En los tiempos de las categorizaciones y clasificaciones propias de la adolescencia, había que definir indefectiblemente cuál era la mejor banda de la historia. Mi pelea personal estaba en 4 grupos: The Beatles, Pink Floyd, The Doors y Queen. Cada uno con sus distintos matices, aunque probablemente la delantera la lleven siempre los de Liverpool.
Por ese tiempo, mi banda favorita era The Doors y mi ídolo máximo era Jim Morrison (posiblemente una de las motivaciones que me llevaron a escribir), aunque podía reconocer que, musicalmente, los otros eran mucho mejores. Pink Floyd, a su vez, fue un enigma hasta después de los 20, cuando aprendí a meter la cabeza en lo oscuro como decía el “viejo” Bolaño. Y Queen, al cual ya le había tomado el peso, se erigía como un grupo dinámico, diverso y talentoso, que era capaz de mezclar distintos estilos, incluso “cultos”, con un agudo sentido de lo popular y conexión con las grandes masas (aunque eso lo supe gracias a Youtube mucho tiempo después).
Pero pongámonos “estupendos”. A 25 años de la muerte de este genio de la música, habría que subrayar la impresionante capacidad camaleónica, no sólo de voz, sino también de personaje, que fue capaz de explorar Freddie Mercury. Nacido en Zanzíbar, India (1946) con el nombre de Farrokh Bulsara, desarrolló una meteórica carrera musical (prodigioso pianista) que siendo aún muy joven lo instaló en Londres, lo hizo recorrer varios grupos musicales, hasta coincidir con Brian May y Roger Taylor formando Queen en 1970. Al año siguiente se incorporaría el paciente y enigmático John Deacon en el bajo. De ahí en adelante lanzaron 15 discos, además de mega conciertos por todo el mundo y una interesante carrera solista por parte de Mercury.
A la misma altura de su riqueza técnica se encontraba su carisma y sentido estético. Con formación de diseñador gráfico, no sólo configuró un estilo vistoso, seductor y atractivo de todo lo relacionado con la “marca” Queen, sino también con su vestuario y sus diversas performances, incluyendo las estrafalarias fiestas que lo hicieron famoso. Además, su puesta en escena en los grandes conciertos, sobre todo en Wembley, es hoy un ejemplo paradigmático de calidad artística e interacción humana: el concierto de Live AID de 1985 es considerado por muchos fanáticos y críticos como la mejor tocata de la historia (sumado al componente de expectación por no haber tocado en vivo por un buen tiempo). En el evento se puede ver a un Mercury majestuoso y radiante… lo que los norteamericanos llamarían “En la zona”.
Desafío a cualquier amante de la música que vea la interacción del vocalista con el público mientras cantan “Radio Gaga” en ese concierto, sin que se le pongan los pelos de punta.
De alguna manera lo que hace de Freddie y Queen una muestra de la belleza más alta que ha alcanzado la creatividad y arte humano, es su perfección con sentido de cercanía y entendimiento. No compusieron canciones, sino que himnos: “Bohemian Rhapsody”, “We will rock you”, “We are the champions”, “Somebody to love”, entre decenas de otras. Creaciones con sentimientos simples y universales, pero con el compás perfecto y la armonía exacta para situarse al lado de las más complejas sinfonías o sonatas más sutiles.
Lástima que en 1991 una bronconeumonía hiciera de este mundo un espacio menos bello. Como diría alguna vez el académico León Briceño en sus clases de estética: “la sublime ambigüedad de Mercury y el encanto mágico de su performance enamora tanto a hombres como mujeres, sin que ello signifique un cuestionamiento sobre la bajeza limitante del género”.
Luis Herrera
Herrera es autor de “La lámpara de Kafka & otros cuentos”, “Comunicación interna” y el “Diccionario de Neologismos, Disfemismos y Locuciones Usuales”. Actualmente es académico universitario y participante en el grupo de música experimental Frecuencia Griega.