Con Libia, bombas y labia

Para que estemos claros de entrada, Muammar Gadafi no es mi taza de té: hace décadas que le tiré la cadena a los líderes providenciales, insustituibles, mesiánicos, infalibles, eternos

Con Libia, bombas y labia

Autor: Director

Para que estemos claros de entrada, Muammar Gadafi no es mi taza de té: hace décadas que le tiré la cadena a los líderes providenciales, insustituibles, mesiánicos, infalibles, eternos. Mi compromiso político no tiene nada que ver con la iconografía critpto-religiosa que adoran los creyentes en el dios mercado y los practicantes del culto a la personalidad. Ese tipo de zigotos me la suda, los de “izquierda” y los de derechas.

Pero lo de Libia no tiene nombre. Un Consejo de Seguridad de la ONU que carece de toda credibilidad, cuestionado en su composición heredada de la segunda guerra mundial, como en su eficacia (ninguna resolución contra Israel ha sido respetada nunca) y su objetividad (los miembros permanentes disponen de un inaceptable derecho a veto), acuerda imponer “una zona de exclusión aérea” en un país soberano, con la abstención de Brasil, Rusia, Alemania y China entre otros, mientras la India declara públicamente su oposición. Más de la mitad del planeta. Y allí van los EEUU, Francia, Inglaterra y algunos subordinados a cometer un crimen más en nombre de la libertad y la democracia.

Para no dejar la impresión de una expedición colonialista más, el ministro de Exteriores francés Alain Juppé tuvo el descaro de decir en la TV que se trata de instaurar la democracia en Libia y que los países árabes también participan en la “coalición”. Como el periodista le pidió nombres, Juppé dijo: “Qatar prometió algunos aviones, y probablemente los Emiratos Árabes Unidos también”. ¡Fantástico! Las muy conocidas democracias soberanas e independientes de Qatar, Abu Dabi, Ajman, Charjah, Dubaï, Fujaïrah, Ras el Khaïmah y Oumm al Qaïwaïn, en otras palabras los micro protectorados estadounidenses -menos del 5% del mundo árabe-, son los garantes del carácter ecuménico de esta “acción de la comunidad internacional”.

Menos de 24 horas después del inicio de los bombardeos a Trípoli y otras ciudades libias, la Liga Árabe, que inicialmente había dado su acuerdo para la intervención, denuncia a los agresores explicando que se están pasando de rosca: “Lo que pasa en Libia difiere del objetivo que consiste en imponer una zona de exclusión aérea, y lo que queremos es la protección de los civiles y no el bombardeo de otros civiles”, declaró el secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa.

La Liga Árabe es un organismo tan a las órdenes como la OEA, lo que da la medida de la solidez de esta “coalición”. La unanimidad imposible en la ONU, la ruptura del eje franco-alemán en Europa, los sórdidos cálculos de algunos países para sacarle partido a su entrada en combate o a su silencio cómplice, las masacres que se siguen cometiendo en Yemen, en Bahréin y otros países árabes aliados de los EEUU, las maniobras en Egipto para evacuar a los nacientes partidos políticos que hicieron la revolución democrática, la continua violación de los derechos del pueblo palestino ante el silencio de esta curiosa “coalición”, el desastre de Irak, el control de Afganistán por parte de una familia de narcotraficantes aliados a los EEUU, todo contribuye a profundizar la desconfianza de los árabes en este bello Occidente tan amigo de los derechos humanos cuando se trata de los suyos propios.

Sarkozy, el tipo que recibió a Gadafi en calidad de “amigo”, que le permitió montar su jaima (tienda) al frente del Palacio del Eliseo, que le organizó partidas de caza privadas en los cotos de la República para mostrarle a qué punto le apreciaba, que le propuso comprar una central nuclear, aviones de combate Rafale y lo más granado de la tecnología militar francesa, es el mismo que ignoró la revolución egipcia, el mismo cuya ministro de RREE Michelle Alliot-Marie ofreció el concurso de la policía francesa para liquidar la revolución tunecina. El mismo que, confrontado a los resultados de su desastrosa presidencia, se da vuelta la chaqueta y organiza esta guerra que en su caso no tiene otro objetivo que el de permitirle ganar la presidencial en el 2012.

Se trata del Sarkozy que destruyó hasta los cimientos la política exterior de Francia, aquella autónoma e independiente que trazó el gran Charles De Gaulle. Sarkozy metió a Francia en la Otan que De Gaulle miraba con desconfianza. Sarkozy transformó a Francia en un peón más de la política “atlantista”, esa que guían y conducen en función de sus propios intereses los Estados Unidos de América. Sarkozy es el mismo tartufo que en el caso de Libia pretende que no se puede desentender de las víctimas de un dictador, y que cierra los ojos ante los innumerables crímenes que comenten “sus amigos”, los dictadores de Marruecos, Yemen, Bahréin, Arabia Saudita, Costa de Marfil o Gabón.

Así, tres de las más importantes potencias del mundo, que juntas reúnen el mayor poder militar del planeta y probablemente la mayor capacidad de fabricación de armas, se unen para bombardear un país de menos de cinco millones de habitantes que lo único que tiene, para su desgracia, es petróleo.

Con Libia, bombas y labia.

Por Luis Casado


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