Generalmente los debates oficiales sobre sustentabilidad surgen sólo por la compulsión del crecimiento económico y por las supuestas limitaciones que el cuidado del medio ambiente pudiese imponerle a éste. Las intenciones terminan, por lo tanto, reduciéndose a vagas declaraciones respecto de la necesidad del “uso racional del medio ambiente y de los recursos naturales”. Son muchas las dimensiones socio-ecológicas fundamentales que quedan fuera de esta mirada. En particular, nunca se asume que la degradación ambiental es un fenómeno sociocultural, el efecto de una sociedad mal estructurada, autodestructiva, que hiere la base bioecológica en la que se sustenta.
Necesitamos urgentemente internalizar principios científicos tales como que la naturaleza y la humanidad conformamos un continuo espacio-temporal, que comienza desde el teórico ‘big bang’; continúa a través del alucinante despliegue atómico y molecular y la evolución de vida en lugares privilegiados; y culmina, en algunos casos, en la intensa e íntima interrelación entre todos los seres, elementos y fenómenos, que en su flujo recursivo conforman una comunidad biosférica como la nuestra. En ‘nuestro’ planeta Tierra/Agua; vitalizado por ‘nuestro’ majestuoso Sol.
Nuestra breve historia nos demuestra que no puede existir armonía social habitando ecosistemas degradados (muchas megalópolis son un buen ejemplo de esto); y que no se puede lograr armonía ecológica -simplemente vivir en un entorno ecológico homeostático, complejo, biodiverso- desde sistemas sociales des-equilibrados. A mayor degradación social, mayor degradación ecológica y vice-versa.
Esta realidad nos entrega una suerte de eco, bio y socio-indicador: si una sociedad está decayendo en términos socio-culturales y económicos, seguramente que simultáneamente está mancillando su entorno ecológico. A su vez, si una sociedad degrada gravemente su medio ambiente, lo más probable es que está mal estructurada y decayendo socio-culturalmente. La necesidad humana de cuidar el medio ambiente para lograr sustentabilidad y calidad de vida es algo obvio: un hecho diáfano y transparente. Una sociedad que no lo ve, y que no actúa correctamente en este vital ámbito, claramente tiene problemas paradigmáticos y errores epistemológicos inmanentes en su entramado sociocultural que le está causando este ‘punto ciego’ letal.
Si estudiamos con atención la historia de la humanidad veremos que los sistemas sociales que generan inequidad, pobreza y degradación humana, los sistemas sociales imperialistas/capitalistas estratificadas en puntiagudas pirámides jerárquicas, generan simultáneamente destrucción del entorno. Si hacemos la observación por ‘el otro extremo’, constataremos que las sociedades que destruyen su entorno son disfuncionales socio-culturalmente.
Afortunadamente existen numerosos ejemplos del pasado y presente (estos últimos cada vez más escasos) de lo contrario: Pueblos con culturas comunitarias armoniosas, con sistemas sociales que tienden a la horizontalidad o esfericidad, arraigados con notable inteligencia, resiliencia y sustentabilidad, incluso en los ecosistemas más extremos del planeta.
Si humanidad y naturaleza conformamos un continuo, nuestro desafío siempre ha sido y sigue siendo lograr la adaptación más creativa, inteligente y eficiente posible a nuestro entorno natural. Cuidar la naturaleza es cuidarnos. Cultivar la naturaleza es cultivarnos.
Hoy necesitamos urgentemente emprender local y globalmente la restauración masiva de ecosistemas y bioregiones para lograr la estabilización, por ejemplo, del sistema climático de nuestro planeta, y la recuperación de estructuras tales como la capa de ozono.
Para esto tenemos que disminuir drásticamente, e incluso eliminar, prácticas, opciones sociales y tecnológicas destructivas, que casi sin excepción son dinamizadas por la codicia.
Por Juan Pablo Orrego
Ecólogo
Presidente de Ecosistemas
Coordinador Internacional Consejo de Defensa de la Patagonia