Alemania, 1949. Como todos los miércoles, Ana acude a la consulta del médico. Siempre por la mañana y nunca antes de desayunar. Cuando llega acude a su habitación, se pone todos los cables alrededor del cuerpo y espera el momento de que los investigadores Klumbies y Kleinsorge estén preparados al otro lado del espejo para tomar nota. Cuando todo está listo, Ana comienza a producir su primer orgasmo del día, el primero de muchos. Ella era la Femina supersexualis y había sido bendecida con un don muy especial.
Meses más tarde, cuando los investigadores médicos Gerhard Klumbies y Hellmuth Kleinsorge, ambos profesionales de la Jena University Hospital, publicaron los resultados de sus experimentos, varios de los pasajes de lo que allí contaban fueron escritos al latín. Ya sea por decoro, por decencia, por vergüenza o incluso por represalias, no vieron otra manera de describir a la comunidad alemana las prácticas y situaciones íntimas que se vivieron en sus laboratorios.
El artículo en cuestión afirmaba que una “extraña circunstancia” había hecho posible la investigación. En esencia, lo que querían decir con ello era entendible únicamente para aquellos eruditos que hubieran disfrutado de una buena educación donde se incluyera el latín. De otra forma no entenderían lo que es una Femina supersexualis, quae emotione animae se usque ad orgasmum irritavit, o lo que es lo mismo, una mujer que puede llegar al orgasmo con tan sólo fantasear.
La mujer en cuestión (su nombre real no es Ana), de unos 30 años, había acudido un día a la clínica porque estaba preocupada por su capacidad innata para llegar al clímax en cualquier momento y en cualquier lugar simplemente apretando los muslos, juntándolos fuertemente y dando rienda suelta a la imaginación. Del problema de “Ana” los investigadores iban a sacar petróleo, ya que se dieron cuenta de que se trataba de una oportunidad única para descubrir más sobre la tensión puesta sobre el cuerpo humano durante el orgasmo y sobre los verdaderos peligros o no del acto sexual.
Así que cuando Ana acudió esa primera vez los médicos le preguntaron amablemente si les podía dar permiso para medir el pulso y la presión arterial mientras ella llevaba a cabo su problema. En esta parte de la historia no sabemos si realmente hubo algo más para persuadirla, quizá dinero, o quizá simplemente la propia Ana quería contribuir a una causa científica, pero lo cierto es que a pesar del decoro que existía en la época para tan siquiera hablar de ciertos temas sexuales en público, la chica multi-orgásmica acepta el reto.
Por aquel entonces ya se sabía a través de estudios anteriores que las relaciones sexuales podrían inducir a accidentes cerebrovasculares y ataques al corazón, eran casos aislados, pero incluso la ciencia médica tenía registradas algunos mortales. Sin embargo y como dirían Klumbies y Kleinsorge, seguía siendo “poco claro el estrés al que es sometido todo el organismo durante “el acto””. Según describían:
Cualquier persona que se imagine que se puede estimar la cantidad de tensión simplemente mediante la observación de la evidencia externa está muy equivocado.
Por tanto, la Femina Supersexualis era el sujeto de prueba ideal para los doctores. Ella podría producir orgasmos cuando lo requiriesen, no sólo eso, podría tenerlos de manera rápida y sucesivamente mientras los doctores, sentados tranquilamente frente a ella, podrían medir la respuesta que producía en su cuerpo.
Así fue como comenzaron estas sesiones, sin duda una de las más extrañas de cuantas se han dado en una sala del Hospital Jena. Sin ningún tipo de perturbación exterior, con todos los instrumentos de medición cableados a su cuerpo, Ana se preparaba sentada en una cómoda silla. En un cuarto contiguo con un espejo de observación se situarían Klumbies y Kleinsorge, sentados y observando atentamente la pluma en el dispositivo de registro y seguimiento de los cambios en la presión arterial.
El primero de los orgasmos que se cita en su trabajo Daz Herz in Orgasmus provocó una presión sistólica -la que corresponde al valor máximo de la presión arterial en sístole (cuando el corazón se contrae)- de la mujer para aumentar de un 50 a un nivel de 160 mmHg (milímetros de mercurio). Es decir, que en términos médicos fue un aumento notable, sobre todo dado que esa cifra era una quinta más alta que la registrada en las mujeres que estaban sufriendo los dolores de parto.
No sólo eso, con el resultado en la mano y con el fin de tener un dato con el que obtener una base de comparación, los doctores le dicen a Ana (a la cual habían descrito como “atlética”) que corriera por las escaleras de seis pisos de la clínica. Cuando regresó a la habitación encontraron que su presión arterial sólo se había elevado 25 mmHg, mientras que su pulso se incrementó a 98.
En el curso de otra prueba Ana produjo secuencias de orgasmos en intervalos de un minuto. Al mismo tiempo, sus lecturas de pulso y presión arterial mostraban una progresión similar. En los primeros 5 segundos, su pulso aumentaba bruscamente a razón de unos 10 latidos adicionales por minuto, luego se mantenía a este nivel durante los siguientes 15 segundos antes de aumentar durante el orgasmo, el cual tenía lugar después de unos 25 segundos y por un período de cinco latidos por minuto. En el curso de estos experimentos su presión arterial se elevó a más de 200 mmHg.
Bien, pasaron los días y las sesiones y una vez que habían obtenido el número de pruebas suficientes de Ana, los doctores piensan que deben comprobar las reacciones físicas entre hombres y mujeres. Klumbies y Kleinsorge comienzan así la búsqueda de un hombre que tenga el “don” de Ana con el que registrar los mismos datos durante el orgasmo. Sin embargo, el paciente que acaban encontrando no está hecho de la misma pasta que nuestra Femina Supersexualis.
El sujeto, llamémosle Pedro, había entrado en la clínica para que investigaran su fertilidad. El problema es que Pedro no había sido bendecido con la misma aptitud notable de nuestra Ana. Nada menos que 15 minutos le tomó al hombre llegar al orgasmo mediante la masturbación. Y por su puesto, Klumbies y Kleinsorge tuvieron que contentarse con tan sólo una medición.
Ella podría producir orgasmos cuando lo requiriesen, no sólo eso, podría tenerlos de manera rápida y sucesivamente
Las cifras que se registraron en este caso mostraron que el orgasmo masculino es considerablemente más estresante que el experimentado por las mujeres. El pulso de Pedro se incrementó a 142 y su presión sanguínea a 300. Quizá por ello, argumentaban, “había corrido el rumor de que el orgasmo femenino es un mito”. Sin embargo, no había duda de la similitud en la gráfica del pulso y la presión arterial para los hombres y para las mujeres, razón por la que argumentaron que no podía ser una mera coincidencia.
Los doctores postularon que para ambos sexos, por igual, el orgasmo representa el “pico de la tensión arterial, el volumen de los latidos del corazón y el pulso”. Las curvas constantes que aparecían en los gráficos, que luego fueron interrumpidas por un súbito aumento en picos en el momento del orgasmo, era la prueba de irrefutable de que “cuando se trata de placer sexual, ambos sexos funcionan igual”.
Esto fue a finales de los 40, y para ser honestos con los resultados, Klumbies y Kleinsorge no creían seriamente que su trabajo podría dar lugar a que se tomaran medidas efectivas para prevenir “incidentes desafortunados durante el acto sexual”. Como ellos mismos concluían con sorna:
Creemos firmemente que en el futuro resultará inútil tratar de prohibir el sexo. Por muy fuerte que sea el médico, incluso más fuerte que Dionisio (dios del vino), no debe existir ninguna duda de que será más débil que la propia Venus.