Crónica de un Cabildo Provincial

El pasado sábado 23 de julio se realizaron a lo largo del país los Cabildos Provinciales, la tercera y penúltima de las fases participativas del Proceso Constituyente. Si bien se ha escrito bastante sobre las razones para estar en contra o favor de dicho proceso, no se ha retratado lo que realmente sucede en estos encuentros ciudadanos. Este relato intenta describir la experiencia.


Autor: Sebastián Maturana

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Preámbulo

Fe de erratas, primero a lo primero: ¿por qué participar en este proceso?, ¿valdrá la pena el esfuerzo? Lo cierto es que no existe garantía alguna de que este trabajo rinda los frutos que pretende, y su legitimidad es puesta en duda por amplios sectores. Mi forma de ver el problema es la siguiente: respecto a la discusión en torno a la representatividad que tendría la eventual Constitución en términos de la participación en el proceso, es claro que de todas maneras gozaría de mayor legitimidad que el resto de las Cartas Fundamentales de nuestra historia, ya que ninguna ha considerado la opinión o parecer de más que un puñado de personas pertenecientes a la elite.  Se dice que este proceso es profundamente democrático, lo que comparto, aunque agregaría que es un ejercicio esencialmente político, donde se discute cara a cara, se reconoce al otro en la misma condición, y aunque no siempre se logran acuerdos, se decide en forma conjunta. Es a todas luces un esfuerzo más provechoso que el de odiar o sermonear por Facebook y en secciones de comentarios de los medios on line. Puede que estemos dando inicio a una tradición que no existía, a una nueva forma de relacionarnos, políticamente hablando. Nos cuesta muchísimo enfrentarnos sin llegar a la violencia, y este tipo de eventos nos sirve no tan sólo como una forma de expresión o desahogo, sino que también como una manera de reconstruir el tejido social desmantelado ya hace tiempo. Esto es beneficioso, pero el objetivo no hay que perderlo de vista ni un segundo: que los resultados sean no solamente tomados en cuenta, sino que fundantes. Sin embargo, el riesgo es alto, pues si el Proceso Constituyente resulta ser un timo que legitime cambios superficiales y anodinos, o si llega a transformarse en nada más que una promesa de campaña, el esfuerzo, el tiempo y la energía que muchísimos le hemos dedicado no serán más que un tiro al aire, un ejercicio esquizofrénico, una terapia masoquista. Espero realmente que esto no se transforme en una crónica de una muerte anunciada. Las repercusiones de tal funesto escenario son inciertas, pero lo seguro es que la energía no se desvanece, sólo se transforma.

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Acreditación e Inicio

Me inscribí previamente para participar del Cabildo a realizarse en la hermosa Escuela Básica Salvador San Fuentes, de la Comuna de Santiago, frente al Parque Quinta Normal y el Museo de la Memoria. Para llegar abordé el Metro desde Maipú. En el tren noté que varias personas acudían también a la cita, pero en ningún momento nos dirigimos la palabra. Salimos juntos, pero no revueltos, de la Estación Quinta Normal. Llegué (o llegamos) casi a las 9.00 de la mañana, hora oficial del inicio de la actividad, y me encontré con una fila considerable de personas esperando entrar. Me ubique en la cola y me aguanté las ganas de fumar para evitar problemas. En eso, un anciano recorrió la fila gritando “¡esto es un tongo, está todo arreglado, la Constitución del 80 va a quedar igual!”. Un caballero le respondió a gritos y el anciano siguió su camino. Vi noteros, fotógrafos y camarógrafos de televisión al mismo tiempo que bajaba de un vehículo el Ministro Vocero de Gobierno. La fila avanzó rápida y pronto estuve dentro del establecimiento. Me topé con el Ministro del Interior y la Alcaldesa Tohá, quienes eran acorralados por un séquito de periodistas y viejitos asombrados. Me presenté con mi Carné y me dieron un sticker fluorescente con el número del grupo asignado. En total se conformaron 18 grupos que se reunirían por separado en sus respectivas salas. La acreditación fue expedita y en breve me encontré esperando y dando vueltas por la escuela. Aproveché de salir a fumar. Una mujer reclamaba que la entrada estaba demasiado llena como para pasar con su bicicleta. Volví a entrar. Noté que muchos asistieron en grupos pero  muchos otros, sobre todo jóvenes, aguardaban solos, repartidos, sin hablar con nadie, igual que yo. Los medios y los políticos iniciaron su ritual, se sacaron fotos, se esgrimieron sonrisas, se estrecharon manos y se habló en voz baja con los vecinos que se revolvían alrededor. Hubo declaraciones oficiales y cuñas. Al retirarse los famosos, la gente comenzó a vociferar para apurar el trámite. Por fin los encargados de la organización subieron a las gradas y tomaron el micrófono, habría que esperar más de lo programado pues quedaba harta gente afuera que venía atrasada. Se pasó a las instrucciones, camarógrafos aún hacían lo suyo. De repente una viejita muy pobre, aparecida de la nada, comenzó a dar la mano a todos los que estaban cerca del “facilitador” que hablaba por alto parlante e interrumpiendo la ceremonia le pidió a este su ayuda, balbuceó apenas algo de un problema de audición y que quería comer. Le dijeron que aguantara. Esperamos otro rato y al fin se dio el vamos. La acreditación, que estaba programada para durar 30 minutos, duró 2 horas.

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Hallé mi sala y al ingresar lo primero que encontré fue que las dos personas que entraron antes, un joven de veintitantos y un caballero en sus sesentas, ya estaban discutiendo acaloradamente; “¡eso no es suyo, no tiene por qué botarlo a la basura!”, le increpaba el primero al segundo. Resulta que el señor había desechado uno folleto de una organización llamada “cabilderos.cl”, que alguien había decidido dejar en la sala con anterioridad y mezclado con la papelería oficial de la actividad. Más tarde me enteraría que el de la idea había sido el joven veinteañero, estudiante de Derecho de la Universidad de Chile y dirigente de “Atrévete”, agrupación de estudiantes de “centro derecha + independiente” de la mencionada universidad. El joven, además de escabullirse sin que nadie lo viera para dejar su propaganda, lo había hecho en cada una de las salas de reunión. Pero eso aún no lo sabía, aunque lo sospechaba. Me senté al lado del joven atrevido y esperé a que llegaran los demás participantes. Repetí el gesto del señor y boté uno de sus folletos a la basura. Varios recogieron los documentos oficiales tomando de pasada el polémico folleto titulado “Cabilderos. Ideas para ciudadanos con opinión”. A medida que lo fueron leyendo los rostros dieron cuenta de la perfidia, se trataba de propaganda de derecha (Estado Subsidiario, rechazo al cambio constitucional total y a la Asamblea Constituyente, apoyo al Tribunal Constitucional, Libertad de Enseñanza, Derecho a la Vida y otras tantas posturas conservadoras). Cuando la gente empezó a rezongar aproveché de explicar que alguien había dejado ahí la tendenciosa propaganda. La gran mayoría rechazó el acto de inmediato. No sé qué fue más desatinado, el hecho de dejar su mierda a escondidas como un caza bobos, o el considerar que hubieran personas tan tontas como para ser sugestionadas y que no se dieran cuenta del origen de lo que leían. El folleto, que profería “ideas para ciudadanos con opinión”, contaba realmente con lo contrario, con que alguien vacío se llenara de sus ideas. Luego, aclarada la situación y acomodados los participantes, nos enfrentamos a la difícil tarea de organizarnos. Esperamos por un facilitador que no llegaba. Nos pusimos nerviosos. Éramos cerca de 25 personas. Decidimos presentarnos uno a uno. Las características demográficas del grupo resultaron ser muy parecidas a las que encontré en el previo Encuentro Local del que participé. Todos declaramos vivir, trabajar o estudiar en la Comuna de Santiago. No había menores de edad. Jóvenes, adultos y ancianos estaban representados con cierta proporcionalidad. Lo mismo ocurrió con el género. Dos personas declararon ser homosexuales. Todos nos encontrábamos dentro de los difusos rangos a los que puede llegar la clase media. A excepción de dos mujeres, que dijeron ser dueñas de casa, todos contábamos con estudios universitarios. Periodistas, dirigentes sociales, profesores, empleados, comerciantes, cientistas sociales, estudiantes y, sobre todo, abogados y estudiantes de Derecho. En un acto acrobático de gimnasta olímpico, el joven de los folletos, que había quedado muy a la defensiva, alegó que todo aquel que fuese funcionario público debía “transparentarlo”, petición que, en conjunto, consideramos rechazar, pues lo mismo sería preguntar por pertenencia a partidos políticos, tendencia ideológica, estrato socioeconómico o equipo de fútbol favorito. No venía al caso. La discusión misma dejaría en claro las posiciones de cada uno, sin necesidad de fiscalizaciones espurias. Después de esto, el joven pilluelo no volvió ya a ser el mismo. Continuamos esperando naturalmente por la llegada de alguien que dirigiera. El hombre es un animal de costumbres. Acudí raudo a buscar a alguien para que nos orientara. En breve se apareció una facilitadora que, con paciencia, nos conminó a seguir las instrucciones escritas que indicaban que debíamos organizarnos nosotros mismos. Bien podríamos haber sido parte del Cuarto Básico que diariamente ocupa esa sala. La primera tarea era elegir un moderador y un secretario. El ambiente estaba tenso, se sentía la desconfianza y nadie se atrevía a tomar voluntariamente alguno de los cargos, hasta que por fin el joven de los folletos se ofreció de secretario, labor que se tomó con la seriedad del caso y en forma realmente profesional, aprovechando de irse a la mesa del profesor para tomar notas y para guardar sus folletitos que había apilado ahí mismo. En adelante no participó demasiado en discusiones y concentró toda su atención en redactar el acta. Un señor de profesión profesor se ofreció de moderador, era la persona ideal para la tarea: calmado, conciliador y con voz de locutor de radio. El inicio, que estaba programado a durar 30 minutos, nos tomó 1 hora.

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Trabajo en Grupo

Al momento de comenzar la discusión, unas 3 personas se retiraron pues tenían otros compromisos, lo que me pareció una falta de seriedad increíble, pues la actividad se estimó que terminaría por lo menos a las 15.00 horas. Además, es sospechoso, pues las cifras de participación levantadas al momento de la acreditación reflejarán más gente de la que realmente participó, considerando que en cada sala a lo largo del país sucediera algo similar. Es difícil explicar en pocas líneas el complicado sistema de discusión y toma de decisiones del Proceso Constituyente, pero haré el intento. También debe tenerse en cuenta que es un ejercicio sin precedentes, por lo que en cada paso hay ciertas dificultades que no están consideradas o previstas en las guías e instrucciones, y que los grupos deben decidir cómo resolver. El debate gira en torno a 3 áreas: los valores y principios más importantes que deben inspirar y dar sustento a la constitución, los derechos, deberes y responsabilidades que la constitución debiera establecer para todas las personas, y las instituciones que debe contemplar la constitución. Estos 3 ámbitos son los mismos que se han discutido en la Consulta Individual, los Encuentros Locales Autoconvocados, los Cabildos Provinciales y lo serán también en los próximos Cabildos Regionales (ha realizarse el 06 de agosto). La Consulta Individual fue un cuestionario on line en donde, en cada una de las áreas, se debían elegir 7 opciones de una batería de conceptos establecidos, por ejemplo, “Estado de Derecho” en valores y principios, “igualdad ante la ley” en derechos, “cumplimiento de obligaciones fiscales” en deberes y “régimen de gobierno” en instituciones. Además, contaba con un espacio abierto en donde expresar “ideas, propuestas y visiones sobre nuestro país para las futuras generaciones”. No queda clara cuál es la incidencia de las elecciones de la Consulta Individual en su paso siguiente, los Encuentros Locales, teniendo en cuenta que cada etapa se ha considerado como progresiva. En las otras etapas de reunión y discusión grupal, la metodología es la siguiente: se eligen 14 conceptos o ideas para cada una de las áreas, pudiendo agregarse nuevas propuestas que se den en la discusión. Para elegirlas cada uno de los presentes debe postularla y argumentarla, las que más se repiten van siendo seleccionadas, y las que van quedando con menos elecciones se votan hasta completar las 14. Luego, cada uno de los participantes expresa si esta de acuerdo, en acuerdo parcial o en desacuerdo con cada uno de los 14 puntos de las 3 áreas. En los Cabildos Provinciales, las primeras 7 opciones de cada área venían dadas por los resultados de los Encuentros Locales, las otras 7 quedaron a libre discusión y elección. Se espera que se repita el mismo sistema en los Cabildos Regionales, lo que implica que los 7 primeros tópicos de cada área vendrán dados por los resultados de la etapa anterior.

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Los problemas comienzan rápido. En primer lugar, todos quieren argumentar, discutir, agregar, apoyar o rebatir cada uno de los puntos, lo que es lógico. Pero también debe tenerse en cuenta el factor tiempo, y el hecho de que se deben tomar decisiones. Cuesta mucho respetar los turnos para hablar. Comienzan a entablarse disputas de tipo más personal entre uno u otro participante. La gente se pica. A varios estudiantes universitarios les fue imposible sintetizar ideas y no escaparse por las ramas intelectualizando como comúnmente lo hacen en las asambleas de sus casas de estudio. El resto de los presentes, sobre todo los mayores, apuran la toma de decisión de los estudiantes. Estos últimos se frustran y comienza a notarse su desgana. No hay claridad sobre si los temas a proponer en la eventual nueva Constitución son agregados a lo que ya está establecido en la actual, o debe partirse de cero, por ejemplo, el valor “Estado Laico” ya se encuentra en la Constitución del 80, por lo que muchos piensan es innecesario traerlo a colación, otros argumentan que la discusión es para una nueva Carta Magna, por lo que el principio de laicidad del Estado es fundamental y debe ser considerado. En cada momento de votación nos confundimos y las reglas comienzan a variar. Muchos nos frustramos cuando alguno olvida dichas reglas en cada una de las ocasiones, y hay que discutir la metodología una y otra vez. Los que se van retirando dejan, patudamente, su voto “encargado” a otra persona. Muchos quieren irse o están inquietos, unos apuran y otros piden silencio. La tolerancia y el autocontrol se ponen a prueba a cada minuto. Algunos participantes tienen temas que les son de mayor importancia por su historia de vida, y se toman como un ataque personal el que otros estén en contra. El encono y la tozudez comienzan a aflorar con fuerza. Utilizo maliciosamente la palabra “compatriota” en vez de “compañero” para referirme a otro integrante. El gesto saca chispas. Al igual que en los Encuentros Locales, el primer módulo, referido a los Valores y Principios, es el más polémico. Estos son, de suyo, demasiado abstractos. Son el “espíritu de la ley” recuerdan los abogados presentes, “deben ser amplios, pues permean el resto de las normas y leyes”. Por ejemplo, el valor “soberanía” a algunos les parece poco claro, y se manifiestan en contra. Se levantan las opciones “soberanía popular” y “soberanía del pueblo”, los participantes se dividen en tres opciones que apuntan, esencialmente, a lo mismo. No se llega a acuerdo y el valor “soberanía” se pierde. Otros términos como “libertad” o “igualdad” resienten su carga ideológica de izquierda o derecha política. No hay acuerdo. Otros son simplemente impopulares o utópicos, como el “derecho a la propiedad privada” o el valor “felicidad”, y no consiguen apoyo. Algunas personas, visiblemente molestas por no conseguir lo que desean, se retiran indignadas.

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No obstante, y bajo el apremio del tiempo, comenzamos a soltarnos y a conceder, a conciliar y a aunar criterios. Decidimos que el “derecho a la información” se llame “derecho a la información/comunicación/libertad de expresión” para no dividirnos. El valor “bien común” logra ser el único con un acuerdo unánime. Algunos participantes que estaban en contra anteriormente, se encuentran sorpresivamente como aliados en un tema diferente. Se van limando las asperezas. La cosa decanta. Se distiende el ambiente con tallas y observaciones jocosas. El valor “Estado Laico” logra un acuerdo parcial. El joven pilluelo, que es el último en la ronda de votación, se expresa en desacuerdo total con el concepto. Entre todos, y medio a gritos, tratamos de hacerle ver lo que consideramos es un error de su parte. La presión social consigue que cambie su voto.

 

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Terminamos por fin con la sección de valores y principios. Vamos al baño, nos servimos la colación. Diviso en un pasillo lo que parece ser la pelada de Giorgio Jackson. Me percaté de que uno de los grupos prefirió realizar el debate en el patio techado de la escuela y no en una sala. Sin pepelógrafos ni pizarra. El cómo se organizaron continúa siendo un misterio. Entre ellos está la Presidenta de la CUT. Me margino al rincón más alejado del patio de recreo para prender un cigarro. No se me ocurrió salir. Una persona de mi grupo me ve desde el otro extremo y se acerca a increparme. “¡Este es un lugar público, no se debe fumar, sal afuera!”. El cigarro ya se estaba acabando. Decidí guardar silencio y terminarlo. El hombre no lo puede creer, se da media vuelta ofuscado. Volvemos a la sala. Las siguientes dos áreas de discusión avanzan muchísimo más rápido, aunque no faltas de discusiones fuertes. Me enfrasco en una con la persona a mi derecha. Me insulta. Le pido que no me falté el respeto. El hombre que me reprendió por fumar salta y me saca en cara que yo falté el respeto a todo el mundo por fumar. Me guardó una yayita. Le doy la razón pidiendo disculpas. Al rato, con el hombre que me insultó nos aliamos para que el derecho a “Asamblea Constituyente” este presenté y saque mayoría. La facilitadora va a la sala cada 15 minutos para apurarnos. Al parecer somos el último grupo que va quedando. Ya somos menos en la sala. Para muchos el almuerzo es un compromiso inexorable. Apuramos el paso y terminamos a eso de las tres de la tarde. El trabajo en grupo, programado para realizarse en 1 hora y media, nos tomó 4 horas.
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Integración de Resultados, Presentación de Resultados y Cierre
Después de terminar de llenar e inscribir las actas de cada una de las reuniones, se pasó a la etapa de integración de resultados. Cada uno de los 18 grupos eligió tres voceros, uno por cada una de las 3 áreas de debate. Estos voceros se reunirían en tres salas, una para cada área. Yo me ofrecí como vocero del área de valores y principios. La metodología fue prácticamente la misma. Cada vocero se presento. Los datos demográficos se mantuvieron similares. Los problemas se repitieron. Todos quería hablar y discutir cada uno de los puntos. La función de moderador la realizó una facilitadora. Todos estábamos exhaustos y deseos de partir. Se permitió la presencia de más personas que no fueran voceros, para observar. Se les sugirió a estos, sin embargo, no tomar la palabra para agilizar el trámite. Un documentalista se paseó con su cámara grabándonos a todos. Fue incomodo tratar de no prestarle atención. Una de las personas que observaba era un viejito de escasos recursos, lo acompañaba seguramente un joven discapacitado del que seguramente estaba a cargo. El joven sufría de algún tipo de apoplejía y un grave retraso mental. No podía estarse quieto. El viejo lo instaló en un rincón de la sala. De repente, se siente agua correr. El joven discapacitado estaba orinando dentro de la sala, en su rincón. Nadie reaccionó. Todos fingieron no notar lo sucedido. El viejo lo zamarreó para que se estuviese quieto. Finalmente se fueron. El listado de valores y principios que cada grupo eligió y redactó en sus actas superaba los 40 ítems. Muchos de ellos eran similares, por ejemplo, “equidad de género” e “igualdad de género”. Se propuso unificar estos conceptos para que no se perdieran, pero finalmente decidimos no hacerlo pues estábamos en calidad de voceros representantes y no deliberantes. En cuanto a valores y principios, los ganadores de la jornada en el establecimiento fueron “Estado Laico”, “descentralización”, “conservación de la naturaleza”, “Bien Común” y plurinacionalismo”, entre otros. La integración de resultados, programada para durar media hora, nos tomó 3 horas. Ya estaba oscuro cuando terminamos a eso de las 18.30 horas. Iban a cerrar el establecimiento. Los baños ya no podían ocuparse. Se eludió la presentación de resultados, y se pasó directamente al cierre, que fue poco más que una despedida protocolar mientras todos corríamos a la salida.
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