La construcción de un sujeto popular chileno como ese que aparece estos días en la televisión cuando se celebran las fiestas patrias, tiene apenas más de cien años. Antes no había una representación del mundo popular y sus costumbres que lo incluyera dentro de lo que conocemos por ‘chilenidad’. Todo lo contrario: sobre el bajo pueblo se ejercía sólo disciplinamiento y castigo. Revisar la emergencia del ‘roto chileno’, sujeto representativo de todo el discurso nacionalista del siglo XX, permite ver cuanto hay de invención en lo que hoy creemos que son tradiciones.
El historiador Sergio Grez comenta que en 1876 sobre el peón libre se decía que “en este individuo se personifican todos los vicios de nuestras clases trabajadoras. Lleva a las haciendas, junto con sus harapos, la semilla de la desmoralización y del crimen”(1). La comprensión de lo popular correspondía a un sujeto cercano a la barbarie, desprovistos de razón o bordeando el ilegalismo. Tal como hoy los noticiarios de TV representaban muchas el mundo popular en términos de peligrosidad y patología social.
Esta forma de ver a los sujetos populares tiene sus raíces en la sociedad colonial y fueron forjadas durante el Estado Liberal Oligárquico constituido en 1830, para cuyo discurso del ‘orden interno’ en sujeto popular representaba un peligro.
La historiadora Alejandra Araya comenta que en 1760 se comprende al pobre como sujeto de compasión y de corrección, a la vez. Detalla que los conceptos usados en procesos judiciales los señalan como haragán, holgazán, zángano, de malas costumbres, vicioso; “usadas en combinación, lo que permite afirmar la conexión ideológica entre ellas en un sentido discursivo: la ociosidad”1.
Pero tras la Guerra del Pacífico, la infinidad de ociosos, vagabundos y malentretenidos que fueron convertidos en soldados a la fuerza y conquistaron Lima y después el Wallmapu, recobraron una nueva dimensión para el patriciado. Grez comenta que “La guerra del Pacífico cambió, al menos parcialmente, la percepción que la élite chilena tenía de las masas plebeyas. Los rotos se convirtieron en los héroes que habían conquistado para Chile ricas regiones gracias a su coraje y sacrificio. A la simple consideración cristiana, se agregaba ahora los sentimientos nacionalistas heridos por la imagen del ‘degeneramiento de la raza’ que proyectaban la espantosa mortalidad, las condiciones de vida en ranchos y el alcoholismo” (2).
En Chile se rindió homenaje a la carne de cañón de la Guerra del Pacífico con un Monumento al Roto chileno en la plaza Yungay en 1888, instituyéndose el 20 de enero como el Día del Roto Chileno en 1889.
LA CUESTIÓN SOCIAL
En 1884 el alienista Augusto Orrego Luco publica en el diario La Patria de Valparaíso una serie de artículos titulados ‘La Cuestión Social’, que marcan el inicio de la discusión sobre el ‘cuerpo del pueblo’ por parte de las clases dirigentes. El tema del cuidado del cuerpo de los sujetos populares y cuya mejora implica el crecimiento de la economía nacional eran las nociones científicas en boga durante la época. En Chile los médicos son los principales agentes divulgadores de estas doctrinas. No en vano, Orrego Luco era profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, internista y psiquiatra formado en Francia en la clínica de Charcot, miembro de la Sociedad Médica de Santiago, colaborador de la Revista Médica de Chile y Miembro del Consejo de Instrucción Pública.
Orrego parte su líbelo destacando la conversión de los ‘rotos’ en soldados. Dice que “sin esfuerzo más de cien mil hombres han pasado por las filas del Ejército. Era la raza vagabunda la que suministraba ese enorme contingente militar y hacía posible que Chile presentara un frente de batalla que dejaba muy atrás todos los cálculos”(4).
Al mismo tiempo sitúa la habitación del bajo pueblo y las tabernas como el foco de los males que afligen al proletariado. Rancho, conventillo y taberna son la imagen del pueblo decadente para la aristocracia. El historiador Osvaldo Marín comenta que “para la élite los ranchos, cuartos redondos y conventillos eran un peligro sanitario y moral, ya que las viviendas incómodas e insalubres engendraban ‘todos los vicios y delitos a que el hombre pueda llegar: la embriaguez, la imprevisión, la inmoralidad, el juego (…) que son el resultado fatal a que llega aquel que, falto de u hogar en que albergarse, acude a la taberna a buscar la distracción de su espíritu en las malas compañías que lo arrojan en la pendiente”(5).
El proyecto de Orrego Luco es convertir a los sujetos populares en obreros asalariados en el desarrollo industrial chileno que se anunciaba. De esta forma, la medicina entraba como ciencia higiénica tanto del espacio urbano como de las conductas. El alienista se pregunta: “Ahora, si esa masa es una masa nómade, errante, que va de rancho en rancho, de aduar en aduar ¿cómo se puede pensar seriamente en inspirarle hábitos de higiene y de economía, en desarrollar su intelijencia y levantar su moral?”(6).
Para ello propone un disciplinamiento en torno al trabajo y la enseñanza obligatoria: “Lo primero es fijar esa masa, aglomerarla alrededor de un trabajo organizado, hacerla entrar en las clases sociales, presentarle un núcleo de condensación, y ese núcleo es el trabajo fino de establecimiento y de la industria”.
LA RAZA PARA HACER FRENTE A LA AMENAZA ROJA
La preocupación de las clases dominantes por los sectores populares no sólo perseguían una función biopolítica, es decir, de gestión de los procesos vitales en la ciudad. También este ánimo caritativo surge para contener la expansión de ideas socialistas y anarquistas por el continente y en la clase obrera, verdadera pesadilla para el poder. La Encíclica Rerum Novarum, promulgada por el papa León XIII en 1891 y comentada en Chile por el Arzobispo Casanova, termina por afianzar la preocupación por ‘la cuestión social’ en los discursos dirigentes.
Se busca ahora incluir a la población. Y en esta nueva mirada sobre lo popular aparece la idea de la raza. Una noción con un largo linaje de racismo científico desde el conde de Gobineau con su idea de la superioridad de las razas europeas hasta el fomento de la inmigración europea en varios países de América Latina para ‘mejorar la raza’.
En Chile y en el continente dichas ideas circularon en discursos de integración y sanitarismo médico. Así comenta la historiadora María Angélica Illanes que “el concepto de ‘raza’ aquí, juega un rol positivo de legitimación de los pobres-naturales. Viene a actuar como un concepto que trabajará para captar al pueblo hacia la élite aristocrática y hacia la tradición, a nombre de la ‘raza homogénea’, quitándoselo a su clase en lucha. En vez de ser un concepto excluyente, trata de incluir”(7). El proceso ocurre en casi todos los países latinoamericanos, los que necesitan rearticular su identidad nacional entre 1900 y 1930.
La presunción de una diferencia racial chilena será una obsesión de los intelectuales del periodo. A diferencia de otros países del continente en los que se asume la diversidad racial, como en Perú y Brasil, en Chile es la época de solidificación de la ficción de un pueblo con sangre araucana y española. El escritor y diplomático. Benjamín Vicuña Subercaseux en 1902 describía el ‘carácter práctico y sobrio de la raza chilena’ y se refería también a la ‘unidad de la raza criolla’ y a ciertos ‘rasgos sicológicos’ que la caracterizarían: el desinterés, la sobriedad y el espíritu guerrero”(8).
También es la época en que la estadística se amplifica como forma de conocer el mundo. Luís Thayer Ojeda llegó a establecer una proporción racial para el país cuyas cifras parecieran describir más bien los anhelos blanqueadores de la época: 64,89% de raza blanca, 34,26% de raza roja o indígena, 0,98% de raza negra y 0,17% de raza amarilla(9).
Un momento culmine de estos discursos es en 1911 cuando el médico Nicolás Palacios publica ‘Raza Chilena: Un libro escrito por un chileno para los chilenos’. Para Palacios el ‘roto chileno’ eran los sujetos en los cuales se mantenía la raza goda, proveniente de Europa, y la raza araucana, de similar valor por su capacidad guerrera y patriarcal. Esta composición étnica, a juicio de Palacios, le daba al bajo pueblo condiciones vitales para la industria, poseía una fisonomía moral uniforme, lo que le daba condiciones para la constitución de una raza de excepción. El pueblo para Palacios es el ‘gran huérfano’, que debía ser redireccionado, oponiendo a este ideario al joven de élite, inaugurando el discurso sobre la decadencia moral de esta clase social, a la que considera débil e inferior, con señas de decadencia moral presentes en todas sus manifestaciones, como pérdida del espíritu masculino o la moda de lectura de poesías eróticas (10).
El sujeto histórico que emerge para el centenario de la República será el ‘roto chileno’. Es la época del centenario de la declaración de Independencia, se decretan las fiestas patrias y se convierten las chinganas populares antes reprimidas en fondas adornadas con guirnaldas tricolores. Se necesitaba dotar a la población de un sentimiento y emociones patrias en un país atravesado por la diferencia social.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano
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NOTAS:
(1) Grez, Sergio: De la regeneración del pueblo a la huelga general: génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890). Santiago de Chile. Ril editores, 2007. Pág. 173.
(2) Araya, Alejandra: Ociosos, vagabundos y malentretenidos en el Chile colonial. Colección Sociedad y Cultura, Dibam, Santiago de Chile, 1999. Pág. 17.
(3) Grez (Ibid).
(4) Orrego, Augusto: La cuestión social. 1884. Pág. 37.
(5) Marín, Osvaldo: Las habitaciones para obreros. Santiago, Imprenta Universitaria, 1993. Pág. 6.
(6) Luco (Ibid). Pág. 50.
(7) Illanes, María Angélica: La batalla de la memoria. Editorial Planeta, Santiago de Chile, 2002. Pág. 81.
(8) Ibíd. Pág. 54.
(9) Ibíd.
(10) Palacios, Nicolás: Raza Chilena: Un libro escrito por un chileno para los chilenos. Edit. Chilena, Santiago, 1918. Pág. 275 y 144.