El delicado estado de salud que padece en estos días Agustín Edwards Eastman, sumado a su avanzada edad, ha despertado inquietudes e inspiraciones de muy variadas índoles que circulan en algunos medios de prensa y en las redes sociales. Edwards Eastman, más temprano que tarde, se acerca no sólo a los últimos momentos de su vida, sino que al final de un ciclo, si bien vital, también histórico. El presidente de la empresa periodística El Mercurio ha sido una figura, una sombra crepuscular y alargada, sobre los últimos 50 años de la historia de Chile.
El decaimiento de la salud de Agustín Edwards ha despertado y hace aparecer de cuerpo presente los peores momentos de nuestra memoria. Porque el dueño de El Mercurio, además de ser parte, como brazo armado, de una hebra oligárquica que se hunde en la noche más oscura de la república, ha sido un activo conspirador contra los procesos sociales y políticos al promover, con la ayuda de los sectores más reaccionarios de Washington, el más trágico evento político de la historia nacional. A partir de este episodio se suma su irrestricto y ciego apoyo a la sangrienta dictadura, a la que le entrega todo su poder mediático. Agustín Edwards ya selló su lugar en la historia como una de las figuras más nefastas, incluso entre los de su misma clase, que han pisado esta tierra.
Al revisar desde este lado del milenio los últimos años del siglo XX podemos ver con claridad, aquella iluminada por antecedentes, informes y otros documentos irrefutables, que Edwards tuvo un papel fundamental en la desestabilización política que condujo al golpe de Estado de 1973. Sus vinculaciones directas con el presidente Nixon y con el secretario de Estado, el inefable Henry Kissinger, lo llevaron a tener acceso privilegiado a la misma Casa Blanca. Edwards, un agente de la CIA camuflado por estos lares de huaso de utilería, sentó las bases a través de sus medios de comunicación para el golpe. A través de una campaña sistemática levantada año tras año, basada en el odio y la discriminación, logró instalar el clima propicio para el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.
El Mercurio recibió recursos de la CIA, así como la Democracia Cristiana, durante buena parte de los convulsionados años ’60 del siglo pasado. Según se desprende del Informe Church, a partir de 1963 y hasta el mismo golpe, el «Diario de Agustín» se benefició de la Operación Sinsonte, una campaña de la CIA para influir en las políticas latinoamericanas a través de sus medios de comunicación. Con sólo este antecedente, Edwards debió haber sido condenado, por lo bajo, por sedición y traición a la patria.
Esta etapa de su historia como conspirador, antipatriota y golpista de primera línea es suficiente para su ubicación en las tinieblas de la historia. Un periodo que sin embargo es sólo el inicio de un proceso aún más nefasto. El Mercurio, si ya había demostrado su infinita capacidad de manipulación de la realidad a través de un relato profundamente sesgado durante la dinámica década de los años ´60, durante la dictadura, con el monopolio en la generación de contenidos, logra marcar nuevos límites en la capacidad de mentir y falsear las realidades.
A partir de septiembre de 1973 El Mercurio, Edwards dixit, realiza la función más deleznable que puede hacer un medio de comunicación. El oligarca de marras pone a disposición de la dictadura todo su aparato mediático para la difusión de bandos y comunicados oficiales, para la manipulación y doblez de la realidad acaso, y, finalmente, para la abierta mentira. Durante los infaustos 16 años bajo la bota y el discurso destemplado de Pinochet, la cadena de El Mercurio se entrega, con entusiasmo y diligencia, pero también como hábil prostituta a cambio del monopolio en las ventas y la publicidad, a montar diariamente las mentiras del régimen y ocultar de manera sistemática sus crímenes. A diferencia de los directos criminales uniformados, Edwards, que conforma la cara cívica pero igualmente cruel de la dictadura, no ha sido procesado ni menos condenado.
Una tercera etapa Edwards la escribe de forma conjunta con la Concertación, durante los largos años de la transición. De múltiples maneras, El Mercurio, pese a haber cumplido la función de boletín oficial de la dictadura, se las arregla para convertirse en pieza clave de la transición. Ciertamente que con la alegre connivencia de los políticos del citado conglomerado, logra mutar sin grandes dramas y ante la sorpresa de todo un país en estandarte de la modernidad, el neoliberalismo y la «democracia». En este periodo, destacadas figuras de esa coalición se fusionan con aquellos tradicionales de la derecha para estar a lado de Edwards. Nombres repetidos en ministerios y cargos políticos, como Sergio Bitar, Soledad Alvear, Edmundo Pérez Yoma o el habitual columnista de El Mercurio Eugenio Tironi, forman parte hasta el día de hoy de los directorios de sus fundaciones.
Más de 50 años de la era Edwards Eastman expresados en aquellas páginas. Probablemente, y esto deberán constatarlo especialistas e historiadores, como uno de los periodos más complejos y también más regresivos de nuestra historia contemporánea. Los procesos políticos, que han llevado a la consolidación de los intereses de la oligarquía y las grandes corporaciones, han pasado a sangre y fuego, tras mentiras, corrupciones y grandes traiciones, por El Mercurio. Edwards Eastman, lamentablemente, ganó su batalla.