Un nuevo incendio asoló a la Quinta Región el pasado domingo, en el sector Alto Las Palmas, en Viña del Mar, afectando a una docena de familias que quedaron con lo puesto, huyendo de las llamas.
Los medios tradicionales pautean a las vecinas para salir en sus despachos en vivo mientras los drones sobrevuelan los calcinados árboles y arbustos nativos que abundaban en las quebradas. Cientos de palmas dejaron sus troncos como un tiznado testimonio del infierno vivido horas atrás: sus frutos ya no alimentarán a los niños del sector como golosinas de media tarde, luego de romperse con una piedra sobre el pavimento participativo construido por sus familias meses atrás.
Campamentos con vista al mar
De las 27 mil familias que según las cifras oficiales viven en campamentos, cerca de 7.500 estarían en esta región. 43 están ubicadas en Viña del Mar y 57 en Valparaíso. Como todo hábitat precario, las necesidades van más allá de los ingresos: los servicios básicos -agua, alcantarillado, luz- escasean.
En el reconocido Campamento Felipe Camiroaga llevan seis años tratando por todos los medios de conectarse a las redes existentes en las poblaciones de más abajo, como la Puerto Montt o Aysén, pero las empresas a cargo hacen caso omiso de sus plegarias. No les quedó otra alternativa que colgarse mediante pequeñas tuberías celestes y largos cables que circundan las calles y pasajes.
El domingo 12 de marzo vivieron en carne propia lo visto por la TV meses atrás en las partes altas de Valparaíso. Cerca del mediodía, unas llamas comenzaron en la intersección de la ruta 68 y el camino Las Palmas, puerta de entrada a Viña del Mar. “Tipo una, las llamas estaban abajo de la Villa Cumbres. Menos mal hay salidas de agua en cada piso y mangueras como de Bomberos. La gente se organizó rápidamente y lograron mantener a raya al fuego hasta que cambió la dirección del viento. Ahí bajó rápidamente por la quebrada y llegó a la (población) San Expedito y Felipe Camiroaga”, cuenta Claudia, aún nerviosa con sus casi 15 años, provista de pala y azadón para ir a ayudar a sus vecinos damnificados.
La tesorera de uno de los 10 comités que componen el campamento Felipe Camiroaga, «Los halcones de Chicureo», formado a fines de 2011, cuenta que de las 48 familias que agrupan, a sólo 5 se les quemaron sus casas. Sin embargo, “lo único que ha llegado es agua, algunos alimentos, pero aportes puntuales nada, se han quedado en puras palabras”, relata a las afueras de su sede, hoy transformada en centro de acopio y campamento base de pocos voluntarios y muchos profesionales de la comunicación que abarrotaron la zona.
Otra dirigenta, que también omite su nombre, nos cuenta que “desde la Municipalidad sólo llegaron una retroexcavadora y un camión para sacar algo de escombros, un poco de personal municipal como psicólogas y asistentes sociales, que se han quedado con los niños, y nada más. ESVAL trajo un camión aljibe y luego desapareció”.
“Luchamos por tener dignidad, pero nos estigmatizan»
Ambas coinciden en que escucharon de los rumores de intencionalidad de los siniestros y la relación con la protesta efectuada semanas atrás durante el Festival de Viña, pero no hacen caso de ello. “Lo importante es hacer oídos sordos y seguir luchando, sacando adelante a las familias que perdieron su casas, si no se hará una bola más grande del problema y sólo se les va a perjudicar”, relatan mientras un avión sobrevuela por sobre las torres de alta tensión, en busca de nuevos focos que extinguir.
“Estamos luchando por tener dignidad, pero nos estigmatizan. Por ejemplo, no queremos quemar nuestros electrodomésticos, nos acercamos a CONAFE explicando que podemos pagar, firmamos compromisos de pago, comprometiéndonos a pagar el servicio. Eso fue hace dos años y aún así no hay respuesta”, relata la vecina.
La abuelita de Maicol avisó por teléfono que su casa se estaba quemando y aunque él corrió quebrada abajo junto a su tío para intentar salvar algo, el humo hacía irrespirable el avanzar, así es que también ella perdió todo, al igual que sus vecinos de la población San Expedito, al lado de la Leonardo Farcas. De nada sirvieron los 50 carros de Bomberos, siete helicópteros, cinco aviones y las 15 brigadas de CONAF que se encontraban combatiendo las llamas. Luego vino el desalojo y el convencer a una tía de abandonar el esfuerzo de su vida. Hoy no tuvo clases porque su colegio sirve como albergue, así es que junto a su amiga Claudia se dirigen a ayudar en el despeje del lugar.
Aún cuando el sector cercano a la copa de agua de ESVAL hoy volvió a activarse, el balance preliminar informa de 230 hectáreas quemadas y mil familias aún expectantes. Los niños esperan que las culebras, lagartijas, arañas pollito, conejos y zorritos que abundaban en la zona hayan alcanzado a huir. Si no, saben que poco a poco laderas y quebradas volverán a poblarse de vida. También sabrán aguardar a quien se aventure del hospital Gustavo Fricke hacia arriba, entrando por Forestal, pasando el tranque y continuando por avenida Viña del Mar hasta las torres de alta tensión. El mensaje es claro: toda ayuda es bienvenida.