Milagros

La pirotecnia de la mina San José va desapareciendo y regresamos a la banalidad de la incompetencia cotidiana

Milagros

Autor: Wari

La pirotecnia de la mina San José va desapareciendo y regresamos a la banalidad de la incompetencia cotidiana. Poco a poco resurgen, como un sarpullido, los problemas no resueltos, aquellos que no le hacen perder el sueño a nadie como no sea a quien los sufre.

El drama de los mineros sin salario y sin finiquito no merece ni la atención de la TV ni las visitas de Piñera. “Nuestra riqueza no es el cobre”, dice Sebastián, “Son los mineros”. Por eso se llevan el mineral y nos dejan a quienes lo extraen. Vivos o muertos.

No es por incordiar, pero todo sigue en veremos: La institucionalidad ilegítima, el saqueo de las riquezas básicas, la destrucción del medio ambiente, las falencias de la salud pública, el horror de la educación, el desempleo abierto y encubierto, la obscena concentración de la riqueza, la injusticia tributaria, el Transantiago, la ausencia de derechos laborales, los créditos usureros, la cuestión mapuche…

La cruda realidad regresa al galope. La promesa de transformar el terremoto en una oportunidad ¿Te acuerdas? Cientos de miles de compatriotas siguen viviendo en la precariedad más absoluta. Magdalena Matte, ministra de la Vivienda, confiesa: “No podemos hacer milagros”. Magdalena asegura que «No existen los milagros”. Y precisa que “no es posible hacer casas en 6 meses”. Que una militante de la UDI, diplomada en la UC, asegure que los milagros no existen, demuestra que este país ya no es el milagro que era.

Nadie le pide prodigios a Magdalena, sino que haga su trabajo. A esta ingeniera, tan poco ejecutiva, hay que recordarle que el edificio Gabriela Mistral -concebido para albergar una reunión de la UNCTAD-, fue construido entre diciembre de 1971 y marzo de 1972. Cuatro meses. Sin tanta tecnología. Sin milagros. Sin misas ni procesiones. Otros tiempos, otras urgencias, otros hombres, otras mujeres, otras prioridades.

Según Magdalena, el paisanaje debe armarse de paciencia y, en la humedad o el sofoco de sus mediaguas, ser comprensivo con este tiñoso jaguar que en tres años no logró el milagro de reconstruir 500 casas en Tocopilla. ¿Cómo podrían tener trabajo los hombres y mujeres de Lota si hace sólo trece años que Eduardo Frei hizo cerrar la mina? ¿Cómo podría haber justicia para el pueblo mapuche si sólo hace cinco siglos que luchan por sus derechos? “No podemos hacer milagros”, dice Magdalena. “No existen los milagros”.

Desde luego, las razones de la incuria son otras y se resumen a la pregunta: ¿A quién le importa? El mal ajeno es muy llevadero. Sobre todo cuando quienes mangonean son los privilegiados que se reservan la parte ancha del embudo. Los que concentran la riqueza y secuestran el poder político gracias a una Constitución hecha a la medida para unos pocos.

No puedo acusar a Magdalena Matte de haber leído a Lucrecio, pero tal parece que hace suyos esos versos que dicen: “Cómo es dulce, cuando sobre el vasto mar los vientos levantan las olas, percibir desde la ribera los peligros del prójimo”. Los privilegiados están a salvo. El pueblo no les concierne, no es cosa suya. Los inversionistas sí, el retail, la banca, la gran minería con la cual son abnegados y serviles. Forman parte de ella, o están en sus directorios. Habrá que acostumbrarse a la idea de que “No existen los milagros”. Y retener que a la hora de reclamar su propio pedazo de pan, su vivienda, su trabajo, su educación, su salud, su previsión y sus derechos políticos, nunca nada ha sido tan milagroso como las luchas sociales.

Cada trabajador de nuestro país, cada ciudadano, cada joven, debiese meditar las sabias palabras de Quevedo: “… a cada uno se ha de creer en la carga que lleva, que a la vista de otros no pesa lo que al miserable le quebranta…”. No hay nada que esperar de los poderosos, de los privilegiados.

El verdadero milagro sería ver al pueblo de Chile de pie, poniéndole fin a esta larga penumbra de abusos, de robos, de explotación, de injusticia, de represión y de mentira.

Por Luis Casado

Polítika, primera quincena diciembre 2010

El Ciudadano N°92


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