Como una más de la multitud entré en el tránsito. Pensé hacia dónde poder dirigirme; como inerte, pasmada, con los ojos mu(n)dos, y con mi apreciación en estado borroso transité. Derivé hasta el centro de la multitud para sentir su movimiento y confinar desde ahí mi destino: iba a La Moneda… -la potencia del espacio puede provocar fuertes impactos en nuestra concentración-. Iba circulando, caminando caminando, dirigiéndome pensando, viendo la foto repetida que convive con algunas otras ideas del Palacio La Moneda. Atajé con la mirada algunos ojos de la masa: porque no alcanzas a elegir, porque la multitud sordoescucha tiene el ritmo de una fábrica. Era vernos pasar y pasar y filtrarse. O mi impresión se contenía en mi característica de provinciana amable y rigurosa, o ante tal magnitud de soledad me convertiría en un urbo*.
Distinguí contenerme, y continuar viendo pasar edificios que camuflaban a una multitud fascinante en su guerrilla sonora. Me sentí varias veces involucrada en un juego de barajas sin pintas, con varios reyes y algunos jokers (¡Nos falta suerte a veces!). Yo venía del país de la pinta de copas y aquí no tenía con quién hacer mi “primera”**.
-¡Escoba!***- me decía la gente.
El asunto… es que llegué hasta La Casa de Moneda sacudiendo inmediatamente el recorte puntillista que había integrado a mi memoria mientras caminaba. Ahí estaba la historia, el estado invernadero, la casa de cera y mi vela encendida, el galardón de Parra -por estos días en plena exposición-, un recuerdo de niña en “Mundo Mágico” y la alegoría de la provincia ciudadana pasando como un barco fantasma en el corso fluvial de una noche valdiviana. Ahí andaba el argumento, pensé. Cuanto más de fantasmas podríamos aguantar si la magia no nos galardonaba ni aunque le pusiéramos velas, o continuaríamos derritiéndonos hasta los huesos de la historia cada vez que quisiéramos algo (tómese como un ejercicio literario si se quiere, también).
Eso ES, y aburre, aburra y hace ignorantes. Esperamos educación, trabajo, salud, amistad, aire y continuamos en lo mismo: el hombre ciudadano no despierta y las posibilidades le pasan por delante.
Caminé hasta La Moneda para ver si en algo había cambiado, y sí, pero fue necesario salirse de la multitud, relamerse las imágenes de la historia frente al cuadro más sugerente, haber pensado en no darnos por vencidos si aumentaba el poder del rey en un juego de monos.
NOTA: Para el pan de cada día se necesita
todos los días una nueva masa.
*Neologismo tomado del “ser urbano” o bien, de gente que habita una ciudad.
** y ***Jugadas que se hacne en el naipe chileno en el juego popular de la Escoba.
Pía Sommer