La derecha siempre se muestra débil a la hora de levantar candidaturas presidenciales. Es que necesita los votos de una mayoría, pero su mundo social y cultural es estrecho. Alcanza apenas para las páginas sociales de El Mercurio. Sus representantes más destacados son hombres de negocios o que trabajan para éstos. Hay algunos más, que dedican sus energías a defender valores conservadores, propios del siglo XIX, alejados de los desafíos del común de los mortales. Ninguna de esas tres condiciones es atractiva en el momento de las urnas y se requiere mucho más.
Ello explica el afán de la UDI para ser vista como “partido popular” (con éxito, sin duda) y de su ex candidato presidencial Lavín de mostrarse cercano a “los problemas reales de la gente”. Lo mismo Piñera. A la hora de ser candidato, deja de ser empresario para convertirse en “emprendedor”, dirigente del fútbol (¡y de Colo-Colo!), accionista -“pero muy minoritario”- de farmacias, medio-ambientalista, de familia democristiana y hombre de clase media. La imagen que construye y su incuestionable perseverancia lo llevan, a la Presidencia. Por cierto, los veinte años perdidos de la Concertación le facilitaron la tarea.
Pareciera que a la hora de la verdad ser empresario, rico y poderoso, no da dividendos electorales. Hay que ocultarlo. Por lo mismo, el actual ministro Golborne es visto por la derecha y sus medios de comunicación como una carta interesante para la futura campaña presidencial. Se destaca que nació en Maipú, toca guitarra y tiene hermana comunista y exiliada. Y, por cierto, se repite hasta el cansancio el trabajo que realizó en el salvataje de los 33 mineros, como si fuese tarea popular y no gubernamental. Es la forma de mostrar al hombre cercano a la gente, como lo hizo Lavín en su momento y luego Piñera.
Pero las campañas comunicacionales no pueden modificar completamente a las personas y lo que representan. Vamos parando el chamullo.
Laurence Golborne fue durante ocho años gerente general de Cencosud, el supermercado de Paulman. En esa tarea se destaca su aporte a los éxitos económicos de la empresa. Pero se oculta su trabajo para reducir costos mediante la aplicación del sistema multirut, que permite la subcontratación para evitar la sindicalización y la negociación colectiva. Del mismo modo, no se habla de su responsabilidad en el mecanismo vergonzoso de “pagar por trabajar” que se aplica a los empaquetadores de esa empresa: $ 500 por turno de 3 horas a cambio de propinas eventuales.
Al mismo tiempo, el actual biministro, como estratega del supermercado, no le puede haber pasado desapercibida la explotación que sufren los pequeños agricultores y otras Pymes que abastecen Cencosud. La fijación monopsónica de precios (simplemente arbitraria) y la larga dilación en los pagos que aplica el supermercado es una espada de Damocles que atenta a la continuidad de la actividad de los pequeños empresarios.
En el caso de Magallanes, Golborne respaldó a Raineri, ministro saliente, en su intento de eliminar derechos adquiridos a sus habitantes y, sin embargo, públicamente defendió la confidencialidad de los beneficiosos contratos de venta de gas que la empresa canadiense Methanex consiguió con Enap. Gracias a la protesta ciudadana y a la paralización de Punta Arenas, el gobierno debió retroceder en el alza del precio al gas. Sin embargo, nuevamente se intenta colocar medallas al actual biministro.
Como gerente general de Cencosud, Golborne ha representado fielmente intereses empresariales y no de los consumidores, la clase media y los trabajadores.
Ahora, como hombre de Gobierno, su comportamiento en el caso del gas de Magallanes también ha sido proclive a los intereses empresariales en vez de los habitantes de la región. Aunque se persista en el esfuerzo comunicacional para convertirlo en héroe, el candidato Golborne difícilmente podrá ocultar que representa los intereses de sus patrones.
Por Roberto Pizarro
Economista
Polítika, febrero 2011
El Ciudadano Nº96