El III Reich y su barbarie dio para muchas historias de terror, pero una de las más oscuras, por su crueldad, es la de Ilse Koch, la bruja de Buchewald, condenada por torturar a cientos de prisioneros en el campo de concentración que gestionaba y con un gusto por la piel humana que le hizo pasar a la historia.
Nacida en 1906 en Dresde, Alemania, tuvo una infancia tranquila en el seno de una familia humilde. Con 15 años estudió taquigrafía, que le valió para trabajar en una fábrica y después en una librería. Allí tuvo contacto con varios miembros del partido nazi y comenzó su acercamiento a las ideas nacionalsocialistas. Poco a poco se fue interesando por ellas. Decidió estudiar contabilidad y comenzó a acudir a reuniones del partido hasta hacerse miembro en 1932.
Los presos que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaran. Al parecer tuvo varias relaciones amorosas con varios miembros del partido. Su ascenso fue rápido, hasta el punto de que Heinrich Himmler la eligió personalmente como esposa de Karl Otto Koch, con quien había tenido varios encuentros sexuales anteriormente. Era conocido por su extremada crueldad, apaleando con frecuencia los genitales de sus prisioneros y, a mediados de los años treinta, se convirtió enel marido de Ilse. Ella pasó así de ser una taquígrafa de procedencia humilde a nada menos que la esposa del por aquel entonces coronel de las SS.
En 1937, Karl Koch fue designado comandante del campo de concentración de Buchenwald. Tenía un puesto reservado en la organización del mismo para su esposa, y fue allí donde ella se ganó el sobrenombre de ‘la loba de Buchenwald’.
Tenía bajo su mando a 22 mujeres de la SS, que hacían de cómplices en sus más extravagantes caprichos. Que les torturase a diario con un látigo era el menor de los problemas de los reclusos.
Kurt Glass, uno de los presos, que fue jardinero del matrimonio, declaró en los juicios de Dachau que Ilse “tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana. Un día se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella para escoger los que le gustaran. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”.
Y no solo eso, sus colecciones de objetos hechos de piel humana iban desde carteras o guantes hasta tapas de libros y objetos de decoración con los que, se cuenta, agasajaba a las esposas de otros oficiales y altos cargos del partido.
Reservaba para síobjetos mucho más aterradores: tenía una amplia colección de órganos humanos perfectamente conservados. El doctor Gerhard Wagner era quien le ayudaba en estos menesteres, como también lo hacía cuando recogía las cabezas cortadas de los cadáveres para reducirlas y disecarlas como trofeo u objeto decorativo. Digno de una película de serie B.
Seleccionó a unas 500 presas “de su confianza” que serían las encargadas de confeccionar los siniestros abalorios
Como confirma el testimonio de Kurt Glass, la bruja de Buchewald desnudaba frecuentemente a los presospara elegir las pieles que más le interesasen. Sus muertes podían ir desde las cámaras de gas hasta una inyección. Al parecer en una ocasión ella misma disparó a 24 prisioneros de una sola vez.
Seleccionó a unas 500 presas “de su confianza” que serían las encargadas de confeccionar los siniestrosabalorios. La otra opción, claro está, era una horrible muerte.
Pero el horror puede continuar. Además de relacionar al matrimonio con una vida sexual promiscua y orgiástica, a Ilse se le atribuyen multitud de fetichismos sexuales. Se cuenta que subida a una tarima exhibía sus pechos desnudos delante de los presos y ejecutaba allí mismo a quien la mirase. También son múltiples los testimonios de abusos sexuales a los presos, y otra actividad usual era azuzar perros contra las prisioneras embarazadas.
Pese a la impunidad con la que cometían sus crímenes, el cruento gobierno del matrimonio terminó cuando Karl Koch, que se encargaba de la administración del dinero de Buchewald fue denunciado por su propio partido, acusado de malversar fondos para su lucro personal. Pese a que Himmler trató de protegerle hasta el final, le ejecutaron en 1945 en el mismo campo que había sufrido sus implacables atrocidades y las de su esposa.
Pese a que los nazis no encontraron pruebas contra ella, fue capturada por los aliados en 1947 y condenada en los juicios de Dachau a cadena perpetua.
La ‘loba de Buchewand’ cumplió condena hasta que en 1967 ató sus sábanas y se ahorcó con ellas. Escribió una carta a su hijo, sin visos de arrepentimiento, donde decía: “No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación”.
En los primeros registros tras su detención apareció un diario forrado con piel humana, que en informes posteriores, misteriosamente, desaparece. Quizá entre la caótica organización del final de la guerra alguien lo robó como objeto valioso o, lo que parece más tétrico, de colección.