Ni en el golpe de estado en Honduras, ni con la sangrienta represión de los gobiernos de Egipto, Yemen y Arabia Saudita a sus ciudadanos sublevados, las Naciones Unidas apelaron a una intervención militar. Distinto es el caso de Libia, cuyo gobernante cayó en desgracia para las potencias occidentales. Esta es una crónica del conflicto:
Este jueves salió desde Trípoli, capital de Libia, una manifestación denominada ‘marcha verde’ en dirección a Benghazi, la segunda ciudad más importante del país y bastión de los rebeldes. Los convocantes aseguran que persiguen dirimir las diferencias con los insurgentes, acabar con el conflicto bélico y evitar una invasión militar extranjera.
La marcha, auspiciada generosamente por Muammar Al Gaddafi, deberá recorrer unos mil 200 kilómetros hasta el bastión rebelde e intentar allá resolver de forma pacífica las diferencias con el millón de personas que están en esa ciudad.
LA ESCALADA DEL CONFLICTO
Claro que los marchantes deberán superar ya un mes de una guerra fraticida que comenzó el 15 de febrero pasado con protestas y movimientos insurreccionales que alzaron sus voces en Libia contra Muammar Al Gadafi, quien lleva 42 años en el poder.
Si bien en un momento las deserciones al dictador alcanzaron su gabinete, diplomáticos en el exterior y un amplio movimiento ciudadano, la recomposición de sus fuerzas los hizo ganar terreno a mediados de marzo.
Esto provocó que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a instancias de David Cameron, premier de Gran Bretaña y el ministro de asuntos exteriores francés, Alain Juppé, promovieran un voto de la comunidad internacional para intervenir Libia.
El secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Anders Fogh Rasmussen, exhortó en la oportunidad al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas “frenar la inaceptable victoria de Gaddafi”.
Finalmente el Consejo de Seguridad de la ONU se pronunció a favor de la intervención con 10 votos a favor, ninguno en contra y las abstenciones de China, Brasil, Rusia, India y Alemania. Con dicho sufragio, se autorizó “todas las medidas necesarias […] para proteger a los civiles y las áreas pobladas por civiles bajo amenaza de ataque en la Al Yamahiria Árabe Libia, incluido Bengasi, aunque excluyendo, en cualquiera de sus formas, una fuerza extranjera de ocupación sobre cualquier parte del territorio libio”.
La operación fue llamada Odisea del amanecer y los estadounidenses junto a Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia, Bélgica, Grecia, Dinamarca y Canadá se han puesto con aviones de combate o prestado territorios para la andanada contra el gobierno libio.
Según el periódico francés L’Humanité, es la más grande intervención militar en el mundo árabe desde la de Irak en el 2003.
DERROCAR A GADAFI
El 20 de marzo 20 aviones franceses bombardearon los alrededores de Bengasí, y más de 100 misiles Tomahawk tirados de naves de guerra y submarinos británicos y estadounidenses cayeron sobre territorio libio. Claro que ninguno de los tres gobiernos quiere asumir el mando de los ataques.
El mismo día fue bombardeada la residencia de Gadafi en Trípoli y trascendió que uno de sus hijos había muerto. La edificación destruida fue la misma que en 1986 fue bombardeada por EE.UU. luego de una orden dada por el presidente Ronald Regan. En aquella oportunidad una hija del dictador resultó muerta.
Radiomundial indica que el número de victimas en los ataques aéreos podría supera los 90 muertos y 200 heridos. Sin embargo, Estados Unidos aseguró este domingo que no “hay informes de víctimas civiles”. “En cuanto a si hay fallecidos no tengo información”, manifestó a los medios de comunicación, indicó el vocero del Pentágono, William Gortney.
Barak Obama, presidente norteamericano, dijo que si uno deja actuar Gadafi “cometería una vez más atrocidades contra su propio pueblo […] toda la región podría estar desestabilizada”. Entonces, de lo que se trata es de derrocar a Gadafi.
Mélissa Quillier
El Ciudadano