El ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, aprovechó el miércoles una muy conspicua audiencia para lanzar una extraña expresión que fue cuña obligada para cualquier medio de comunicación. Ante los representantes de una buena parte del PIB nacional, dijo que algunos empresarios que “se suben por el chorro”, “parecen no medir las consecuencias de sus actos sobre la legitimidad del sistema”, quienes deberían recibir el reproche de los que “pregonan la necesidad de recomponer las confianzas”. En pleno seminario de la Sofofa, la salida de guión de Valdés fue titular destacado no sólo para la prensa especializada.
Valdés se refería al alza excesiva de algunos estacionamientos privados tras la entrada en vigencia de la nueva ley que regula esta actividad, la que ha sido, cómo no, convertida en un buen negocio. Tras una tramitación oscura, el proyecto sufrió modificaciones para convertirlo, una vez más, en un traje a la medida de operadores e inversionistas inmobiliarios.
La peculiar reacción del titular de Hacienda, un fundamentalista del libre mercado, como bien sabemos, tuvo dos causas. En un panel titulado “Nuevos vientos de la economía”, fue una respuesta directa y clara a una audiencia inquieta y molesta ante una economía que se mueve por inercia afectando a las utilidades de las corporaciones, pero también fue una maniobra política que lo puso en sintonía con el masivo rechazo de los usuarios y automovilistas ante las alzas.
La economía chilena, el ya trasnochado modelo de libre mercado, plataforma para el lucro en todas y cada una de las actividades económicas, sociales y humanas, viene dando tumbos desde hace largos años. No sólo por la inicial caída de los precios de los recursos naturales de exportación, sino por causas internas estructurales. Las contradicciones propias del capitalismo extremo han comenzado a convertirse en un verdadero obstáculo para la mantención de sus ganancias. Tras décadas de presión sobre los trabajadores, consumidores y usuarios, el freno proviene de una reacción ciudadana a los naturales abusos para mantener el lucro y las altas utilidades.
La expresión de Valdés, en este contexto, es pura e inútil retórica. El empresariado nacional, acostumbrado a desarrollar sus lucrativas actividades en un espacio sin normas ni leyes efectivas, ha hecho y deshecho sin coto ni freno en la construcción de sus ingentes fortunas. Una muestra clara es que no escatiman en métodos y maniobras para responder a la ambición de sus accionistas. La formación de carteles y pactos de colusión forman parte hoy en día de la naturaleza de nuestro infame modelo económico. Si Valdés no consideró éstas y tantas otras artimañas antes de pensar sus palabras es que no conoce a sus pares o el sentido del capitalismo. La plataforma de libre mercado es una base sin regulaciones para el triunfo de los más poderosos. No son algunos empresarios, como declara no sin cinismo, sino todo el andamiaje cuyo único objetivo es el lucro desmedido.
El problema de la economía chilena está hoy en su diseño estructural, el que ha llevado a la conformación de un tejido social injusto y desigual como en pocos lugares del mundo. Aquí se hallan sus actuales obstáculos, expresados en una creciente pérdida de confianza de trabajadores y consumidores. El rechazo abierto a los abusos en áreas como la salud y la educación, privatizada y lucrativa, o hacia cualquier proyecto extractivo, inmobiliario y energético desarrollado en territorios otrora estables económica, social y culturalmente, son expresiones evidentes de la desconfianza y temor hacia los objetivos, jamás confesados abiertamente, por el gran capital.
Las desconfianzas ante el sector privado en todas sus áreas y manifestaciones no se han creado por algunos empresarios. Es todo un modelo corrupto e injusto desde sus bases el problema, cuyo motor es la ambición desmedida y por décadas fomentada cual modelo de negocios. Ante esta evidencia, cuyas muestras aparecen día a día en todas las actividades, las palabras de Valdés son, además de cínicas, totalmente inútiles.