Hacia fines del reinado de Ricardo I —quien a diferencia de Ricardo III nunca ofreció su reino por un caballo porque muchos le habríamos regalado uno para que se fuera—, el heredero natural era el príncipe de las tinieblas Don José Miguel Insulza y Salinas. Sin embargo, Ricardo I lo desheredó y a cambio de que no pataleara, le ofreció un ostracismo temporal en la Ínsula de la Weá Más Fea —según cantan las estrofas del trovador Carlos Puebla. La oferta era jugosa pues duraría 10 años, con todas las prebendas del caso, en vez de los breves 4 años en el Palacio de La Moneda. A este fin, Ricardo I consiguió el apoyo transversal de «The Right People» que lo adoraba y veneraba, además de —probablemente también— el VºBº del Emperador Bushputín II o su representante.
Una vez que el pollo estuvo cocinado con múltiples viajes internacionales en sendas naves aéreas y estadías en Paradores Imperiales a toda raja —todo financiado con los tributos de los siervos de la gleba del Reyno de Chile—, Ricardo I ungió como su sucesora a Michelina I por considerar que ésta era, en la época, mucho más esbelta que Don José Miguel. «Cuestión de estética!” —dicen que dijo.
Una vez entronizada, sin embargo, Michelina I perdió todo sentido de lo estético y le hizo honor a su nombre desarrollando sendos michelines que la mantuvieron a flote como salvavidas gracias al afrecho con que la alimentaron sus ministros por 4 años en La Moneda, mientras la paseaban y mantenían lejos de los asuntos del reino repartiendo bonos a diestra y siniestra —pan para hoy y hambre para mañana— o inaugurando jardines infantiles en la carroza presidencial d’Aumont a costas de los tributos que pagaban los súbditos.
Con un breve coitus interruptus protagonizado por Miguel Juan Sebastián Piñera y Echenique del Marepoto, @ El Talquino, mientras Michelina I cantaba «Todas vamos a ser reinas” paseando por el mundo y en un boliche de mala muerte de Nueva York, la reina por derecho divino se compraba el cuento de que debía reasumir el control del trono y que era capaz para gobernar ella personalmente, no sus ministros, gracias a los remilgos, piropos y garantías de financiaciamiento de pre-campaña Soquimich de un galán rural venido a menos que —pomposo nombre aparte— la cortejaba con pretensiones de Delfín —Don Rodrigo Julián Peña y Lillo y Briceño de la Santa Concepción, donde según él “lealtad” es lo que todos conocemos como complicidad para proteger el propio trasero sin tener que apretar las nalgas.
Desgraciadamente, para Michelina II, el afrecho de palacio lo agotó su bien amado Hijtus y su nuera, ambos mal habidos, y terminó estítica pujando en el retrete de La Moneda, con la corona en el suelo y salpicada por la explosión de una repentina diarrea que le ha sobrevenido repetidamente y la mantiene encerrada y sentada en el water en vez del trono hasta el día de hoy, con la consecuente pública y notoria bajada de peso, esfumación de su sonrisita —caracterizada en inmencionables palabras por la notable méica psiquiatra, la Dra. Cordero—, y pérdida de la aureola de virgen non sancta con la que pretendía regir los destinos de su reino.
En estas circunstancias, han surgidos tempranos y múltiples pretendientes al trono con sus tradicionales atuendos de bufones cortesanos, algunos resucitados de ultratumba —entre éstos el fantasma del mismísimo Ricardo I—, todos candidatos que no han vacilado en acuchillar a su reina a diestra y siniestra por la espalda y bajo la línea de flotación para terminar de hundirla en la melcocha del water en que está sentada y tirarle la cadena de una vez por todas, además de darse entre ellos elegantes y artísticas estocadas de florete con punta roma, de esos que se usan en las competencias de esgrima —para deleite y goce del honorable público, en las palabras del señor Corales.
Como el espectáculo no podía estar completo sin Don José Miguel, éste ha hallado que en La Haya sólo puede hallar una estrepitosa derrota ante el fuerte empuje del cholo Evito que no evita montar zalagardas por una salida soberana al tempestuoso mar Pacífico para su país. Todo esto, antes de que la decaída y abúlica Michelina II lo privatice totalmente por Decreto Supremo, tal como eliminó el área verde de Campiche para que se instalara la termoeléctrica de ASGener, lo que —presuntamente— la catapultó a ONU-Mujeres. Los buenos favores a las gestiones de un embajador americano siempre se pagan bien.
Dado que en La Haya, Don José Miguel no halla futuro, ha decidido cambiar su terno de barriga cervecera por un ajustado traje de torero, corset mediante debajo de la camisa, para evitar las cornadas y lanzarse al ruedo a fin de reclamar a mortales estocadas de capa y espada el trono que, aunque hijo natural no reconocido de Ricardo I, en su opinión le pertenece.
El gran problema que tienen todos los aspirantes al trono hoy vacío, es que los siervos de la gleba no están ni ahí con ellos, por lo cual no dejan de ver con buenos ojos, aunque no lo digan, a la recientemente aparecida princesa del twitter y algunos medios, Doña Carola del Canelo y Figueroa, con la secreta esperanza de que su postulación invite a la glebada a votar por ella y disminuya la abstención que los espanta, legitimándolos a ellos y a sus secuaces si resultan electos. Y si por alguna extravagante casualidad les gana, ellos siempre tienen la sartén por el mango y ella terminará haciendo lo que ellos manden. Después de todo, tienen a todas las instituciones del reino bajo control, incluida las redes de burrocracia que han logrado instalar en el aparato del Estado durante el cuarto de siglo desde que la dictadura les transfiriera el poder, excepto el de los fierros.
Nota: Siga los desenlaces de esta comedia de equivocaciones en la hora punta de cualquiera de las estaciones de televisión del país. En caso de que le sobrevenga una depresión profunda, no deje de llamar a Dra. Cordero, aunque el mejor remedio es no dejar de reírse. Para evitar la depresión y a la dotora! El país ya se ensartó con una!
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(*) Toda difusión pública o privada de esta «Breve historia reciente del Reino de Chile” queda formalmente autorizada a riesgo de que quienes la difundan sean civil y criminalmente perseguidos en una querella colectiva por Sus Realezas en ella mencionadas, sin siquiera que éstas cachen Qué Pasa si lo hacen y tengan que retractarse, tal como ya ha ocurrido.