El éxodo derivado del conflicto entre el Daesh (Estado Islámico) y el ejército iraquí junto con los peshmergas kurdos, miembros de las tribus sunitas y milicianos chiítas, con el apoyo aéreo de la coalición internacional que encabeza Estados Unidos, no tiene freno.
Cada día, decenas de familias huyen del escenario bélico que invade a la segunda ciudad más grande de Irak. La batalla para recuperar el control de la urbe ya hace más de seis semanas que dura y la ofensiva se convirtió en una lucha agotadora.
Según la ONU, más de 70.000 personas han sido desplazadas hasta hoy, la mitad de ellas menores. Pero el éxodo recién empieza y podría haber un millón de personas aún dentro de Mosul, la mayoría concentradas al oeste del río Tigris, donde todavía no han llegado los enfrentamientos.
Los que consiguen llegar a los campamentos humanitarios, a quilómetros de la ciudad, expresan esperanza y alivio. El viaje es especialmente peligroso para los hombres en edad militar porque ante el miedo que los yihadistas intenten escaparse camuflados de civiles, las fuerzas iraquíes separan a los hombres de sus familias para interrogarlos.
Desde que la guerra contra el Daesh se intensificó en Irak, más de tres millones de personas -mayoritariamente sunitas- han sido desplazadas.
Cuando a mediados de octubre empezó la batalla de Mosul, muchos creyeron que los yihadistas abandonarían la ciudad. Sin embargo, el avance de los acontecimientos pronostica que la lucha podría alargarse hasta marzo o abril. Un tiempo en el que en Estados Unidos ya imperarán los mandos de Donald Trump.
Entre los muchos riesgos que presenta el escenario está el temor de que el ejército adopte tácticas más agresivas que pusieran en riesgo a la población civil, y el hecho de que el aumento exponencial de refugiados y su vulnerabilidad provoquen una nueva ola de venganza sectaria en el país entre sunitas y chiítas.