarenga a BBC Mundo.
«A partir de entonces supe lo que significaba no pertenecer a un lugar, a una clase social, a un barrio, no pertenecer a nada», agrega.
Durante 8 años, Alvarenga vivió en esa casa en una situación que en Paraguay se conoce como criadazgo, una práctica por la cual las familias pobres mandan a sus hijos como criados a casas de familias con más recursos a cambio de que se hagan cargo de las necesidades básicas del niño y les permitan obtener una educación.
Se trata de una práctica extendida y socialmente aceptada desde hace décadas, pero que este año ha sido objeto de cuestionamientos tras la muerte en enero de una joven de 14 años que vivía como «criadita» en una casa en la localidad de Vaquería, a unos 240 km de Asunción.
La menor murió por los politraumatismos causados por los golpes que le propinó con una rama de un árbol de guayaba el dueño de la casa donde trabajaba, como castigo tras encontrarla besándose con un albañil.
El suceso dio paso a un debate parlamentario en Paraguay y dio impulso a un proyecto legislativo que busca prohibir el criadazgo en el país.
Una práctica antigua
Según cifras oficiales, se estima que en Paraguay hay unos 47.000 niños y adolescentes que viven en situación de criadazgo. Según Mabel Benegas, responsable de políticas públicas de la ONG paraguaya Global Infancia, esta práctica se extendió mucho a partir de dos grandes guerras que vivió el país: la de la Triple Alianza (1864) y la del Chaco (1932).
«Las familias quedaron desmembradas y la figura paterna prácticamente desapareció», le explica Benegas a BBC Mundo.
«Las mujeres tenían que hacerse cargo de la crianza de sus hijos. Entonces, como una forma de afrontar esta situación de pobreza tuvieron que recurrir a esta práctica».
Benegas aclara que en un primer momento era algo familiar. Los niños eran entregados a otra persona de su propia familia, pero esta práctica se fue desvirtuando y ya los niños no iban a la casa de sus parientes, sino a casa de extraños.
«Se buscaba que el niño tuviera alimentación y pudiera estudiar. Ese era el principal motivo porque en el interior del país, en las zonas rurales, los servicios de educación eran muy escasos», agrega.
Al parecer, este objetivo también se diluyó por el camino.
Según Regina Castillo, representante en Paraguay del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), un estudio realizado hace algunos años mostró que 45% de los niños en situación de criadazgo trabajaba todos los días y 26% sólo tenía dos horas diarias de descanso.
Benegas asegura que de los niños que son enviados a las escuelas muchos terminan abandonando la educación por diversas razones.
«Algunos [abandonan] porque sólo hablan guaraní y tienen que enfrentarse con el español, lo que los pone en desventaja frente al sistema educativo», dice.
«Conocemos numerosos casos de niños que trabajan desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche. Muchos no tienen períodos de descanso y de recreación. Entonces, cuando van a la escuela ya están cansados o no tienen tiempo para las tareas escolares y terminan abandonando», añade.
Una forma de esclavitud
Castillo no vacila en condenar esta práctica. «El criadazgo es una forma de esclavitud moderna que priva a los niños de su familia y de su niñez», le asegura a BBC Mundo.
La representante de Unicef en Paraguay afirma que, contrariamente a como se le ha visto durante mucho tiempo, tampoco es una forma de adopción.
«No hay ningún traspaso de la tutela. Son niños que simplemente son cedidos y que trabajan todo el día. El mismo gobierno de Paraguay lo ha declarado como una forma de trabajo infantil peligroso», añade.
Carlos Zárate, ministro de la Secretaría Nacional de la Niñez y de la Adolescencia, advierte que detrás de esta práctica se esconden múltiples peligros.
«Un niño en situación de criadazgo tiene altas posibilidades de ser víctima de maltrato y de abuso sexual. Se podría considerar que esta práctica es una antesala a la explotación sexual», dijo el ministro a BBC Mundo.
Las cifras avalan los temores. Según datos divulgados por Global Infancia, 9 de cada 10 adolescentes y 6 de cada 10 mujeres rescatadas de la trata de personas fueron antes «criaditas».
Alvarenga, quien afirma nunca haber sufrido de violencia sexual, recuerda haber vivido durante su adolescencia con temor a sufrir abusos tras escuchar los relatos de varias empleadas domésticas.
, le cuenta a BBC Mundo»Yo oía sobre las situaciones que vivían de acoso e incluso de abusos y eso me marcó mucho».
«Entonces, yo redoblaba los esfuerzos para tener las puertas bien cerradas y pegadas a algún baúl, por si acaso. Aunque nunca pasé esa situación ni tuve ningún indicio de mi patrón, siempre me quedó eso de no dormir bien, de estar alerta»
Años más tarde, ya siendo adulta, supo que había corrido con más suerte de la que pensaba, al darse cuenta de que la zona a la que la mandaban de compras siendo apenas una niña y donde quedaba el bar al que se asomaba «para ver los dibujitos en la televisión» que no le dejaban mirar en casa, era una área de prostitución.
«Fue una suerte que nunca caí en redes de trata [de personas], que nunca nadie haya abusado de mí, porque nunca tuvieron ese cuidado de mí ni me advirtieron de los peligros», cuenta.
Polémica legislativa
En los últimos años, Paraguay ha avanzado en la adopción de normas que permitan erradicar el criadazgo, incluyendo algunos convenios internacionales que sancionan el trabajo infantil.
El mes pasado, de hecho, se creó una comisión integrada por el Poder Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, Unicef así como organizaciones de la sociedad civil, que tiene la misión de intentar armonizar las distintas iniciativas legislativas que existen sobre la materia.
La tarea será compleja pues, incluso durante los debates parlamentarios realizados tras la muerte de la niña de 14 años en enero, hubo diputados que expresaron su rechazo a la posibilidad de que se prohíba de forma absoluta y expresa el criadazgo.
«En Paraguay muchas situaciones de violencia en la niñez y la adolescencia están culturalmente aceptadas», explica el ministro Zárate.
«En el caso del criadazgo, muchas personas creen que es una forma de hacer bien a un niño. En el Parlamento también hay figuras que creen eso y que, en todo caso, es una figura que debe reformarse pero no eliminarse».
Los esfuerzos para reformar esa práctica, sin embargo, no han sido exitosos.
Cuando hace una década Global Infancia inició una campaña destinada a las familias receptoras para que tomaran conciencia de que los «criaditos» tenían que ir a la escuela y debían tener los mismos derechos de los hijos de la casa, la respuesta no fue favorable.
«Cuando se sentía fiscalizada, vigilada, la familia decidía que ya no quería tener al niño», explica Mabel Benegas.
Mantener juntas a las familias
Castillo, de Unicef, cree que los esfuerzos deben destinarse a evitar la separación de los niños de sus familias. «El Estado y la sociedad deben trabajar para apoyar que los niños permanezcan son su familia y para que se produzca la reinserción familiar lo más pronto posible. Si eso no es posible, entonces existen formas de adopción pero la solución no es el criadazgo», apunta.
Zárate, desde cuyo despacho se ha impulsado una de las iniciativas legislativas para erradicar esta práctica, admite que para lograr ese objetivo no basta con cambiar la legislación.
«El cambio social que buscamos no se dará sólo a través de una ley que sanciona determinadas conductas, sino a través de las políticas públicas que sirvan para que la gente pueda salir de la pobreza y asuma sus derechos. Hay que crear las condiciones necesarias para que el niño no sea separado de su familia de origen», dice.
La de Alvarenga fue una experiencia «privilegiada» de criadita sometida a relativos buenos tratos por patrones que le inculcaron el hábito de la lectura, que pudo ir al colegio y que luego logró construirse una carrera exitosa en la docencia y en la política (fue electa concejal en 1993).
Pese a eso, quien en la actualidad trabaja como consultora de varias agencias de la ONU, incluyendo la Unicef, recalca la necesidad de que los niños permanezcan junto a sus familias.
«Yo pasé mucha discriminación, aislamiento, desarraigo, que te marcan la existencia», comenta.
«Te hacen creer que eres parte de la familia, pero se nota mucho el contraste entre el trato a la criadita y a los hijos de verdad», dice Alvarenga.
Y destaca que la primera vez que sus patrones le permitieron sentarse con ellos a la mesa fue cuando se graduó de su carrera docente, muchos años después de haberse ido de la casa.
Aunque afirma no guardar rencores, Alvarenga no tiene dudas: «El criadazgo debe ser erradicado. Si alguien quiere ayudar a los niños puede hacerlo de otra forma. Puedes apadrinar a un niño, pero dejando que esté en su casa».
47 mil menores paraguayos esperan por una respuesta.