Insólitas, por decir lo menos, resultan las declaraciones del general director de Carabineros de Chile, Eduardo Gordon, respecto de la exoneración de más de un centenar de policías bajo su mando acusados de ilícitos, delitos y abusos varios, 149 de los cuales han sido expulsados de “una de las instituciones con más credibilidad”, según encuestas realizadas periódicamente.
Gordon, de acuerdo a lo señalado en la edición de hoy del diario El Mercurio, indicó que “149 efectivos fueron exonerados tras revisión de las hojas de vida de todos los carabineros, 14 son oficiales y 135 efectivos subalternos, ya que todos se apartaron del perfil profesional y ético de Carabineros, y por eso los exoneraron”.
Hasta ahí, formalmente, todo bien. En el fondo, cabría preguntarse lo que asevera el diario de Agustín Edwards, cuando señala que “es el resultado de la revisión extraordinaria de las hojas de vida de todo el personal de la institución ordenada por el general director, Eduardo Gordon, quien informó de la medida a este medio el pasado 12 de junio”.
Han transcurrido seis meses desde la detección de irregularidades, torturas, apremios, corrupción y abuso de autoridad, “quitadas de droga” incluida, y sólo cuando un medio de comunicación –Canal 13– hace público el hecho, la máxima autoridad policial dispone la baja de los involucrados. Es más, El Mercurio afirma que fue el propio general director de la policía uniformada quien “informó a ese medio de comunicación acerca de los ilícitos. La pregunta es si corresponde que el jefe policial, en un Estado democrático, rinda cuentas primero a una empresa privada antes que a los tribunales de justicia o a las instancias pertinentes.
El mencionado diario, cuya intervención y cercanía con poderes fácticos, empresariales, eclesiásticos, instituciones policiales y armadas, es por todos conocido, juega una vez más el rol de relacionador público de esos poderes, en un vano intento por blanquear la deteriorada imagen policial. Antes lo hizo con militares y ex militares acusados de violaciones a los derechos humanos, con curas pederastas y abusadores sexuales, como son el caso de Karadima, Cox y tantos otros.
También programas seudo periodísticos de Mega, TVN o Chilevisión, donde las policías son elevadas a la categoría de héroes, como “133, atrapados por la realidad”, cuyas sensacionalistas imágenes provocan náuseas, debiesen revisar sus contenidos, y no ocultar los abusos.
Durante los últimos meses, hemos sido testigos de acusaciones en contra de comuneros mapuches por su presunta responsabilidad en actividades terroristas; del injusto encarcelamiento de Saif Khan, pakistaní que fue detenido en la embajada de Estados Unidos sindicado como integrante de una red islamista que sembraría el terror e impondría la “Yihad” en el país y que fue entregado a la policía chilena, que lo mantuvo en prisión; de la detención de jóvenes acusados de vandalismo, atentados con bombas y variados delitos, hoy presos en la cárcel de alta seguridad en Santiago y, últimamente, del caso Olate, militante comunista que sería el enlace entre las Farc de Colombia y movimientos “insurgentes” criollos. La mayoría de esas acusaciones han resultado falsas o carecen de elementos probatorios, pero los presos siguen tras las rejas, la imagen internacional de Khan fue dañada de por vida, los mapuches purgaron largo tiempo encerrados.
Hace pocas horas, Héctor Llaitul, rostro visible de una de las organizaciones mapuches, así como varios de sus compañeros, fueron dejados en libertad por falta de pruebas. Y esos son los casos hechos públicos, pues de no haber mediado la denuncia del departamento de Prensa de Canal 13, el indigente y muchas otras personas anónimas, hubiesen continuado a merced de quienes, se supone, velan por la seguridad de la ciudadanía, con placa, uniforme, armas y recursos pagados por los mismos ciudadanos.
Veremos qué posición asume el Gobierno respecto del general director de Carabineros si se considera la responsabilidad del mando, y si el hilo no se corta por lo más delgado. Por su parte, El Mercurio seguirá mintiendo.
Por Enrique Fernández Moreno