Que hablara, que no dejara de hablar –esa era la obsesión de Pegy Lowery mientras conducía a su hija Piper, de 12 años, al hospital más cercano.
La niña tenía apenas una gripe, y sin embargo se le desplomó a sus pies en el propio estacionamiento del Hospital de Niños Mary Bridge de la pequeña ciudad de Tacoma, en el estado de Washington.
“Oh, mamá”, fue lo último que escuchó de labios de su hija mientras ella la sostenía con todo su cuerpo y pedía a gritos que alguien la ayudara.
No habían pasado más de tres días cuando, el 16 de enero pasado, esta mujer fracturada para siempre se despidió de su hija.
“Para nosotros ha sido muy duro”, dijo Lowery. “Todo lo que tengo ahora son imágenes y una urna sobre un manto. “Ya sabes, ella era mi mejor amiga”.
Según su testimonio, en tres ocasiones había llevado a su hija al médico en los últimos cuatro días. Le habían indicado que tomara antibióticos, pero algo estaba ocurriendo en su organismo. Y nadie se había percatado de ello.
El tristemente célebre virus del H1N1 había atacado sus riñones y le había provocado una importante insuficiencia renal justo el día antes de que la condujeran al hospital por última vez, pero nadie se dio cuenta.
Es por ello que Pegy Lowery se empeña en compartir la historia de su hija, como un rotundo estímulo para que otros padres hagan lo que ella no hizo: vacunarse todos contra la gripe.
Integrada de lleno a su labor en la Fight the Flu Foundation (Fundación para Combatir la Gripe), Lowery está empeñada en que su mensaje trascienda.
Para animar a las familias a que vacunen a sus hijos a los 6 meses de nacidos, esta mujer teje gorritos y colabora en la elaboración de folletos. Desde que se integró a ese colectivo, Lowery ha confeccionado 700 gorros para bebés.
“Quiero que el legado de mi hija perdure para siempre”, asegura. “Ese es mi trabajo ahora: sembrar su legado.”