“Creo que no recuerdo un solo día en el que haya sentido que mi ropa se veía perfecta, uno en el que no me diera vergüenza dejar de sumir el viente y mucho menos, uno en el que no haya deseado ser otra persona; una más bonita, más blanca, más alta y sobre todo, más delgada. Tal vez es por eso que no tengo amigos y ni qué decir de un novio, mi grandes muslos, mejillas abultadas y rechonchos brazos son el motivo de todo lo horrible que me pasa, es más, sospecho que a mis padres les doy asco porque no me veo como la hija que ellos esperan.
No importa cuánto tiempo me la pase leyendo revistas de moda ni las dietas que haga una detrás de otra, no logro verme como esas mujeres de revista. Ya he intentado todo, desde dejar de comer por días, comer mucho, comer por colores, formas y cantidades, bebidas, tés, remedios, plantas, polvitos y hasta químicos, pero no… la ropa de las mejores tiendas tampoco me queda a pesar de tener una maestría en fórmulas para perder peso. La celulitis y las estrías son las únicas cosas seguras en mi vida. Dejé las selfies porque claro, a veces siento que no quepo ni en las fotos. Esto de ser mujer y tener que cumplir con lo que creo que los otros quieren de mi apariencia es realmente difícil, ¿por qué no nos dicen esto cuando comenzamos a tener conciencia?”
Este es el relato real de una joven que vive con anorexia y que cree que no ve salida a su tormento. Sin embargo, en ocasiones logran entender que se puede salir de ese infierno oscuro y siniestro. Para ayudar a tomar consciencia, estas jóvenes han permitido ser fotografiadas en la tristeza de su existencia y en la lucha por abandonar el dolor y volver a encantarse con la vida:
Las fotografías corresponden al trabajo de la fotógrafa Marie Hald y fueron tomadas en la localidad de Malawa, Polonia, en una casa que apoya desinteresadamente a las jóvenes que sufren trastornos alimenticios.