Paula Miranda Herrera, Allison Ramay y Elisa Loncón son las autoras del libro “Violeta Parra y los cantos mapuche recolectados: ¿qué dice la palabra?”, y estará en librerías en noviembre próximo. Esta investigación que se inicia en 2014 reconstruye la relación entre la cantora chilena y el pueblo mapuche, el eslabón que estaba perdido y que hace dos años se completó con el hallazgo de cuatro cintas de grabaciones de cantos mapuche en la Mediateca de la Universidad de Chile.
En su recorrido por el territorio Mapuche en el año 1957, Violeta es visionaria y reivindica un saber distinto, superior y ancestral al ser impactada por la cultura y el saber indígena mientras investigaba los VL, el canto ancestral. Todo esto Parra lo asimila para su creación y choca con su trabajo de seguir replicando algo, de seguir siendo una mera folclorista. Ahí empieza a construirse su condición de creadora, compositora. Lo mapuche le otorga una nueva ética, una intención en lo social.
Violeta Parra, con 39 años de edad, viajó al sur de Chile buscando nutrirse con la cultura mapuche y conocer cantos tradicionales de la gente de la tierra. Este viaje, que estaba motivado por una investigación para la Universidad de Concepción, fue intencionado por Violeta como una forma de valorar lo mapuche y de inmiscuirse entre lo ancestral y sagrado del canto indígena.
En un primer momento el recorrido la llevó a Temuco, donde conoció al esposo de una descendiente de Manuel Manquilef, quien décadas atrás había descrito al pueblo mapuche en varias de sus obras. Aquel hombre la llevó donde su esposa en Millelche y junto con ella le presentaron a la machi María Painén Cotaro, con quien Violeta forjaría una relación muy potente y estrecha.
Ante esto, Violeta decidió quedarse a trabajar un mes con la machi. “Violeta se deslumbra y se enamora de esta machi y aprende mucho durante un mes con ella. La machi era bilingüe y la acoge muy bien. Va todos los días donde ella y la graba sistemáticamente. Con la machi yo diría que se introduce en la cultura mapuche y aprende algunas de sus claves”, señala Paula Miranda, académica de la Universidad Católica, especializada en poesía y una de las autoras del libro “Violeta Parra y los cantos mapuche recolectados: ¿qué dice la palabra?”.
Miranda encontró cuatro cintas en la Mediateca de la Universidad de Chile que contenían grabaciones hechas por Violeta Parra a seis cantoras y un cantor mapuche. En éstas, luego de la investigación junto a Allison Ramay y Elisa Loncón, se determinó que habían cerca de 40 cantos entre los cuales estaban:“poyewvnvl” (de amor, de amor a la familia y de enamorados; sobre el rapto de la novia); “koybatunvl” (sobre la mentira y el engaño); “kajfvzugunvlfeyentunvl” (sobre la espiritualidad mapuche, de machi, nguillatun); “lofkvzawvl” (sobre el trabajo, como canciones de cosecha de arveja); “kimkantunvl” (de sabiduría, de cuna, de niños); y “kisugvwvnvl” (sobre decisiones personales y responsabilidades).
La quinta cinta, que contendría las grabaciones con la machi María Painén Cotaro se encuentra perdida.
El trabajo que Violeta realizó se trató de una recopilación de la riqueza mapuche en un tiempo en que lo mapuche no era tan considerado por los chilenos como hoy en día. “En 1957, es una época donde nadie está mirando lo mapuche. Hoy en día sí. En esos años no hay nadie. Violeta es visionaria, porque reivindica un saber distinto, superior, ancestral. Un trabajar la palabra transformando la realidad”, expresa Miranda.
La idea de la cantora era conectarse con la tradición mapuche de la misma forma en que lo había hecho con la vertiente mestiza y española. Según Miranda, era muy extraño que Violeta no se hubiese conectado con lo mapuche “sobretodo porque había algo en su música, además de las dos canciones muy conocidas con el tema mapuche, que conectaba también con cierta melodía o con esa característica poética del canto mapuche”.
Luego de recuperar las grabaciones se pudo encontrar aquella conexión. En aquellas cintas, después de los cantos, Violeta entrevista y pregunta que cómo son los cantos, cómo se llaman, cuándo se cantan, cómo se cantan, y si se cantan con instrumentos: “Les pregunta, ¿qué significa la palabra? Entendiendo que la palabra es un concepto súper fuerte en mapuzugun, en la cultura mapuche. Y es que finalmente a través de la palabra ellos se conectan con la espiritualidad, con lo sagrado, con lo cotidiano, con otros, arman sociedad. Hay un valor muy sagrado otorgado a la palabra”, explica Miranda.
Las investigadoras trataron de contactar a los parientes de los cantores de las grabaciones, ya que los propios cantores y cantoras eran mayores que Violeta y todos ya fallecieron. En esta búsqueda pudieron rearmar gran parte de aquel pedazo de historia que se encontraba oculto. Mapas, árboles genealógicos, fotos y la historia en detalle se encuentran en el libro.
En su viaje, Violeta también llegó a Labranza, Freire y Lautaro, donde grabó a varios de las cantoras. Lo hizo en bus y en micro, llegó a lugares que son difíciles de llegar incluso hoy en día. En Lautaro, en la casa de Guillermo Teiller (padre del poeta Jorge Teiller), grabó al cantor mapuche Juan López Quilapán (único hombre y pariente de una de las cantoras), quien también era descendiente del héroe mapuche José Santos Quilapán quien luchara contra el Ejército Chileno en el siglo XIX.
La importancia de la palabra en el canto mapuche
Violeta, el símbolo de esa chilenidad tan celebrada por la tradición de este país, se descubre a sí misma como indígena con su relación con María Painén Cotaro.
Paula Miranda dice que Parra sabía que su ser campesino “está constituido por mestizaje, de la raigambre hispánica que ella cultiva mucho, pero también de lo campesino mapuche. Yo diría que en muchos sentidos ella se identifica o quiere ser muy parecida a esta machi” y agrega que ahí es cuando descubre que una de las funciones de su canto “es la misma que los mapuche le dan. Que es una función siempre social, que el canto sirve para algo. No es mero artificio lingüístico, ni adorno, ni suntuario como en el arte moderno, sino que ese canto, esa palabra, tiene que servir para algo, para hacer llover, para que deje de llover, para agradecer, para siembra, para enamoramiento, para hacer dormir una guagüita”.
Esa motivación de Violeta es la que la lleva a nutrirse de aquella característica del canto mapuche: la de hacer cosas. “Es una poesía que hace cosas. Crea realidad. Ese es el canto mapuche, eso no está en la tradición hispánica. Y ella lo toma de ahí”, recuerda Miranda.
Es por esto que sus obras siguientes tendrían ese poder de la palabra integrado en cada letra, en cada acorde. En su proyecto la Carpa de la Reina, Violeta trata de reproducir la ruca mapuche: “es una carpa de circo moderna pero reproduce el fogón al medio, los braseritos repartidos en todas las mesas, el piso de tierra. Se proyecta como india, luego de volver de Europa”, arguye Miranda.
Lo mapuche le otorga una nueva ética, una intención en lo social, con “Arauco tiene una pena”, Violeta trata de reivindicar lo mapuche. En síntesis, las investigadoras llegan a la conclusión de que Violeta no entiende el idioma pero sí el sentido de la palabra. Violeta Parra es más mapuche de lo que se había entendido hasta ahora.
Un trabajo extraviado
Según Paula Miranda, el trabajo de Violeta con las cantoras y el cantor mapuche no fue exhibido ni mostrado por tres razones.
La primera fue el idioma, ya que no podía reproducir o reinterpretar esos cantos en un disco que ella grabase.
La segunda razón es que, tras el encuentro con lo mapuche, un período que gatilla muy fuertemente su creatividad, “es más fuerte el impacto que ella asimila para su creación que seguir replicando algo, que seguir siendo mera folclorista. Ahí empieza a construirse su condición de creadora, compositora”.
Y por último, lo que Violeta le dijo a su hijo Ángel Parra, antes de partir a Europa:
“No es el tiempo todavía para difundir el canto mapuche porque no se va a entender su valor y prefiero esperar a que representantes de su pueblo lo den a conocer”
Michel Cazenave Sc.