El diputado Urrutia, como todo cobarde, se esconde en su fuero para cometer delitos solo posibles en Chile, en donde campea la impunidad: defender a genocidas, torturadores y cobardes, y de paso reírse de las víctimas.
Apologizar criminales condenados por genocidas tan cobardes como el mismo diputado Urrutia, que mataron a gente rendida, amarrada, vendados sus ojos, luego de ser inhumanamente torturados, que no diferenciaron entre mujeres, niños y ancianos, debería ser un delito castigado severamente.
Reivindicar lo que hicieron esos cobardes con uniforme debería ser castigado con altas penas de cárcel.
El miserable diputado Urrutia hace de su bien pagado trabajo una tribuna desde donde se da el lujo de agredir con sus palabras a las víctimas de la tiranía.
Esta conducta es un recordatorio diario de la grave falencia que ha tenido en este ámbito, la pos dictadura. De haber habido una transición de verdad, las cosas habrían sido muy distintas.
Urrutia es una burla permanente. Un déficit democrático. Como ha sido en todo este tiempo el hecho de que el Estado haya pedido perdón por boca de algún presidente poco convencido. Y como termina siendo el que la misma Cámara de Diputados haya definido a la dictadura como un aparato terrorista articulado por el tirano que reivindica Urrutia, y no haya tomado en cuenta sus apologistas que residen y son financiados en esa misma Corporación.
Esas declaraciones hechas solo para la galería y con cero convicción democrática y justiciera, no tienen el alcance necesario el que debiera llegar a prohibir toda defensa o reivindicación de los crímenes de la tiranía, y someter a proceso a gente como Urrutia: los apologista de la cobardía y la traición.
Algo no calza en Chile.
La pos dictadura arrastra deudas enormes con la sociedad y en consecuencia, con la historia del país. No es digno del pueblo que lucho y puso la mayor cuota de sacrificio el que esa gesta sea a diario burlada por quienes fueron sostenedores, facilitadores públicos y encubiertos y cómplices de la tiranía.
De seguir así, en poco tiempo, quienes se opusieron tenazmente al oprobio que significó que un bruto nuevamente dirigiera al Ejército en contra de sus compatriotas, serán obligados a pedir disculpas.
Y quizás en un tiempo más, hablar de la dictadura parecerá un extravío de veteranos amnésicos.
Y así, en breve se podría llegar al extremo de ver estatuas y bustos que impriman en bronce a sujetos cuya cobardía y brutalidad se troque en heroísmo y amor a la patria, enseñadas a las próximas generaciones.
Como, en efecto, ha venido siendo en más de doscientos años de república falseada.
Si alguna vez este país recobra la decencia, será sobre la base de reconstruirlo con una decencia mínima, cuya medida sea la imposibilidad de que sujetos como el repugnante diputado Urrutia pase impune por la vida denostando a muertos, desaparecidos, torturados y sus familias y compañeros, sin que el rigor de alguna ley decente les caiga con toda su dureza.
Pero ante la burla desmedida y lacerante que significa la sola existencia de sujetos como el diputado Urrutia, la venganza, queda como la única forma de justicia.
Y abrigar la fe en que alguna vez caiga sobre estos sujetos un odio definitivo que ponga justicia ahí donde no ha habido y que corrija aunque sea en parte la anomalía que es compartir a diario un territorio con cobardes que deberían avergonzar a la especie.