La historia parece circular. Trae al presente capítulos que parecía cerrados y probadamente errados. Ante la endeblez del actual gobierno, los tropiezos y, en cierta medida, la clausura en la profundización de su inicial programa, han comenzado a salir y proliferar cual ofertas comerciales las candidaturas presidenciales. No emergen como nuevas propuestas o respuestas a las múltiples demandas que están en el aire, sino como marcas caracterizadas en rostros y figuras. La política, si ya expresa un vacío de contenidos, tiende a extender hacia el futuro estas carencias.
No es una buena noticia que Ricardo Lagos y Sebastián Piñera estén en la grilla de largada para candidaturas presidenciales. En ambos casos sus gobiernos terminaron con altos niveles de rechazo y ambos son responsables de los actuales problemas que aquejan a la sociedad civil. Ambas figuras se identifican abierta y precisamente con el modelo económico de mercado que ha diseñado la actual sociedad, llena de discontinuidades, discriminaciones y exclusiones. El modelo de libre mercado en todas las actividades potencialmente rentables, partiendo por la educación, la salud o la previsión, tan defendido y reforzado por estos exmandatarios, es sin duda una de las causas del actual ambiente de insatisfacción que se extiende entre trabajadores y consumidores por todo el país.
Los problemas que aquejan a Chile no están exclusivamente relacionados con el mal manejo político de la actual administración. La raíz del rápido deterioro, si bien responde en parte a la ineficiencia, desprolijidad y falta de convicción en la aplicación de las reformas comprometidas en el programa de gobierno, es la continuidad en un modelo ya agotado por sus evidentes contradicciones, entre las cuales la más visible es la división del país entre unas elites que usufructúan de los poderes públicos y privados. Adosado a este fenómeno que se retroalimenta y ensancha sobre la corrupción, está la creciente desigualdad en la distribución de los ingresos, sobre el cual se ramifican todo tipo de disfuncionalidades sociales y económicas.
El país controlado por las elites, enquistadas en esos poderes y con cobertura privilegiada y amplificada por los medios de comunicación corporativos, es incapaz de hacer un diagnóstico certero sobre las causas que lo ha llevado al presente atolladero. Cuando las salidas que se plantean son un cambio de manos al interior de las mismas elites, entre los mismos grupos económicos, el efecto será hundir al país aún más en el actual resumidero. Cambiar de manos es sólo ganar tiempo, levantar espejismos electorales y desmovilización de las organizaciones sociales, es armar efectismos y falsas promesas para finalmente mantener la institucionalidad y el statu quo.
En este ilusionismo los únicos ganadores son quienes realmente controlan el país, los grandes grupos económicos, en tanto el gran y extendido perdedor lo conformará una vez más la ciudadanía, que tendrá que continuar tragando todas las contradicciones que genera el gran capital bajo el esquema de libre mercado en su versión más extrema. Por un lado las excesivas ganancias a todo evento, incluso bajo el quejumbroso recurso del bajo crecimiento económico. Porque en este escenario las empresas siguen ganando a manos llenas y haciendo millonarios negocios, como el ingreso de Qatar Airlines a Latam o la venta de parte de Ripley a un consorcio mexicano.
La emergencia de este tipo de candidaturas y figuras tiene un factor doblemente perjudicial. Es el más directo efecto de la concentración del poder en un par de conglomerados cerrados que le dan todo tipo de garantías a los poderes que representan. Pero es también la certeza de un regreso y una amplificación de las mismas y viejas políticas que mantienen a la sociedad ante permanentes amenazas, las que van desde los problemas en educación y salud, a los ambientales y territoriales, por mencionar los más inmediatos y presentes.
Hay, sin duda, un tercer factor, que es posiblemente el más difícil de asumir. Es la falta de liderazgos y de propuestas reales desde otras perspectivas políticas. El deterioro de la política actual, convertida en una casta financiada por los intereses corporativos, así como gran parte de la institucionalidad vigente, construida para amparar la concentración del poder y la riqueza, obliga a las organizaciones sociales y políticas a hacer un esfuerzo con carácter de urgencia para levantar desde ya una propuesta viable.