Chile entregó una imagen al mundo la mañana del 11 de septiembre de 1973. Un palacio de gobierno y su bandera en llamas con un presidente adentro muerto tras el bombardeo de los aviones de guerra Hawker Hunter de la Fach. La imagen se repite en google cuando buscas golpes de estado porque tal vez representa toda una época para la región, asolada por golpes de estado contra gobiernos que no le gustaban a EE.UU. Hay imágenes de Ciudad de Guatemala invadida por militares en 1954 o de tanques en las calles de Rio de Janeiro en 1964, pero esta imagen es más fuerte. La secuencia de un avión descargando un rocket contra un palacio de gobierno y el estallido del frontis de un palacio de gobierno con tres siglos de historia se repite en la memoria de los chilenos. Hoy cuando los golpes de estado en América Latina son hechos por mayorías parlamentarias oligarcas, la Fuerza Aérea de Chile dejó la imagen de los clásicos golpes de estado del siglo XX.
En los golpes de estado anteriores en América Latina bastaba con sacar los militares a la calle, cerrar radios, secuestrar presidentes y emitir bandos dimitiendo al Parlamento para asumir el control de la población. Pero en Chile, los militares entrenados en la doctrina de la Seguridad Nacional enseñada por EE.UU., veían en las tomas de fábricas, los debates en las universidades, las masivas concentraciones populares un poderoso enemigo a exterminar. Se trataba de torcer un proceso de avance del bienestar y control popular único en la historia de Chile. Bombardear el Palacio de Gobierno era entrar con la brutalidad de la fuerza impune ante la democracia, la soberanía popular, la historia, la arquitectura. Era mostrar una imagen de fuerza ante un pueblo alzado y soberano.
La brutalidad de entrada de la dictadura, como reflexiona Naomi Klein, necesitaba un acto de shock fundante. La transformación que ya pensaban para el país iba a ser tan profunda que requería esa imposición por la fuerza. El bombardeo a la Moneda es el acto fundante del shock y que se desperdigó en los días posteriores por fábricas y universidades. Así también el silencio culpable ante tal atentado a lo que dicen la patria. Hasta ahora la Fach no reconoce a los pilotos implicados en la operación militar y los laberintos de la postdictadura colocaron a quien disparó un cohete sobre la Moneda como comandante en jefe de la Fach ya en democracia.
EL SILENCIO DE LA FACH
Hasta el momento hay un pacto de silencio institucional en la FACH respecto de los implicados en la ‘operación’. La institución armada jamás ha dado explicaciones o pedido perdón al país. No sólo el palacio de gobierno fue bombardeado. El mismo día bombardearon cinco antenas de radios y la residencia del presidente Allende en Tomás Moro.
Pese al silencio de la Fach, una investigación del periodista Eduardo Labarca, quien en El Mostrador develó que participaron Fernando Rojas Vender, el teniente Ernesto Amador González Yarra, el capitán Eitel Von Mühlenbrock y el teniente Gustavo Leigh Yates, hijo del comandante en jefe de la FACH y miembro de la junta militar, son los cuatro pilotos que participaron en el bombardeo del palacio de gobierno del país que juraron defender.
Labarca entrevistó a una veintena de suboficiales que eran técnicos y mecánicos que tuvieron que cargar los aviones antes del despegue. Muchos de ellos serían expulsados de la Fach tras la razzia desatada tras el golpe contra los que no adherían al régimen dictatorial.
Los aviones salieron a las 11 de la mañana desde Carriel Sur en Concepción. Eran cuatro cazabombarderos coordinados desde tierra por el comandante Enrique Fernández Cortez.
Dos aviones atacaron la residencia presidencial de Tomás Moro. Eran piloteado por el capitán Eitel Von Mühlenbrock y por el teniente Gustavo Leigh Yates, hijo del miembro de la junta militar, Gustavo Leigh. Un tiro de Leigh erró el blanco y fue a dar al Hospital de la misma Fach.
Los otros dos aviones se dirigieron al centro de Santiago y tras volar rasante a la altura de la Estación Mapocho dispararon sus cohetes antiblindajes Sura P-3 en cuatro pasadas. El líder de la operación fue el coronel Mario López Tobar, comandante del Grupo 7 y piloto del primer avión en atacar el palacio presidencial. El primer disparo, según Labarca, lo hizo el teniente Ernesto Amador González Yarra, impacto que perforó la puerta principal de La Moneda. Lo siguió el avión pilotado por Rojas Vender, quien disparó un cohete al techo de la Moneda.
Era el medio día del 11 de septiembre de 1973 y abajo la ciudad era invadida por tanques militares dispuestos a “extirpar el cáncer marxista” que se había apoderado del país, en frases de Gustavo Leigh Guzmán.
Bajo la gestión de Rojas Vender como comandante en Jefe de la Fach, entre 1995 y 1999, se destapó el escándalo por el pago de altas comisiones en la compra de aviones de combate en Bélgica y el uso de las aeronaves de la Fach para internar al país objetos para el uso personal de oficiales, caso conocido como muebles de rattan.
Al interior de la Fach aún opera un reconocimiento a la única operación militar propiamente tal llevada en las últimas décadas. La precisión del impacto de los cohetes fue tema de orgullo en la formación de todos los actuales aviadores. “En la Fuerza Aérea, todos estos pilotos, menos el hijo de Leigh que erró el blanco, son héroes y gozan de mucho respeto. Y Rojas Vender, que fue Comandante, era respetado por sus dotes y entre otras cosas porque había disparado contra La Moneda y había acertado. En la Fuerza Aérea, entre los militares, eso cosa de prestigio”. Cuenta Labarca a Radio Universidad de Chile.
En el proceso por la muerte del presidente Allende, el juez a cargo del caso, Mario Carroza, interrogó a los oficiales mencionados, quienes se mantuvieron en el pacto de silencio.
LA REBELIÓN DE LA ARMADA
la otra vez que la Fuerza Aérea usó sus aviones de guerra fue para terminar con una rebelión de la Armada en Coquimbo en 1931. La rebelión se había iniciado por una rebaja de salarios a toda la población decretada por el gobierno de Juan Esteban Montero. El motín se inició en los barcos de la Armada en Coquimbo el 31 de agosto y duró hasta el 7 de septiembre de 1931.
La rebelión pacífica con un pliego de peticiones y conversaciones con un delegado gubernamental, se extendió a la base naval Talcahuano, Escuela de Grumetes de la Isla Quiriquina y los obreros de los astilleros fiscales. En total se amotinaron las escuadras del sur y del norte, contabilizando 30 distintos tipos de embarcaciones, entre barcos y submarinos.
También se sumaron la Escuela de Comunicaciones de Valparaíso, la radioestación naval de Playa Ancha, la base aeronaval de Quintero y los regimientos Arica (La Serena) y Maipo (Valparaíso) del Ejército de Chile.
El petitorio salarial derivó con los días en un petitorio nacional: División de la tierra, solidaridad de las industrias y que la carga de la deuda externa fuera principalmente solventada por los millonarios.
El gobierno jugó a dos bandas: dialogar y preparar los aviones de combate. Al mismo tiempo inició conversaciones con el gobierno de EE.UU. solicitando la ayuda de una fuerza naval para someter a la escuadra patria.
Los marineros se mantuvieron en una resistencia pasiva mientras negociaban. Al mismo tiempo los obreros en Santiago, articulados en la Foch iniciaban una huelga general.
Pero el 4 de septiembre el gobierno rompe las conversaciones y usa los aviones de la Fuerza Aérea Nacional (FAN) dos días después para bombardear a la escuadra en Coquimbo.
Una orden anterior dada a los aviadores para impedir que se reunieran la Flota del Sur con la del Norte, no fue cumplida porque los aviones no pudieron divisar a sus blancos en el mar.
Se utilizaron 2 bombarderos pesados Junkers R-42, 14 bombarderos livianos Curtiss Falcon y Vickers Type 116 Vixen, 2 aviones de ataque Vickers-Wibault Type 121 y 2 transportes Ford 5-AT-C. El ataque se concentró en el acorazado Almirante Latorre, que dejó un muerto y un herido por un impacto en el submarino Quidora.
El ataque desmoralizó a la tripulación amotinada y poco a poco los barcos abandonaron la movilización, dirigiéndose a Valparaíso, en donde se entregaron a las autoridades. Un juicio posterior condenó a muerte a 6 marineros, a otros 120 a penas de cárcel y 800 marinos y obreros de los astilleros fueron expulsados.
En 1931 y 1973 la Fuerza Aérea ha jugado un rol preponderante en procesos sociales. En ambas intervenciones corrió del lado de los dueños del país, al igual que el grueso de las fuerzas armadas, manchándose las manos con la sangre de sus compatriotas. Hoy los protagonistas ya viejos se protegen en pactos de silencio y publican libros para intentar escamotear el espacio que les tiene reservada la historia. Esperemos que quienes quieren ser militares hoy piensen el rol histórico que han tenido sus instituciones.
M.B.R.
El Ciudadano
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