Inicio estas líneas asumiendo mi ignorancia sobre el tema. No soy un experto en fútbol, como probablemente sí lo sea quien lee esta columna. Tampoco soy un hincha. Hace un par de años una frase de Eduardo Galeano me dio una buena justificación: “…yo no soy más que un mendigo del buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: -Una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.
Sin embargo, deseo explicar las razones por las que ya ni siquiera puedo ejercer mi papel de pordiosero del fútbol. La cuestión es muy simple: Chile ostenta una de las entradas más caras de Sudamérica a los estadios y los partidos sólo pueden ser vistos en TV si usted contrata un servicio de cable que luego le exigirá comprar un pequeño decodificador para poder suscribirse al canal que tiene los derechos del balompié.
Las condiciones expuestas solo pueden existir gracias a un ejercicio cotidiano de legitimación, a saber, el que realizamos todos cuando decidimos contratar el dichoso canal o pagarle la entrada a la S.A. de turno. Obviamente la cancha es otro espacio donde hoy se manifiesta la dominación del mercado. Realidad que contrasta, por ejemplo, con el caso de la nacionalización del fútbol que tiene a nuestros vecinos argentinos disfrutando de una de las varias cosas que saben hacer mejor que nosotros.
Quizás por eso, la primera reacción en Chile, tras el bodrio de elección de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), fue que la tribuna decidió de inmediato suspender el servicio del Canal del Fútbol (donde Jorge Segovia, presidente electo de la ANFP, cuenta con algunas acciones). No cabe duda para la opinión pública que aquí se confabulan una serie de intereses político-económicos: Los de las Sociedades Anónimas; los del Canal del Fútbol; los de los clubes grandes y, según dicen, la de muchos “servidores públicos” que, no obstante ser tan ignorantes en fútbol como su servidor, tienen un buen lote de acciones en las sociedades anónimas del “deporte rey”.
A los dirigentes habría que devolverles el foul donde más le duele, en el bolsillo. No obstante, es difícil saber la dimensión de la lesión causada pues los empresarios del fútbol no rinden cuentas a la galucha. Pues bien, con algunos compañeros no quisimos faltar a la despedida de Marcelo Bielsa, y así cumplimos con nuestra cuota de agente de reproducción de las condiciones ya descritas. Fuimos al estadio que coreó por horas contra Jorge Segovia, la cara visible del poder del dinero en el fútbol. Una vez más, un individuo enmascaró las condiciones estructurales del problema. Es así como no hubo grandes manifestaciones contra uno de los curiosos inventos de Ricardo Lagos: Las sociedades anónimas en el fútbol.
Es probable que el carabinero de turno requisara -como a nosotros- los lienzos alusivos a este y a otros temas relacionados. Hay que evitar bochornos en vivo y en directo, pues estamos en la OCDE y no podemos permitirnos esa clase de lujos. “Usted sabe”, nos dijo el carabinero al momento que salíamos de la estación de Metro, “…el lienzo puede tener mensajes entre líneas que llamen a la insurrección del pueblo” ¡Tal cual! O mensajes entre líneas como el del otro carabinero que en las puertas del estadio nos dijo: “…el lienzo puede ser material incendiario”, quizás tan incendiario como las verdades entre líneas de muchos otros lienzos.
El asunto es que no se puede entrar frases que no sean de fútbol al estadio. Así lo supieron los trabajadores en huelga del Casino Monticello que intentaron posicionar su mensaje cerca del banderín del corner. El fútbol es fútbol, no política. ¿El fútbol y la política no se mezclan? Dígaselo a los hinchas de Mártires de Chicago (hoy Argentinos Juniors), o al Club Atlético Chacarita Juniors nacido el 1º de mayo en una biblioteca anarquista de Buenos Aires.
O, del otro lado de la cancha, ¿Qué me dice de Medici en Brasil en la década de los 70’s y de Videla en Argentina el ‘78, ambos posando junto a las estrellas del momento? O más cerca, ¿Qué me dice de García Meza presidiendo el Wilstermann en Bolivia? ¿O de Pinochet presidente honorario de Colo-Colo? Agreguemos en la lista a Franco arrimándose al Real Madrid, mientras en Chile la Unión Española se retiraba del campeonato debido a los ensordecedores insultos que recibían durante el primer año del franquismo.
¿Perdón? ¿Qué es cosa del pasado, dice usted? Entonces dele un vistazo a los partidos del Barcelona (claro, que tendrá que ir a Catalunya, pues en TV está prohibido mostrar los lienzos con consignas del nacionalismo catalán). Ahora, si por esas casualidades pasa usted por Hamburgo, quizás pueda ir a un partido del St. Pauli, club que en sus principios se declara antifascista, antisexista y antirracista. O (nuevamente al otro lado de la cancha) echemos un vistazo al caso del Presidente empresario Silvio Berlusconi, dueño del Milán y de casi toda Italia.
Y así podríamos seguir hasta completar varias páginas. Pero dejémoslo hasta acá, pues fútbol, política y negocios -dicen- son tres cosas que van por carriles totalmente independientes. Leyó usted bien: Son tres cosas que no se mezclan. Así, seguramente lo entiende Jorge Segovia, Sebastián Piñera, Joaquín Lavín, Jaime Estévez y José Yurazseck. ¡No! dejándose de jodas, como en el barrio, para ellos todo es cancha.
Por Camilo Navarro O.
Militante del Partido de Izquierda Paiz
Polítika, primera quincena diciembre 2010
El Ciudadano N°92