El infierno ofrece servicio en Barcelona las 24 horas del día. A los pies del popular cementerio de Montjuïc, una veintena de mujeres, en ocasiones pueden ser una treintena, ejercen la prostitución.
Constituyen el eslabón más bajo de la cadena de las miserias. La mayoría son españolas, mujeres que superan la cuarentena, drogodependientes y supervivientes de un sistema que hace años que las vigila de reojo, pero sin llegar a acometer ningún plan contundente que las rescate de ese infierno en el que están atrapadas y les devuelva la dignidad que merecen. Aquí, en esa recta de la Zona Franca está el caladero del que se nutren depredadores humanos como David B. Estas mujeres han sido sus principales víctimas.
Cuesta saber cuándo llegaron las primeras prostitutas a esa zona de la falda de la montaña por la que a diario desfilan caravanas de coches fúnebres. Pero en la memoria colectiva más reciente está la imagen de las toxicómanas que compraban y tomaban droga y se prostituían en los alrededores del cementerio.
Un círculo vicioso, cerrado y destructivo que les permitía conseguir dinero y consumir con solo unos metros de distancia.
Las últimas casas baratas, que albergaban uno de los mayores supermercados de la droga de Europa, fueron derruidas en el 2004. Muchos toxicómanos se mudaron, siguiendo la estela de sus dealers, pero algunas de esas mujeres, las más débiles, se quedaron.
“Esto es el infierno. Todo lo peor que te puedas imaginar ocurre aquí”, asegura. Pero es incapaz de explicar por qué sigue entonces viniendo a este lugar diseñado para los muertos y al que a diario visitan decenas de hombres, jóvenes, muy jóvenes, maduros y viejos en busca de un sexo sórdido y barato que se realiza en unas condiciones difíciles de describir.
Lo peor de la sociedad se acerca para consumir con prisas sexo oral a quince, diez, cinco, cuatro, tres, y hasta dos euros (sexo de hasta 2 mil pesos) que han llegado a ofrecer. No hace mucho se detuvo un camionero ofreciendo en voz alta “un par de cigarros” a la que le quisiera hacer una felación. Hay varias desaparecidas y alguna ha aparecido muerta.
Todas esas mujeres siguen allí porque hasta ese siniestro lugar acuden a diario unos cuantos hombres. Hay clientes a los que les gusta la sordidez y otros van porque se sienten superiores y creen que allí pueden tratarlas como animales. Algunos lo intentan y si en ese momento la mujer, enferma, toxicómana y dependiente, necesita con urgencia dinero para consumir, esos hombres las tratarán con desprecio, como nunca se atreverían a tratar a nadie.
Extracto de una investigación realizada por La Vanguardia