En política, y especialmente en la política chilena, es muy difícil entregar certificados de defunción de conglomerados, partidos y figuras. La historia nos enseña que la resurrección política existe y, aunque escasa no alcanza para ser calificada de milagro. No obstante, las recientes actuaciones de la llamada Concertación de Partidos por la Democracia demuestra que tal coalición se encuentra en un estado lamentable, acaso terminal.
Habría que repetir lo que ya se sabe. Una concertación de partidos nacida y diseñada como oposición democrática a la dictadura militar encabezada por el extinto Augusto Pinochet en las postrimerías de los ochenta ha envejecido. La vejez que la afecta no solo dice relación con sus líderes emblemáticos sino que afecta a su concepción misma. La nítida dicotomía entre un gobierno autoritario e ilegal y la promesa de restituir la democracia en el país se ha desdibujado ante una derecha que enarbola hoy, precisamente, las banderas de la democracia y el cambio.
Los síntomas de un acelerado desgaste de la Concertación ya se hicieron notar en el último mandato presidencial de la señora Bachelet, los que culminaron con una fatal escisión electoral que determinó su derrota. No es necesario insistir en las miserias que explican la actual situación. Lo cierto es que el triste espectáculo que ofrece hoy la oposición al gobierno de derecha solo augura un alejamiento del poder mucho más prolongado del que se creyó al principio de la actual administración.
Un diagnóstico mínimo debiera dar cuenta, por lo menos, de tres grandes ámbitos de acción opositora: La movilización social, la presencia mediática y, desde luego, el trabajo legislativo. Es claro que en los dos primeros dominios estratégicos del juego político no hay mucho que decir, salvo que lo obrado hasta aquí ha sido insuficiente para tensionar mínimamente la hegemonía de la derecha en el poder. Respecto del tercer dominio, esto es, la actuación opositora en el poder legislativo, lo único que se puede afirmar es que hemos asistido a un triste espectáculo, un sainete tragicómico cuyo resultado está a la vista: El actual gobierno del señor Sebastián Piñera pareciera gobernar sin oposición.
Hasta el presente, el Gobierno se las ha arreglado para aprobar en ambas cámaras sus proyectos más emblemáticos con los votos de muchos parlamentarios opositores. Estos hechos, ciertamente, no hacen sino profundizar las diferencias entre los distintos sectores que conforman la otrora poderosa Concertación.
Al observar la situación actual, surge inevitable la pregunta por las ausencias. El gran ausente de la política chilena, una política manejada por cúpulas, es aquello que antiguamente se llamaba “el pueblo” y que la misma Concertación llamó “la gente”. Mientras esa silla siga vacía, sin profesores, sin indígenas, sin trabajadores, sin empleados públicos, sin estudiantes… la fiesta de la democracia en Chile seguirá siendo un exclusivo “cocktail” privado al que sólo están invitados mercaderes, curas, militares y políticos de oficio.
Por Álvaro Cuadra