Cristóbal Colón le dio a Castilla el mismo objetivo que, desde 1415 perseguía Portugal: llegar a las Indias, pero navegando hacia el oeste. La idea de llegar a Asia navegando hacia el Occidente no era nueva. Ya en su tiempo, Séneca, había afirmado que era posible navegar desde España hasta las Indias en unos pocos días. El resultado imprevisto del esfuerzo de España por alcanzar las Indias, se llama América. Reflexionando sobre el descubrimiento y conquista de América, Abelardo Ramos afirma que, (cuando) “…el 12 de octubre de 1492, el ligur Cristóbal Colón descubre a Europa la existencia de un Orbis Novo… no solo fue el eclipse de la tradición ptoloménica y el fin de la geografía medieval. Hubo algo más. Ese día nació América Latina y con ella se gestaría un gran pueblo nuevo, fundado en la fusión de las culturas antiguas.”
Para Jorge Abelardo Ramos, el 12 de octubre, es el día de nacimiento de América Latina y esto, es un hecho irreversible –según Ramos- independientemente de que esa fecha sea nominada “…descubrimiento de América, o Doble Descubrimiento o Encuentro de dos Mundos, o genocidio, según los gustos, y sobre todo, según los intereses, no siempre claros…”
Desde esa fecha data, también, el deseo de Inglaterra de arrebatarle a España las nuevas tierras descubiertas y colonizadas. Es durante el reinado de Felipe II de España que, la reina de Inglaterra Isabel I lanza contra la América Española una jauría de piratas y bucaneros que inician contra España una guerra de baja intensidad. Así, la América Española será atacada por Francis Drake en 1579, y por John Davis, en 1592. El objetivo estratégico inglés es claro desde un principio: arrebatarle a España pedazos de su soberanía en la América. Las numerosas islas del continente americano serán las primeras víctimas de la codicia británica. En el sur del continente americano Inglaterra fija su vista sobre las islas que controlan estratégicamente el paso entre los dos océanos –nuestras Islas Malvinas– y organiza, en 1748, una expedición con el inequívoco propósito de apoderase de ellas pero, sólo muchos años después, logrará poner sus manos sobre ellas. Importa destacar que la codicia británica fue en aumento correlativo al debilitamiento del poder español y que, en 1806 y en 1807, Inglaterra invade la ciudad de Buenos Aires con el claro propósito de adueñarse de todo el cono sur del continente americano. El pueblo en armas derrotó en las dos ocasiones al ejército profesional británico que, en la segunda invasión contaba nada menos que con 10.000 soldados. Sin embargo, derrotada militantemente, Inglaterra no se dará por vencida. Sólo cambiará de táctica para alcanzar su objetivo de apoderarse de las tierras del Plata. Para ello, producido el estallido independentista, comprará voluntades, organizará logias secretas que defiendan sus puntos de vista pero, sobre todo, tratará de convencer a los hombres que dirigen la política en el Río de la Plata, de que no deben poner ninguna barrera proteccionista que impida o dificulte la llegada de los productos industriales británicos al puerto de Buenos Aires, pues hay una división internacional del trabajo según la cual Inglaterra debe ser la fábrica del mundo y las Provincias Unidas del Río de la Plata, su granja. Imprimiendo a esa ideología de preservación de su hegemonía las apariencias de un principio científico universal de economía, logró persuadir de su procedencia a la mayoría de la elite porteña, enrolada en el Partido Unitario. Poco a poco, las Provincias Unidas del Río de la Plata, se van convirtiendo en una semi-colonia británica. Sin embargo, la irrupción política de Juan Manuel de Rosas que, en 1835, establece la Ley de aduanas, desafiando -tal como lo hacían los Estados Unidos de Norteamérica, también por ese entonces-, los pseudo principios científicos del libre comercio, hace que el pueblo argentino recupere su soberanía económica y política. La respuesta británica a la llegada de Rosas al poder fue, primero, la ocupación de Malvinas y luego, la intervención militar directa –que llevó adelante junto con Francia. El objetivo no declarado de la intervención anglo-francesa, era la desestabilización del gobierno de Rosas, a fin de provocar su caída. Derrotada, nuevamente, por el pueblo en armas Inglaterra deberá esperar hasta 1852, para volver a imponer en el Río de la Plata la política del libre comercio. Después de Caseros, Argentina vuelve a ser una semi-colonia inglesa. Derrocado Rosas, Inglaterra comienza a pensar que toda la Patagonia podía convertirse en una colonia formal británica. Inglaterra sabe que, ni los Mitre, ni los Sarmiento opondrán demasiada resistencia. Sin embargo, con la llegada de Roca, a la presidencia, Argentina parece recobrar tímidamente su preocupación por los territorios australes. Roca reinicia, entonces, la protesta diplomática por la soberanía de nuestra Malvinas. Sin embargo, es el mismo Roca el que abandonando todo intento de industrialización de la Argentina permite que esta se convierta en la Granja de Inglaterra.
El General Roca es el presidente bisagra entre el siglo XIX y el siglo XX. Sin embargo, no supo librarse de la subordinación ideológica que Gran Bretaña ejercía sobre la inmensa mayoría de la clase política argentina. Roca venció militarmente a Mitre pero no pudo vencer ideológicamente al mitrismo que no era otra cosa que la encarnación criolla de los principios del libre cambio que Inglaterra había exportado a la periferia como doctrina de dominación. No hizo Roca de la industrialización el norte de su política económica. No se propuso –como John MacDonald se lo propuso para el Canadá en ese mismo momento histórico- hacer de la Argentina una pequeña potencia industrial. Roca no se propuso alcanzar la independencia económica -como John Macdonald se lo propuso para el Canadá – se conformó con alcanzar una prosperidad económica estructuralmente muy débil y un vertiginoso progreso económico que, atado de pies y manos a Gran Bretaña, contenía en si mismo el germen de su propio agotamiento. Cierto es que, con Roca, llegaron al gobierno la elite política de las provincias del interior, cuyos intereses difieren del de los portuarios, es decir de la clase política porteña nacida del contrabando que, después de Mayo de 1810, se propuso hacer de las provincias, una colonia de Buenos Aires y, de Buenos Aires, una colonia de Inglaterra. Pero, cuando la elite de las provincias llegó a Buenos Aires fue cooptada por el poder porteño. Hecho que posibilitó que los hombres del interior estuviesen en el gobierno y los de buenos aires en el poder. “Lo que no pudieron las armas lo hizo la estancia” ironiza Arturo Jauretche.
En 1904 la vieja clase política porteño logró expulsar del gobierno a la estéticamente molesta, aunque ya inofensiva presencia provinciana. El 12 de octubre de ese año Julio Argentino Roca entregó el poder a Manuel Quintana. Después de Caseros la Argentina vive una seudo-democracia, es en realidad una república oligárquica cuyos representantes son meros gerentes del imperio británico. Esa realidad explica que, en 1908, cuando Inglaterra declara como dependencia colonial a nuestras Islas del Atlántico Sur y parte de nuestra Patagonia, el presidente “argentino”, Figueroa Alcorta, no efectué el más mínimo reclamo ni realice la más mínima protesta. En 1914 el presidente Roque Sáenz Peña sanciona, para evitar una nueva guerra civil, la ley que consagra el voto secreto y obligatorio. Dos años después el pueblo argentino elige libremente, por primera vez, al presidente de la República. Con Hipólito Irigoyen y el Radicalismo, el pueblo vuelve al poder del que había sido desalojado luego de la batalla de Caseros. Sin embargo, Irigoyen no logra entender que mientras la Argentina siga siendo un país pastoril seguirá siendo una semi–colonia. Sólo la irrupción en la vida política argentina de Juan Domingo Perón, identificado por sus enemigos políticos como un segundo Rosas, hace que la Argentina se proponga retomar el camino de la industrialización. El 9 de julio de 1949 en San Miguel de Tucumán, el presidente de la República el General Perón, en la histórica casa de Tucumán en cuyos salones se había jurado en 1816 la Independencia política de España, procede a realizar la declaración de la Independencia Económica de la Argentina.
“Seguimos el mandato de nuestra historia –declara Perón-. Desde Mendoza, San Martín apuró la declaración de la independencia, convocó a sus propios diputados y los mandó a Tucumán. Y nosotros, que hemos de seguir la línea inquebrantable del sentido y del sentimiento sanmartiniano, llegamos hasta Tucumán para ir a la misma casa, rememorar el mismo clima, comprometer el mismo juramento y decidirnos a morir, si es preciso, para obtener la independencia económica”. ¿Por qué es necesaria esta independencia? –se pregunta Perón, para responder luego- Porque: “Desgraciadamente, mientras luchábamos entre 1810 y 1828 por conquistar nuestra independencia política, perdíamos nuestra independencia económica, siendo colonizados por otras naciones que por más de cien años han sacado beneficios de esta situación”.
El General Perón devela en Tucumán una verdad largamente ocultada por la historia escrita por los vencedores de Caseros: el hecho de que la Argentina pasó de la dependencia formal de España a la dependencia informal de Gran Bretaña. La dolorosa verdad, la verdad oculta, es que cambiamos de collar pero no dejamos de ser perros. Pasamos del collar visible español, al collar invisible inglés. Tuvimos bandera, himno y ejército pero Inglaterra nos encadenó a sus pies con el empréstito Baring Brothers y la sutil colonización cultural. Después de la independencia nos convertimos en una colonia informal del imperio británico. El 9 de julio de 1949, en Tucumán, el General Perón emprendió el camino de nuestra segunda emancipación. La independencia del imperio inglés estaba en marcha. Es, en ese marco de recuperación de la soberanía política que, por primera vez, la Argentina, lleva su reclamo por Malvinas a los Foros Internacionales. Proceso que se corona, en 1965, con la Resolución de Naciones Unidas que reconoce la situación colonial de Malvinas, y obliga a Gran Bretaña, por primera vez, a sentarse en la mesa de negociaciones.
Por Marcelo Gullo
Profesor de la Universidad de Lanús, Argentina ([email protected])
Origen: mundorama.net