En un gobierno conducido por tecnócratas cuya ideología política y filosofía de vida se basan en el “éxito”, el que a su vez se mide en los ingresos mensuales y anuales, el patrimonio tangible y en el tener más que en el ser, no es sorpresa que sus rostros más visibles aboguen por una educación superior que moldee a futuros profesionales de acuerdo a esos criterios. Lo triste es que muchas personas se tragan ese cuento servido en hojas mercuriales, y hay padres y madres que, en momentos que usted lee estas líneas, están tratando de convencer a su hijo o hija para que desista de estudiar lo que, por vocación desea, argumentando que “el mercado” dice otra cosa. El maldito todopoderoso señor mercado, que excluye, segmenta y destruye la esencia del ser humano.
El ministro de Educación, Joaquín Lavín, ícono del opus deísmo más recalcitrante, avalado por el presidente-empresario y un séquito de asesores y secretarios de Estado provenientes de las familias más poderosas del país, saben que cuentan con apenas 4 años para realizar transformaciones o mejor dicho, regresiones a un sistema educativo, social y cultural contra el que generaciones han luchado a lo largo de décadas.
Chile, así como muchos otros países, necesita de personas, profesionales y técnicos, y no de robots funcionales a la productividad, al lucro. La educación de mercado es la que favorece al actual sistema, en el cual no tienen cabida los artistas, historiadores, profesores y humanistas, sino sólo aquellos que “rindan”, que demuestren eficiencia y eficacia, razón por la que miles de niños y niñas quedarán automáticamente marginados. Y eso sin mencionar a quienes sufran alguna patología sicomotora, intelectual o de cualquier tipo.
Desde que la dictadura militar municipalizó la educación, la brecha entre colegios pagos, particulares subvencionados y dependientes de las municipalidades se amplió, iniciándose un progresivo deterioro que permite hoy la existencia de alumnos y alumnas destinados a servir a la clase más privilegiada.
Si bien es cierto que siete de cada diez estudiantes que acceden a la universidad son, muchas veces, primera generación en su familia, también es verdad que existen inmensas dificultades de obtener un empleo digno para esos jóvenes, ya sea por su falta de redes, barrio del cual proceden y escuela donde estudiaron, sus apellidos y hasta su color de piel, estatura o el modo de hablar y vestirse. Porque Chile es un país clasista, y con seguridad que un “niño bien”, de “buena familia”, que habita en el barrio alto y cuyos padres poseen una amplia red de contactos en empresas públicas y privadas, tendrá más posibilidades de obtener un trabajo bien remunerado aunque no esté tan cualificado como el chico de barrio pobre. A modo de ejemplo: en este país, quienes habitan en zonas carentes evitan poner en sus CV su dirección real, y ponen una de calles más acomodadas.
El proyecto educativo del actual gobierno, en el que Piñera y muchos de sus ministros y ministras demuestran una ignorancia supina al abarcar distintos temas generales, denotando un desprecio absoluto por la cultura, la lectura y el debate, apunta a crear robots acríticos, basándose en realidades europeas, asiáticas o estadounidenses qua nada tienen que ver con nuestra realidad.
Es el caso de Finlandia, un pequeño país escandinavo con un alto estándar de vida gracias a una formación tecnológica. Pero sólo eso. Porque Finlandia no es solamente telefonía celular y maquinaria dedicada a la explotación minera, es también un altísimo nivel de alcoholismo, problemas psiquiátricos, soledad. Baste acudir a algún “ravintola”, o restaurante local, donde es preciso contar con matones contratados como guardias en cada sitio para frenar la violencia y el nivel de agresividad entre los parroquianos. Hasta mediados de los años 80, los fineses constituían una de las mayores colonias de inmigrantes radicados en Suecia y Noruega debido a los atractivos salarios, que distaban mucho de los que se pagaban en Helsinski.
En Japón, una de las sociedades más tecnologizadas del orbe, la presión es tal que sus ciudadanos y ciudadanas optan por quitarse la vida si no cumplen con los objetivos laborales o fracasan en sus estudios. Los “hoteles-colmena”, pequeños habitáculos disgregados en las ciudades sirven de refugio nocturno para aquellos trabajadores que, fatigados por largas jornadas, se toman un par de copas, duermen algunas horas y regresan a su lugar de trabajo; sin contactos familiares, de amistad o sociales. Japón es también una sociedad xenófoba y racista, donde la palabra “Gaijin” es empleada para referirse a quien no es natural de ese país.
Estados Unidos de Norteamérica es lo que es: primera potencia mundial pero no solamente gracias al tesón de sus habitantes. Ha explotado recursos naturales de todo el planeta; iniciado guerras para hacerse con el oro, el petróleo, el agua y los alimentos existentes desde su creación, pero un ciudadano promedio escasamente sabe dónde queda Chile o si España es una república. La cultura de la hamburguesa, la tele basura y la Coca-Cola reinan en el país del Norte. Más de 30 millones de personas viven indocumentadas, sin acceso a las bondades del sistema, ni salud, previsión o jubilación; el racismo y los conflictos interétnicos cobran a diario sus víctimas y en los colegios y universidades guardias fuertemente armados vigilan a los jóvenes que, de tanto en tanto, protagonizan masacres que no deseamos en nuestras escuelas. Estadísticas recientes demuestran que la población norteamericana vive angustiada, endeudada y con miedo a los atentados terroristas, la vilencia y la delincuencia. Ese es el tipo de sociedad que han creado.
Según el actual gobierno chileno, los países anteriormente mencionados son sinónimo de “éxito”; de progreso, dignos de imitar.
Chile es un país con bajos niveles de tolerancia a la diversidad, dominado por una elite política y económica que no se distingue precisamente por su bagaje cultural pero sí por su ostentación y prepotencia. Muchos dueños de universidades privadas son el mejor ejemplo de ello, así como el “producto” que arrojan al mercado laboral.
En este país, donde la educación de mercado reina por doquier, no sobran las personas, menos aquellas que cuestionan, critican, polemizan, debaten y discuten, ponen en entredicho al poder; por el contrario: si contamos con una masa crítica educada y culta, podremos hacer frente a intentonas sacadas de planteles de tiza y pizarrón que pretenden convertirnos en meros entes.
Por Enrique Fernández Moreno