Leyendo a Noam Chomsky –el conocido lingüista, filósofo y activista estadounidense– descubrimos que en el sistema neoliberal existe una acción destinada a crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar.
Por ejemplo: dejar que se desarrolle e intensifique la violencia urbana, para que el público demande leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para que la sociedad acepte como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos (esta es una de las tantas opiniones de Chomsky).
En los países donde reina el sistema neoliberal, los actuales niveles de delincuencia podrían ser el producto de una ‘política de Estado’ cuyo objetivo esencial sería mantener a la población ocupada y preocupada de esos avatares y no en las calles protestando contra el sistema. ¿Podrán ser tan perversos los gobiernos de tales naciones? ¿Lo son también nuestros propios gobiernos duopólicos?
Esconder la basura debajo de la alfombra es de uso habitual en algunas personas al momento de limpiar un cuarto o un salón. Poco trabajo, resultado rápido (a la vista) y escasa suciedad en el entorno visual, pero no en la realidad, ya que la mugre continúa presente, cobijada en el mismo sitio, el cuarto o el salón. Quienes así proceden se niegan a realizar en sus domicilios particulares o laborales un aseo profundo.
Las olvidadas erradicaciones de la dictadura
En política –utilizando el mensaje de la basura como ejemplo vivo– ocurre algo similar con la delincuencia que asfixia a las grandes ciudades. Todas las políticas anti-delincuencia, esbozadas y llevadas a cabo por los diferentes gobiernos del duopolio, han sido estrepitosamente inútiles. Luego de tantos patinazos al respecto, es dable sospechar (la duda resulta razonable) que tales políticas fueron delineadas teniendo como objetivo final el fracaso. Chomsky de nuevo nos sale al paso.
Más allá de las suposiciones de cualquier sociólogo, resulta evidente que, en Santiago, los gobiernos ejercen en modo de no terminar de raíz con las causas de la delincuencia y, por el contrario, le ofrecen ciertas protecciones. Entre los métodos utilizados: trasladar parte de ella a comunas rurales alejadas de las metrópolis.
En este plan, el SERVIU fue la mano de gato perfecta para concretar los programas fraguados en Interior y ODEPLAN. Sin embargo, se requería de un socio más, uno de suyo importante. El empresariado. No cualquier empresariado: el que está en posesión de la producción agrofrutícola… el exportador, el que le da trabajo a los temporeros.
Es un hecho que la actividad minera en el norte acapara gran porcentaje de mano de obra, provocándole serias dificultades a los exportadores de frutas, en especial durante los meses con “erre” (septiembre a abril), época del raleo, cosecha, empaque y distribución. Las mineras pagan mejor… ergo, la mano de obra escasea en el campo (donde nunca se ha pagado bien el trabajo manual). Había que hacer algo. Se hizo. Matando dos pájaros de un tiro, pero sin realizar ‘aseo profundo’.
SERVIU financió la construcción de poblaciones en comunas rurales caracterizadas por el trabajo agrícola. De manera inteligente, el establishment ejecutó una nueva migración, esta vez desde la ciudad al campo, llevando a las comunas rurales cientos de familias que vegetaban en campamentos y periferias de urbes como Santiago, Rancagua y otras, en las que se encuentran activadas las causas y orígenes de gran porcentaje de la delincuencia común.
De ese modo disimularon la delincuencia urbana y proveyeron mano de obra barata los empresarios agroproductores. Así ocurrió en pueblos y comunas de la región de O’Higgins. Coltauco es un buen ejemplo. Lo malo es que en medio de pobladores citadinos trasvasijados a lo rural venía oculto el germen de la mala yerba: la delincuencia.
Ediles de municipios rurales, municipios pequeños, aceptaron sin remilgos la migración forzada, toda vez que les permitía mostrar ante su electorado un trabajo de proporciones en materia de vivienda. Debe entenderse que en esas nuevas poblaciones algunas viviendas fueron asignadas a los vecinos de la comuna.
Hubo alcaldes que le solicitaron expresamente al gobierno de turno trasladar familias urbanas de escasos recursos, porque de ese modo le aseguraban al empresariado agrofrutícola local un significativo contingente de mano de obra temporera. En no pocos casos tales alcaldes (y alcaldesas) eran dueños de fundos, cónyuges del propietario, socios en empresas exportadoras, o todo junto a la vez. Coltauco es un buen ejemplo.
Terminada la “temporada”, retornada la cesantía que se adueña de los “meses azules” (los del frío y sin ‘erre’), los municipios confrontan problemas cuya solución siempre está condicionada por el volumen del presupuesto municipal.
Cientos de cesantes requieren apoyo en salud, educación y servicios varios. Cientos de personas sin trabajo, soportan el paso de esos meses estériles en lo económico. Entonces, la delincuencia aflora y el panorama comunal cambia. Más grave aún, la llegada de una nueva temporada de raleo y cosecha no reduce la delincuencia. Para muchos “malandras” resulta más provechoso seguir robando, traficando y asaltando, que quebrarse los lomos en el campo, trabajando de lunes a sábado por un salario indigno.
En los sectores campesinos no existen los “planes cuadrantes”. Con suerte hay algunos escasos carabineros que se desplazan en dos o tres carros policiales, cuando tienen gasolina. Ahora, en comunas campesinas ya es asunto habitual enterarse de asaltos a casas particulares, robos de automóviles, tráfico de drogas, robos a establecimientos educacionales y comerciales, asaltos a camiones distribuidores, cogoteos varios, lanzazos a personas de la tercera edad en día de pago de pensiones, etc.
La delincuencia –parte de ella– fue oficialmente trasladada vía SERVIU desde la ciudad al Chile profundo y campesino que, hasta ayer, era tranquilo, apacible, vivible. Se acabó. Por obra y gracia del establishment político-empresarial.
Nada de aseo profundo. Meter la basura bajo la alfombra trae réditos electorales y comerciales. Una acción eficaz, destinada a terminar con las causas reales de la delincuencia que nace en medio de la marginalidad económica y social, no es negocio.
Es así que, sin delincuencia, sin corrupción y sin tráfico de drogas, el sistema neoliberal no puede funcionar debidamente. Se ahogaría por falta de SU oxígeno.
Doloroso, pero cierto.
Arturo Alejandro Muñoz