Giovanni Papini fue un escritor y poeta italiano que nació casi al final del siglo XIX, en 1881. Trabajó como redactor en varias revistas y a comienzos del siglo XX publicó distintas obras hasta 1956, año en que murió –luego se editaron obras póstumas. No pasó desapercibido. Dentro de los escritores que lo elogiaron destacó Jorge Luis Borges. Una de sus publicaciones más conocidas fue Gog (Debolsillo, 2012), un libro que es original de 1931 y que dos años después estuvo disponible en español, traducido por el periodista Mario Verdaguer.
Gog es el apodo de Goggins, un hombre nacido en Hawaii que llega a los 16 años a Estados Unidos. Ahí se transforma en un genio de los negocios, y pasa su vida siendo un verdadero multimillonario. Como se anuncia en el prólogo de esta edición, diez años antes de la Gran Depresión (1929), en 1920, se aleja de sus empresas y pasa a ser un «hedonista empeñado en gastar lo que haga falta “para abrir los ojos y disfrutar”».
La novela comienza nada menos que con las palabras de Papini, el autor. Cuenta que en medio de las visitas al siquiátrico en el que se encuentra un amigo poeta, se le acerca un hombre con el que empiezan a conversar todas las veces que se ven; es decir, todas las veces que va a ver a su amigo poeta. El último día que lo visita, este hombre –Gog– le entrega unas páginas desordenadas.
Estas constituyen la novela que viene a continuación: páginas sin fecha, por lo que no se sabe si es que los sucesos son relatados de forma cronológica.
Y en efecto, no lo son.
Aunque predominan los escritos en Estados Unidos y Europa, el tránsito de miles de kilómetros hacia otros lugares recónditos puede ocurrir en tan solo dos páginas. Gog viaja por el mundo con los lujos que se puede dar un hedonista consagrado. En ese sentido se deja entrever que el dinero le permite a su dueño cumplir cualquier deseo, por más innecesario –y temo que eso lo produce aquello: el dinero– que sea.
Estos pasajes van describiendo aspectos de su personalidad. Por ejemplo, en un momento de su vida manda a sus empleados a construir un lugar en la casa para alojar a los ancianos más viejos del mundo. Todos tienen arriba de 100 años. Su miedo a la muerte lo llevan a observar el andar de estas personas durante jornadas largas. Así se convence de que es posible vivir mucho tiempo, pero al final, cuando verifica los estragos que produce la edad, cambia de opinión y prefiere morir más temprano, a los 70 años.
El dinero también le permite construir réplicas de sus enemigos en otra casa. Los ve, les dispara. Pero termina por creer que matarlos de esa forma no se compara con el placer que significaría hacerlo de una forma real, viendo sangre verdadera salir por el cráneo.
Otras partes que resultan extravagantes son sus visitas a distintos próceres del siglo XX: Lenin –que odia a los campesinos, según Gog–, Henry Ford, Albert Einstein y Edison, entre otros.
No solo se embarca en aventuras que antoja. A lo largo de la novela lo contactan distintas personas en busca de financiamiento. En una oportunidad llega un director de teatro a convencerlo de que le entregue fondos para costear su nueva forma de hacer obras: teatro sin actores de profesión, realismo puro, matar de verdad si es que en la historia ocurre una muerte.
Es atractivo el juego que propone el autor desde un comienzo, eso de firmar con su nombre el relato en el que cuenta, supuestamente, cómo conoció a Gog –«Me avergüenza decir dónde conocí a Gog: en un manicomio privado». La novela es un ejercicio lúcido de Papini para elucubrar sobre los orígenes de la extravagancia.
Existe algo detrás de los hombres –nunca llegan mujeres– que se acercan al protagonista: casi todos quieren cambiar el arte.
En algunos pasajes del libro el discurso de ciertos personajes se vuelve tedioso. Eso me ocurrió a mí, que nunca he comunicado bien con la forma en la que se enseñan algunas disciplinas –partiendo por la filosofía. Y aunque eso pueda ser una razón para dejar de leer algo, la novela tiene la capacidad de renovarse. A cada momento, sorprende. No queda más que seguir hasta el final, y leer aquello que se encuentra cuando el camino por el hedonismo está avanzado: un momento de lucidez.