El fin de semana del 18 de diciembre ha sido uno de los fines de semanas más tensos para la región noreste asiática en un buen tiempo. ¿La razón? Algunas semanas después del grave incidente de Yeonpyeong, en el cual la República Democrática Popular de Corea (RPDC) respondió con un bombardeo a un ejercicio militar con fuego de artillería realizado por Corea del Sur en aguas en disputa, en el cual murieron dos tropas surcoreanas y dos civiles, tropas de Corea del Sur volvieron a Yeonpyeong a realizar un ejercicio militar, utilizando fuego de artillería nuevamente. El ejercicio militar, realizado el 20 de este mes, se llevó a efecto pese a lo delicado de la situación y pese a que en ese momento, se encontraba en Pyongyang el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, adelantando conversaciones indirectas con el régimen de la RPDC para aliviar las tensiones.
Este nuevo ejercicio, en momentos tan delicados y en una zona tan sensible, que ha visto múltiples choques militares en el pasado, representa nada menos que una abierta provocación, la cual llevó a una situación extremadamente crítica a la península. La gravedad de la situación, motivó una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU el 19 de este mes. Como era previsible, el Consejo fue incapaz de llegar a un acuerdo tras la insistencia de Washington, París y Londres de “condenar” las “acciones beligerantes” de Pyongyang, ignorando el contexto de mutuas hostilidades en el cual se dieron e ignorando que en repetidas ocasiones la RPDC ha pedido al régimen de Corea del Sur no realizar ejercicios militares con fuego de artillería en aguas en disputa. Por su parte, China y Rusia, que no tienen ningún interés en ver las hostilidades escalar en su propia frontera, se negaron a condenar a la RPDC, asumiendo una posición de llamado al diálogo y a retomar la negociación multilateral en torno al programa nuclear norcoreano. A la vez, China y Rusia pidieron a Seúl no realizar los ejercicios militares, lo cual, como era de esperarse, cayó en oídos sordos.
Las acciones de Seúl, que alimentan las tensiones y que se han llevado adelante con el pleno respaldo de los EEUU (y probablemente a instigación suya), llevó a la analista china Li Hongmei a plantear que:
“La gente no puede sino preguntarse qué es lo que pretenden los EEUU –¿que la península coreana vuelva a la paz como se la pasa predicando, o presionar a las Coreas al borde de una guerra total? Es evidente que los ejercicios militares en el borde marítimo en disputa es un asunto delicado, ya que al igual que en los entrenamientos militares que frecuentemente se realizan como demostraciones de fuerza, los cuales son siempre apoyados abiertamente y férreamente por Washington, un error de cálculo o un tiro de prueba desviado podrían ser la chispa que haga detonar intercambios de fuego o enfrentamientos que podrían salirse fácilmente de control, si es que no llevar a una segunda guerra de Corea, llevando a ambas partes al desastre”[1]
Pese a las amenazas norcoreanas en vísperas al nuevo ejercicio militar de Yeonpyeong y pese a movilizar sus tropas y mantenerse vigilantes ante cualquier violación del espacio soberano norcoreano, la RPDC no reaccionó con un nuevo ataque y dejó que los ejercicios siguieran su curso, declarando que no podían responder a todas las provocaciones de Corea del Sur y que el “mundo debe saber quién es el verdadero campeón de la paz y quién está provocando para la guerra”[2]. No cabe la menor duda que la posición de Pyongyang es en respuesta al espacio abierto a las negociaciones por China y por Moscú en el Consejo de Seguridad, sumado a las labores de Bill Richardson.
No solamente eso: en las reuniones indirectas con Richardson, Pyongyang aseguró su disposición a permitir el ingreso de inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica a sus instalaciones nucleares de Yŏngbyŏn y algunas medidas para mejorar la comunicación directa entre los mandos militares de la RPDC con los de Corea del Sur y EEUU [3].
NUEVAS PROVOCACIONES MILITARES DE COREA DEL SUR
Pero cuando todo el mundo pensaba que lo peor de la crisis había pasado, Seúl ha dejado en claro que las provocaciones no cesarán. Al no haber respuesta militar de Pyongyang esta vez, Seúl ha decidido volver a realizar un ejercicio militar con fuego de artillería en el conflictivo Mar Amarillo, pero de una escala aún mayor. De hecho, este ejercicio que empezó hoy y que durará tres días, será el mayor ejercicio militar en tiempos de paz realizado por ese país, según lo explica un general surcoreano:
«La escala de activos mecanizados que participará es enorme. Si normalmente nosotros hubiésemos tenido 6 baterías de artillería mecanizadas K-9, ahora tendremos 36. Tendremos aviones de combate F-15 disparando. Tendremos helicópteros. Ustedes pueden decir que la mayoría de los activos mecanizados participará en el lanzamiento de municiones reales»[4].
O sea, no estamos hablando de un juego de niños. Y como si la misma naturaleza intimidatoria del ejercicio militar no bastara, éste se ha acompañado de una serie de amenazas hacia el Norte, las cuales, “curiosamente”, no han sido tachadas en las agencias de prensa internacionales ni como provocaciones ni como acciones abiertamente irresponsables. ¿Cuál es la motivación detrás de esta seguidilla de provocaciones surcoreanas?
* Por un parte, el gobierno de Lee Myung-bak en Seúl, el cual ha sido virulentamente atacado por los “halcones” del establecimiento surcoreano por su respuesta “débil” durante la crisis de Yeonpyeong el 23 de noviembre, está tratando de complacer a estos sectores con una posición más “dura” –recordemos que la política de Lee se ha basado en el endurecimiento con la RPDC, dando la espalda a la política de diálogo abierta por los dos anteriores presidentes.
* Es también perfectamente factible que haya sectores de estos “halcones” que estén buscando generar una situación de tensión tan crítica como para gatillar hostilidades abiertas y abrir de par en par las puertas de la guerra total. Quieren tomarse la revancha, y dar por terminado, manu militari, este conflicto de seis décadas que sigue abierto pese el armisticio de 1953. Como expresa Richard Roy Grinker: “Ellos (ie. los surcoreanos) aún no se han tomado la revancha con el Norte. De hecho, a varios politólogos que me he encontrado en Washington, les preocupa que los surcoreanos no parece que vayan a estar contentos sino hasta que el Estado de Corea del Norte sea destruido”[5]. Además, con los progresos en el programa nuclear norcoreano, estos “halcones” temen que dentro de poco la posibilidad de la solución militar al conflicto ya no sea una opción.
EEUU y sus aliados, como es de esperar, apoyan y estimulan todas estas acciones bélicas y ponen todo el peso de la responsabilidad de lo que pueda pasar en Pyongyang, siguiendo la tendencia bien establecida en la “comunidad internacional” de exigir “gestos” de Pyongyang sin sentirse obligada a reciprocarlos o a presionar, igualmente, a Seúl aún de cara a las más abiertas provocaciones de su parte.
LA ALIANZA SEÚL-TOKIO-WASHINGTON
Estas acciones no ocurren en el vacío, sino que después de la formalización de una alianza trilateral entre Seúl, Tokio, Washington, el día 8 de diciembre. Esta alianza ha sido convocada a raíz del incidente de Yeonpyeong, pero no es una mera “respuesta” a estos hechos, sino que expresa la consolidación de una relación de más de medio siglo, de carácter neocolonial, entre los EEUU y sus más cercanos socios en un Noreste Asiático que está cada vez menos dispuesto a seguir siendo el patio trasero de los EEUU. El general chino Luo Yan advirtió, en una reciente entrevista, que el creciente abandono del “pacifismo constitucional” japonés es una causa de preocupación para China. Cree, además, que esta alianza trilateral tendría el interés objetivo de contener a China[6]. Aún cuando Seúl y Washington sean las voces que gritan más fuerte en la actual crisis, el rol de bajo perfil de Tokio es con seguridad lo más preocupante para Beijing.
Las declaraciones de Luo, reflejan la importancia estratégica que en estos momentos tiene para China la RPDC, más allá de los lazos de sangre forjados desde la experiencia guerrillera antijaponesa común de los años ’30. Mal que mal, los chinos recuerdan que a comienzos del siglo XX el imperialismo japonés llegó a China vía Corea.
No está de más expresar también que la posibilidad de esta alianza, hace 60 años, en plena Guerra Fría, fue una de las causas que detonó la guerra de Corea (1950-1953) ante una RPDC, una China y una Unión Soviética que temían un resurgimiento del imperialismo japonés de la mano de la asistencia militar y económica norteamericana. En su visión, el títere local de este imperialismo remozado sería el régimen de Seúl, el cual fue fundado sobre la estructura colonial japonesa y cuyo personal político-militar estuvo compuesto por importante colaboradores coreanos de Japón. Seis décadas más tarde, esta alianza se ha consumado de manera explícita, alimentando una ansiedad en China, la RPDC y muy probablemente Rusia, que tiene profundas raíces en su propia experiencia histórica.
EJERCICIOS MILITARES SURCOREANOS: JUGANDO CON FUEGO
En un artículo reciente, escrito para el Asia Times por Kim Myong Chol, un hombre de confianza del líder de la RPDC Kim Jong Il, se describe el panorama dantesco que podría resultar de la confrontación entre la RPDC y Corea del Sur, la cual llevaría, según él, a ataques intercontinentales hacia EEUU, aparte de ataques a Seúl y Tokio. En este artículo, además, se describe el potencial atómico norcoreano, potencial que no ha sido oficialmente ni verificado ni negado por Pyongyang, quienes han mantenido una posición ambigua ante este asunto, a veces enfatizando el carácter pacífico de su programa, a veces dejando abierta la posibilidad que “puedan” tener algunas ojivas nucleares, según convenga a las negociaciones. Si bien es probable que el artículo exagere bastante las capacidades de Pyongyang de infligir destrucción a los EEUU o sobre su potencial nuclear, no cabe ninguna duda que el ejército norcoreano es una fuerza formidable, y que los misiles norcoreanos son de excelente calidad[7].
Además, Corea del Norte no solamente posee un ejército formidable: es también una sociedad espartana, disciplinada y preparada colectivamente para la guerra. Si hablamos de guerra total en la península coreana, estamos hablando de una guerra mucho más compleja que las que ha enfrentado EEUU recientemente en Irak y Afganistán, donde no había ni ejército disciplinado ni capacidad de resistencia como la que posee la RPDC, cuya población aún tiene el recuerdo vivo de las atrocidades de la ocupación de los EEUU y de Corea del Sur.
Lo cierto, es que, tenga la RPDC armas nucleares o no, una guerra total en Corea sería una catástrofe de proporciones apenas imaginables, que se ramificaría rápidamente al Japón y aún a los EEUU, sobrepasando un marco geográfico limitado a la península coreana. El mejor resultado al que pueden aspirar Seúl y Washington, sería una victoria pírrica. Cálculos de inteligencia norteamericanos en los ’90 indican que una guerra contra Pyongyang costaría la vida de al menos 80.000 soldados norteamericanos y medio millón de soldados surcoreanos en los primeros meses de guerra[8]. Eso, si se trata de un conflicto con armamento convencional y sin más actores que las dos Coreas y los EEUU.
DÉJà VU: 1950…
Aún cuando Corea del Sur, siendo un país del G-20, tiene mucho que arriesgar con nuevas hostilidades, los halcones en el poder parecen determinados a incrementar peligrosamente la tensión en la península, sea con el fin de provocar alguna agresión por parte del Norte que sirva de coartada para iniciar un conflicto, o sea solamente como una manera de disuadir a Pyongyang para que realice futuros ataques. Este es un juego muy delicado, pues en la península coreana un error de cálculo puede tener repercusiones apocalípticas como ya hemos visto. Cuando la guerra de Corea estalló en 1950, podríamos decir que lo que la ocasionó y profundizó fue una serie de errores de cálculo ante cada una de las decisiones importantes por parte de los actores del conflicto.
Syngman Rhee, entonces presidente de Corea del Sur, no pensó que sus continuas agresiones militares contra el régimen del Norte (1.863 solamente en 1949), así como sus constantes amenazas de aniquilar a la RPDC, llevarían a ésta a desarrollar un ataque preventivo. Luego, Pyongyang, cuando cruzó la frontera, no se imaginó que los EEUU defenderían a Seúl en vez de abandonar a este régimen a su suerte como abandonaron poco antes a Chiang Kai Shek en la China continental. Como lo demuestra un telegrama del entonces embajador de EEUU en Moscú, Seúl era demasiado importante en términos políticos como para ser abandonado: “La República de Corea es una creación de la política de EEUU y de las acciones de la ONU dirigidas por los EEUU. Su destrucción, tendría repercusiones desfavorables gravísimas para los EEUU en el Japón, en el Sudeste asiático y en otras áreas”[9].
Cuando EEUU intervino en el conflicto para defender a su cliente en Corea, primero, subestimó la capacidad bélica de los norcoreanos, viéndose forzados a retroceder hasta ser arrinconados en Pusan, en el extremo sur de la península. El general Bradley reconoció la arrogancia militar de los mandos norteamericanos: “Yo creo que ninguno de nosotros sabía (…) el costo de todo esto. Nadie pensaba que los norcoreanos serían tan poderosos como resultaron ser”[10]. Después de eso, debieron comprometer más tropas terrestres y más tropas también de sus aliados para salir de esta situación.
Y cuando lograron hacer retroceder a las fuerzas de la RPDC al paralelo 38, tras el sorpresivo desembarco de tropas en Inchon, los EEUU, en vez de terminar el conflicto donde empezó, decidieron marchar hacia el Norte, de manera consistente con su política de hacer retroceder al “comunismo” (roll back policy). No consideraron que China vería amenazada su propia revolución con este avance, el cual se producía además en momentos en que Washington reforzaba sus lazos militares con el régimen anti-comunista chino de Chiang Kai Shek en Taiwán. Mientras avanzaban, no sospecharon que se encontrarían con 300.000 tropas chinas, que reforzaron a 80.000 tropas regulares e irregulares norcoreanas, las cuales les harían, nuevamente, retroceder, hasta la estabilización del conflicto a mediados de 1951 en una guerra de posiciones.
Todos esperaban, en 1950, una guerra relativamente poco dolorosa y rápida. La realidad fue muy diferente: la guerra se extendió entre 1950 y 1953, y en ella murieron al menos tres millones de coreanos. Fue la guerra más atroz después de la Segunda Guerra Mundial, tanto por la escala de la masacre como por las crueldades en ella cometidas. La posibilidad más “remota” según todos los cálculos, terminó siendo una pesadilla hecha realidad.
…2010
Técnicamente, esta guerra nunca se terminó: en 1953 se firmó un armisticio, no un acuerdo de paz, con lo cual ambas Coreas siguen en guerra entre sí, y la RPDC sigue en guerra con los EEUU, como nos lo recuerda cada cierto tiempo algún bombardeo, algún incidente militar en la volátil frontera o cuando escuchamos del cruel bloqueo económico impuesto a Pyongyang por los EEUU como parte de sus decretos que prohíben comerciar con el “enemigo”.
Si las atrocidades de 1950-1953 fueron, en parte, fruto por una seguidilla de errores de cálculo de todas las partes involucradas, hoy en día puede ser que también se estén equivocando en el cálculo aquellos que creen que las provocaciones de Seúl con sus ejercicios en las aguas en disputa puedan realizarse sin consecuencias. Se equivocan los que, en ambos bandos, creen que puede haber una victoria fácil en esta guerra. También pueden equivocarse los halcones que en Seúl creen que, tal vez, esta es la ocasión de terminar, manu militari, con la guerra abierta desde 1950, y que apuesten al escalamiento de las tensiones. Son estos sectores quienes, según Grinker, “reconocen claramente lo mucho que asusta a los norcoreanos la idea de una ‘unificación por absorción’ (hŭpsu t’ongil) al sur (…) Para muchos surcoreanos, “unificación” es un eufemismo de conquista, de aniquilamiento de Corea del Norte, y de la total asimilación de los norcoreanos por los surcoreanos. Desde esta perspectiva, la unificación por asimilación (…) completaría la victoria latente de Corea del Sur en la aún no concluida Guerra de Corea”[11].
También puede que se equivoquen los que crean que la guerra no arrastraría a actores fuera de la península. Y también pueden estar equivocados los que crean que, debido a que la guerra no responde al interés objetivo de ninguna de las dos Coreas, éste sea solamente una posibilidad remota: en un medio tan volátil como la península coreana, cualquier cálculo arriesgado es jugar con fuego. En Corea, cualquier cosa puede pasar y es por eso que hay que evitar, por todos los medios, cualquier forma de escalamiento del conflicto.
Todo esto se complica cuando vemos que ninguno de los lados está dispuesto a ceder: cualquiera que deje una provocación o una agresión sin respuesta, perderá inmediatamente terreno en una conflagración donde lo simbólico juega un papel determinante. La única certeza de una nueva guerra total en la península es el dolor superlativo que ésta ocasionaría. Una victoria militar, aún la más pírrica de las victorias, sería impensable para ninguno de los bandos.
Sencillamente, sería más conveniente retomar las negociaciones de paz, normalizar las relaciones según el espíritu del Acuerdo Marco de 1994[12]. Según Washington, retomar las negociaciones equivaldría a recompensar el “mal comportamiento” de la RPDC, lenguaje inequívocamente colonial y además hipócrita, pues a los EEUU jamás les ha parecido un obstáculo para patrocinar negociaciones de paz en Palestina-Israel el mal comportamiento de Israel, que bombardea, secuestra, asesina, impone un bloqueo medieval sobre millones de palestinos y construye asentamientos para seguir robando territorio. El meollo del asunto es que la normalización de relaciones y un acuerdo de paz, significaría una derrota para la política de EEUU que desde hace más de medio siglo ha apostado a la no existencia de Corea del Norte.
UN CONFLICTO INTERNO DE REPERCUSIONES INTERNACIONALES
La sola existencia de la RPDC sigue siendo un desafío a Washington. Las motivaciones que los llevaron a la carnicería de 1950 aún parecen desvelar, no sólo a los “halcones” de Seúl, sino también a los generales del Pentágono, que están igualmente ansiosos de poner fin a la guerra en los términos en que fueron incapaces de hacerlo en 1953. Han esperado dos décadas el colapso del Norte y pareciera que el régimen es capaz de soportar condiciones extraordinariamente difíciles sin signos de debilitamiento. Es más, el avance del programa nuclear dificultaría eventualmente cerrar el conflicto por la fuerza bruta.
Pareciera ser, entonces, que ciertos “halcones” de Washington también consideren que es ahora o nunca, que antes de que la RPDC pueda convertirse en una potencia nuclear, hay que desatar una guerra limitada, que puede convertirse en guerra total. Por eso las provocaciones y el cierre del camino al diálogo.
Para Washington hay, además, otro factor de mayor importancia estratégica que Pyongyang: la amenaza que la emergencia china representa a su hegemonía de medio siglo en la costa Pacífica de Asia. El fortalecimiento de su alianza con Seúl y Tokio, el reforzamiento de su pie de fuerza militar en la región y el eventual aislamiento o destrucción de Pyongyang, servirían para reforzar su hegemonía y debilitar la de China.
Tanto China como Rusia están conscientes de esta dimensión geoestratégica de la crisis –ambas potencias tienen un interés objetivo en minar la hegemonía norteamericana en Asia y son plenamente concientes del rol que la RPDC juega en este sentido. Saben que el colapso de Pyongyang abriría las puertas a un rol aún mayor de los EEUU en la región, en sus propias narices. Amabas potencias están agotando los recursos diplomáticos y apostando por la vuelta al diálogo, pero una guerra total, tendría consecuencias imprevistas y podría arrastrar a estas dos potencias directa o indirectamente al conflicto. Como dice la analista Li Hongmei: “China debe hacer saber al mundo que cualquier acción que sea echar leña al fuego de la península coreana será visto como una provocación contra China” [13].
Al igual que ayer, estamos ante un conflicto propiamente coreano, de raíz colonial, pero de repercusiones estratégicas mayúsculas en el Noreste Asiático. Ahí donde hay luchas por hegemonía y por mercados, está el caldo de cultivo de las guerras del mañana.
Ojalá que ni en el 2010 (ni en el 2011) vivamos un déjà vu de 1950.
Por José Antonio Gutiérrez D.
23 de diciembre, 2010
NOTAS
[1] http://english.people.com.cn/90002/96417/7238362.html
[2] http://www.bbc.co.uk/news/world-asia-pacific-12039477
[3] http://news.xinhuanet.com/english2010/world/2010-12/21/c_13657848.htm
[4] http://www.diariodecuba.com/internacional/2322-corea-del-sur-anuncia-un-enorme-ejercicio-militar
[5] Grinker, Richard Roy, “Korea and Its Futures”, Ed. St. Martin Press, 1998, p.24
[6] http://opinion.globaltimes.cn/commentary/2010-12/603684.html
[7] Puede leerse una versión en castellano de este artículo en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=118676&titular=ee.uu.-corre-el-riesgo-de-equivocarse-de-enemigo
[8] Oberdorfer, Don “The Two Koreas” Warner Books, 1997, pp.315 & 323. Cumings, Bruce “North Korea, Another Country”, The New Press, 2004, p.83
[9] MacDonald, Callum, “Korea, The War Before Vietnam”, Ed. The Free Press, 1986, p.30
[10] Ibid, p.36
[11] Grinker, p.xiv
[12] Sobre el Acuerdo Marco de 1994 puede consultarse el artículo previo http://www.elciudadano.cl/2010/12/18/la-nueva-vieja-crisis-en-la-peninsula-coreana-el-largo-camino-a-yeonpyeong/
[13] http://english.people.com.cn/90002/96417/7223231.html
El Ciudadano