Los vendedores ambulantes no caben. El Paseo Ahumada está tomado en su totalidad por los trabajadores de Homecenter Sodimac. Hoy es el día 14 de huelga, y se nota: las vuvuzelas no dejan de sonar, los pitos chiflan desde las bocas manifestantes y las pancartas se levantan a la visibilidad de los peatones.
El sindicato de esta empresa del grupo Solari se conoce por ser el más grande a nivel nacional. Tiene alrededor de 8.700 afiliados, un poco más del 50% de la cantidad total de trabajadores. La demanda, fuertemente silenciada por los medios de comunicación –este mismo grupo es dueño del canal Mega–, consta de un reajuste de 7% y un bono de término de conflicto por $500.000, lejos de lo que ofrece la empresa (3,5% y $150.000 respectivamente).
Empieza la marcha. La multitud avanza por el Paseo Ahumada tres cuadras y dobla por la calle Huérfanos. Antes, eso sí, se detiene en la tienda Falabella –también del grupo Solari– y todos hacen el gesto del dedo pulgar apuntando hacia abajo; el mismo gesto que hacían los emperadores romanos cuando decidían que alguien debía morir, en el coliseo.
Entre tanta gente se puede identificar a Luis Mesina, la cabeza del la coordinadora No+AFP. A un lado, un poco apartado de la masa, va Esteban Maturana, presidente de la Confusam.
Van a caminar hasta la bodega de Falabella ubicada en Rosas con Manuel Rodríguez. Algunos carros de mote con huesillo, resignados, bajan junto a la multitud para buscar otra ubicación en la que se pueda vender. El ruido es ensordecedor; ni siquiera se escuchan las palabras que dicen algunos dirigentes a través de los megáfonos. Un carabinero camina entre la gente, y debe acercarse el walkie-talkie a la oreja para escuchar instrucciones.
Ayer, el mismo presidente del sindicato, José Luis Ortega, se quejó de la poca visibilidad que estaban teniendo en los medios. Dijo a El Ciudadano que «el poder económico manda por sobre el poder social. «Falabella es un holding que paga en publicidad, no sé, más de un millón de UF anuales y los trabajadores no hacen ese tipo de inversión en los medios. Entonces es ahí donde radica la poca visibilidad de la huelga».
Ahora tampoco hay muchas cámaras, y las que se pasean por ahí son cargadas por estudiantes universitarios o de canales chicos de televisión. El ruido de estadio es lo que se toma la jornada. Ese es el riesgo cuando alguien no quiere escuchar: puede quedar sordo.