Otanes: La consagración de lo civil frente a lo bárbaro

Ya han transcurridos más de 25 siglos desde que la historia conoció a Otanes el persa, a quien hoy quiero recordar y laurear

Otanes: La consagración de lo civil frente a lo bárbaro

Autor: Cesarius

Ya han transcurridos más de 25 siglos desde que la historia conoció a Otanes el persa, a quien hoy quiero recordar y laurear.

Tal vez sea uno de los primeros políticos republicanos. Su actitud frente a los valores trascendentales de la humanidad fue, ya en su tiempo, un don que lo hizo acreedor a una noble fama, más allá de su investidura principesca, y que por gracia de la pluma del gran Heródoto de Halicarnaso -en sus Nueve libros de Historia– podemos saber quien fue él, y así poder recordar algunos valores sociales que no debieran nunca dejar de ser la columna rectora de cualquier autoridad.

El gran historiador nos lo presenta como un ser que vivió dentro del más claro despotismo oriental, dentro de esos momentos de aquella sociedad en que el hombre era igual a no ser nada frente a un autócrata que solo se venera a sí mismo en el poder por el poder. Nos remontamos al siglo VI AC, más de 2.500 años atrás de nuestros días.

Otanes fue un hombre que fue moldeado por el recuerdo de una tragedia. Su padre, llamado Sisamnes, alto magistrado de la corte de justicia del cruel Cambises, fue degollado y desollado en castigo por haber fallado una sentencia producto de la corrupción. En otras palabras, a cambio de su verdad de juez regio recibió el vil metal del dinero llevando quizás la peor tragedia que un hijo puede vivir. En despiadado alarde de fiero corrector de sus cortes, el Rey de Reyes Cambises mandó a desollar al padre y cortarlo en tiras con un solo objetivo claro, que forrasen el asiento donde debía administrar la justicia. Es decir, que la silla desde donde el castigado impartía justicia fuese cubierta con sus propios pliegues de piel. Y ese escaño fue dado a su hijo Otanes, quien ocupó el lugar de su ascendiente por mandato del autócrata que lo asesinó, el mismo que le encargó al momento de hacerse cargo de su suprema labor, que cada vez que diese un fallo recordase dónde estaba sentado ejerciendo su función.

Es muy probable que este espantoso acontecimiento erigiera y definiera el carácter más puramente libertario y humanista de nuestro biografiado. No me caben dudas de que este nefasto hecho fue crucial para que tuviera una actitud adversa hacia el poder. No quiso ser como su padre ni como su rey. Disintió de ambos. Y es por esto que cuando tuvo la ocasión de hacerse de la corona del Imperio Persa optó por dejarle esa responsabilidad a otro príncipe persa y dijo: “Conjurados, está visto que uno de nosotros ha de ser rey, ya lo obtenga por suerte, ya lo elija la multitud de los persas a cuyo arbitrio lo dejemos, ya por cualquier otro medio. Yo no competiré con vosotros porque ni quiero mandar ni ser mandado. Cedo mi derecho al reino a condición de no estar yo ni mis descendientes a perpetuidad a las órdenes de ninguno de vosotros.»

Qué falta que hace en nuestros días hombres desprendidos del poder de aquella manera. Quien recibiría la corona sería el príncipe Ciro. Mas en esos días se escucharon ecos de Otanes en la dirigencia citándolo como aquél que lleva la verdad y se oía “no es pertinente que un solo hombre se erija como soberano, pues ni es agradable ni provechoso”. Otanes precisaba: «Vosotros sabéis a qué extremo llegó la insolencia de Cambieses, y también os ha cabido la insolencia del mago. ¿Cómo podría ser cosa bien concertada la monarquía, a la que le está permitido hacer lo que quiere sin rendir cuentas? En verdad, el mejor hombre, investido de este poder, saldría de sus ideas acostumbradas. Nace en él la insolencia, a causa de los bienes de que goza, y la envidia es innata desde un principio en el hombre. Teniendo estos dos vicios tiene toda maldad. Saciado de todo, comete muchos crímenes, ya por insolencia, ya por envidia. Y aunque un tirano no debía ser envidioso, ya que posee todos los bienes, con todo, suele observar un proceder contrario para con sus súbditos: Envidia a los hombres de mérito mientras duran y viven, se complace con los ciudadanos más ruines y es el más dispuesto para acoger calumnias. Y lo más absurdo de todo: Si eres parco en admirarle se ofende de que no se le adule. Voy ahora a decir lo más grave: Trastorna las leyes de nuestros padres, fuerza a las mujeres y mata sin formar juicio; en cambio, el gobierno del pueblo ante todo tiene el nombre más hermoso de todos, isonomía [igualdad ante la ley]; en segundo lugar, no hace nada de lo que hace el monarca: desempeña las magistraturas por sorteo, rinde cuentas de su autoridad, somete al público todas las deliberaciones. Es, pues, mi opinión que abandonemos la monarquía y elevemos al pueblo al poder porque en el mundo está todo».

Henos aquí, frente a la historia de este Otanes, primitivo republicano, mas nunca fuera de lugar. Nos expuso que la única manera de llegar a un estadio donde se establezca una isonomia efectiva bajo el principio de la igualdad de todos desde la formalidad de lo correcto e incorrecto respecto a la misma humanidad de todos los hombres, es decir el Derecho, lo único capaz de basarse en el principio que determina lo justo. Donde no existan diferenciaciones ni estamentos ajenos a la única realidad inmutable de la Justicia. Nada de privilegios. La Ley es para todos por igual o para ninguno. Si este esquema se quiebra entonces no existe igualdad jurídica, la única real y relevante.

Es más, ya que palabras como estas, pronunciadas en un lapso arcaico, en el más amplio de sus significados, dio pie a ecos de propuestas y contra propuestas. No es por nada que este gran recopilador, el primero de la historia, tomó los discursos y lecciones del persa Otanes, para que la humanidad encuentre las herramientas pertinentes para la libertad, y así dar paso a la consagración de lo civil frente a lo bárbaro.

Por Patricio Rojas C.


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