Desde hace una semana, las calles de la ciudad kurdosiriana de Al-Hassakah -dividida entre las zonas kurdas y las que están bajo el control del régimen sirio- se convirtieron en el escenario de duros enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad kurdas -Asayix- y las milicias del presidente sirio, Bashar Al-Asssad.
La situación se agravó el pasado jueves, cuando las tropas sirias bombardearon, por primera vez, las posiciones kurdas. Tras varios días de combates entre ambas partes, que se saldaron con un total de 40 muertos entre civiles y combatientes, el domingo se estableció un alto al fuego para evacuar heridos e intercambiar presos. Eso, gracias a la mediación rusa que parecía, en un primer momento, que podía lidiar en el conflicto.
Sin embargo, este lunes la ciudad cayó nuevamente en los enfrentamientos y las milicias kurdas aseguran que no aceptan las condiciones de la tregua, a la vez que reclaman que el régimen sirio retire sus tropas del centro de la ciudad y que abandone las armas.
Así, el gobierno sirio se convirtió en un nuevo enemigo para el pueblo kurdo, que desde que estalló la guerra en Siria ya estaba combatiendo duramente contra el Daesh (Estado Islámico) para recuperar los territorios conquistados por los terroristas.
En este sentido, este fin de semana, el Daesh perpetró un atentado en Turquía en un matrimonio kurdo que dejó a 51 personas muertas y centenares de heridos.
Una de las teorías sobre las motivaciones del atentado es por la pérdida de terreno de los yihadistas en el norte de Siria, zona mayoritariamente kurda. Además, cabe recordar que en enero de 2016 la policía turca reveló el contenido del computador de uno de los más importantes miembros turcos del Daesh. En él aparecieron indicios de que el grupo tenía intención de atentar en 19 puntos del territorio, sobretodo con el objetivo de atacar al pueblo kurdo y a la minoría aleví con el fin de agitar las tensiones étnicas.
Pero si de enemigos de los kurdos se trata, a quien no se puede obviar es al gobierno turco de Recep Tayip Erdogan. Desde el año pasado, el conflicto entre Turquía y el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) volvió a encenderse tras una historia que arrastra más de 35.000 muertos desde la década de 1980 y varias iniciativas de paz fracasadas. Las últimas, iniciadas en 2013, que insinuaron que por primera vez podrían terminar con un acuerdo: se avanzó en algunas medidas de confianza, el PKK mantuvo un alto al fuego y el Gobierno turco parecía dispuesto a dialogar sobre varias medidas políticas.
Sin embargo, este clima se disipó en 2015 por varios motivos. Por una parte, Erdogan adoptó una posición más dura hacia el PKK y el movimiento kurdo en general, en un año en que se jugaba la mayoría absoluta al Parlamento y la presidencia en el país. Junto con eso, entre el movimiento kurdo pesó mucho la sensación de que el gobierno turco colaboraba activa o pasivamente con el Daesh en Siria, en la lucha que los terroristas llevaban a cabo contra las milicias kurdas. Una batalla que llegó a su clímax con el asedio de la ciudad de Kobane, de la que el Daesh ambiciona apoderarse por su posición estratégica, o el pasado 20 de julio con el atentado en Suruç, que costó la vida a 33 jóvenes de organizaciones vinculadas al movimiento kurdo de izquierdas.
Fue a raíz de esos ataques que el PKK abandonó el alto al fuego vigente desde 2013 y subió la escalada de violencia que se ha dilatado hasta el día de hoy.
El enojo popular con la acción del gobierno turco es masivo pero también hay sectores kurdos que, señalando la asimetría de la guerra, cuestionan la estrategia del PKK de haber militarizado las ciudades armando a los jóvenes. Para el PKK, se trata de autodefensa, pero para algunos sectores kurdos, esta militarización reduce las opciones de la sociedad civil.
Esta semana el PKK perpetró cuatro atentados bomba en distintas ciudades de la zona, dejando 10 personas muertas y otras 200 heridas, la mayoría de ellas policías y soldados.