El retorno de Baby Doc a Ayití: se cierra el círculo de la restauración duvalierista.
“He venido a ayudar”. Tales fueron las grotescas palabras pronunciadas por el dictador Jean Claude “Baby Doc” Duvalier tras su retorno, en gloria y majestad, a Ayití [Haití], país al que entre 1971 y 1986 desangró, asesinando, torturando y exiliando a los mejores hijos de ese suelo, a la vez que su régimen cleptocrático desfalcaba completamente a la nación, con la complicidad de Francia y de los EEUU. Desde esa fecha, Baby Doc vivió en un dorado exilio en una mansión de Costa Azul en Francia, mientras en Ayití se desencadenaba el dechoukaj, una revolución popular de enormes proporciones, en la que el pueblo buscaba echar por tierra, desarraigar todos los resabios del odiado duvalierismo. A fines de los ’80, Ayití parecía estar al borde de la revolución social.
Mientras tanto, las elites empresariales, militares y sus socios imperialistas en Washington, trataban de restaurar el “orden” de Duvalier, sin Duvalier. Este neoduvalierismo pareció derrotado con el triunfo de Jean Bertrand Aristide en las primeras elecciones democráticas celebradas en ese país, en 1990. Desde entonces, el movimiento popular canalizaría sus esfuerzos no en una vía revolucionaria, sino en un movimiento de reformas democráticas, que sin embargo su moderación, provocó el horror de una oligarquía acostumbrada a tener un control absoluto sobre el país y no estaban dispuestas a hacer la menor concesión a sus privilegios. La subsiguiente historia de golpes de Estado, desestabilización política y presiones internacionales, amen de los errores de la propia izquierda ayisien [haitiana], fueron minando las bases de ese movimiento popular de mil cabezas surgido a mediados de los ’80, hasta llegar al estado actual, en que Ayití se encuentra saqueado y violado como nunca, ocupado militarmente, y donde todas las redes sociales han sido debilitadas mediante la represión, la desmoralización y la violencia abierta.
Todos los esfuerzos políticos, tanto de la oligarquía haitiana así como de sus patrones en el “frío país del norte”, deben leerse en un único sentido: restaurar al infame duvalierismo como el modelo político-social natural de Ayití, y con él, deshacerse de ese molesto movimiento popular, deshacerse de todos sus puntos de referencia simbólicos, destruir esa red social que el pueblo tejió solidariamente desde abajo, acabar con cualquier clase de amenaza popular a sus privilegios.
Ahora, con la llegada de Baby Doc de vuelta a Ayití, podemos decir que se cierra el ciclo abierto por las luchas populares en 1986 de manera extraordinariamente trágica. La estrategia de restauración del duvalierismo ha triunfado, al menos en lo inmediato. La “comunidad internacional” que, mientras se llena la boca con palabras piadosas de ayuda humanitaria y mientras enjugan sus ojos con lágrimas de cocodrilo ante la miseria que ellos mismos han creado, no ha escatimado esfuerzos para asistir a los neoduvalieristas en esta tarea de restauración.
Hace exactamente un año, cuando el devastador terremoto del 12 de enero del 2010 destruyó por completo al país, advertimos de que esta tragedia natural, en línea con las doctrinas del “imperialismo humanitario” y de la “estrategia del schock”, sería utilizada para profundizar la dependencia, la situación neocolonial, y la ocupación militar de Ayití. Desafortunadamente, el tiempo nos ha dado la razón. La completa devastación que vive el país es utilizada, ahora, no solamente para justificar la profundización del “desarrollo económico” vía maquiladoras o la llegada de tropas norteamericanas de ocupación. Esa devastación es ahora utilizada también como el subterfugio de los Duvalier para retornar a un país al que ya han hecho incalculable daño, supuestamente “conmovidos” por tanto sufrimiento, según las hipócritas palabras de la actual esposa del tirano, Veronique Roy.
La respuesta de la administración colonial de Puerto Príncipe ha sido típica. El Primer Ministro Jean-Max Bellerive, indicó que, como todo ciudadano, Baby Doc tiene derecho a retornar al país. ¿Como todo ciudadano? ¿Y por qué a Aristide no se le ha permitido volver entonces? ¿Es que acaso los Duvalier son más ciudadanos que Aristide?
Desde luego, Bellerive no es tan condescendiente cuando se habla del retorno de Aristide. Tanto Preval como Bellerive se han opuesto categóricamente al retorno del exiliado presidente Aristide, tumbado en un golpe de Estado en el 2004, un golpe de Estado sui generis, en el que a falta de ejército (que había sido abolido en 1995), se utilizaron fuerzas paramilitares entrenadas por la CIA en República Dominicana. Cada vez que se toca el tema del retorno de Aristide, ambos se alteran por completo, se ofuscan.
¿Por qué esa reacción tan diferente? ¿Por qué esa estridencia ante el retorno de Aristide y esa tolerancia ante Duvalier?
A Aristide no se le permitirá volver a Ayití porque, con todos sus defectos y limitaciones políticas, tanto personales como del movimiento que lidera, para bien o para mal, Aristide encarna, simbólicamente, el espíritu de cambio social que barrió al duvalierismo en 1986; él simboliza al movimiento de los descamisados que han construido poder popular mediante su movilización en distintos momentos de la historia reciente de Ayití; él representa una amenaza, por moderada que sea, en contra de los privilegios absolutos de la clase dominante y de la hegemonía norteamericana en ese país.
Duvalier puede que sea un «hijo de puta», admitirán al unísono los funcionarios norteamericanos, los liberales acomodados y la élite haitiana recalcitrante, pero es SU hijo de puta. Y es un hijo de puta que ha sido adoptado por la comunidad internacional como suyo. Porque el terreno para el retorno de Duvalier ha sido preparado por la ONU, ha sido preparado por la OEA, ha sido preparado por todos los países que participan de la ocupación militar de Ayití, fundamentalmente por países latinoamericanos como Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Perú, y aún países que se dicen progresistas como Bolivia y Ecuador.
Todos ellos deberán responder ante la historia por el triste rol que han jugado, desde el 2004, en la tarea de restauración de una de las más detestables dictaduras del hemisferio.
Y también tendrá que responder la izquierda y los movimientos populares latinoamericanos por el cómplice y oprobioso silencio que han mantenido por largos años ante esta ocupación, desconociendo la verdad fundamental que el destino de Ayití no es, no puede ser, disociado del destino del resto de nuestros pueblos. Su lucha está íntimamente ligada a nuestras luchas, cada victoria nuestra facilita su avance, y cada avance de ellos, es un paso más hacia nuestra propia liberación.
¡Qué lejos parecieran estar aquellos días a fines de los ’80 y principios de los ’90, cuando esa avalancha humana recorría todo Ayití como un fuego purificador! ¡Qué lejos pareciera estar el día aquel en que en las oficinas públicas se pegaban carteles que decían “Makout pa ladan”! (No se permiten makoutes –en referencia a los matones de Duvalier) Ahora el makout mayor, el makout entre makouts, ni más ni menos que Baby Doc, se pasea a sus anchas por territorio ayisien como si nada. ¡Qué miserable me parece todo el mundo!
Que la oligarquía y el imperialismo no se hagan ilusiones porque el pueblo ayisien sabrá volver a levantarse una vez más. Un ciclo de luchas pareciera estarse cerrando, pero, en estos mismos momentos, otro ciclo de luchas se está abriendo, y sabrán producir nuevos liderazgos colectivos, nuevos tejidos de resistencia de los de abajo. Esos tejidos se están construyendo, no con la paciencia de quien se cruza de brazos, sino con la paciencia del cimarrón que busca el momento propicio para liberarse. Ciertamente, la izquierda aysien así como el movimiento popular no están exentos de errores y tendrán que evaluarlos de manera mesurada y fría, entendiendo que los fracasos pueden convertirse en victorias cuando sirven para ganar en experiencia acumulada, en visión y en profundidad del proyecto emancipador. Y tenemos confianza en que así será. El pueblo ayisien ha de hacer innumerables sacrificios en esta lucha, pero jamás sacrificará la esperanza ni renunciará a la victoria final.
Viv yon Ayiti Lib!
Por José Antonio Gutiérrez D.
17 de enero, 2010