Cientos de personas deben vivir a diario situaciones en donde la inseguridad es un sentimiento a flor de piel de un momento a otro, donde tanto hombres como mujeres, sienten una vulnerabilidad inmensa.
Javiera Larraín es una joven chilena que quiso contar su historia en las redes sociales y denunciar lo que dos ‘hombres’ le hicieron.

Así comenzó su relato.
“Situación importante (y obligatoria) de compartir: Hace un par de días, salí de mi casa camino al metro. Me dieron ganas de comprarme un helado de cono, cosa que hice al llegar a Tobalaba (sí, soy una mujer de gustos sencillos). Iba mega feliz con mi helado de vainilla (aburrido, pero me gusta). Entonces, no sé de dónde, justo antes de meterme al metro, se me pegó un hombre a susurrarme en el oído (sentí su respiración en la nuca, ese nivel de cerca) a decirme: “Oye, que le gusta chuparlo, mijita”, unquote”.
Pero la historia sigue:
“Yo, ilusa de mí, me dije que era alguien que me conocía y me hacía un comentario de pésimo gusto, porque nada, no podía haber un huevón tan asqueroso por la calle. Y sí, los hay. Me doy vuelta y él me mira cagado de la risa con su talla y con una cara de grotesca degeneración. Porque claro, cómo mierda se me ocurre andar langüeteando un helado en la vía pública, una provocación espantosa, en qué estaba pensando. Yo lo increpo y comienzo a gritarle a viva voz, que diga fuerte su ‘gracia’, impidiéndole que bajara al metro”.

Cuando ella lo encaró, un hombre se le acercó; obviamente pensaríamos que era en su defensa, pero no: lo que hicieron fue decirle que era muy exagerada.
“un ejecutivo de 30 y algo, de terno, muy engreído, me increpa diciéndome: ‘Para qué tan histérica, qué exagerada. Si el tipo, fuera rico o lo encontrarías guapo estarías muerta de la risa’”.
Sí, exagerada por hacerse respetar ante alguien asquerosamente repugnante y misógino que pensó que podía transgredir los derechos de una mujer que simplemente quería disfrutar su helado.

En su historia añade que “frente a mi estupefacción, el hombre que me acosó se escabulló por el metro. El ‘terneao de H&M’ (como bauticé al otro espécimen) seguía insistiendo en la desproporción de mi reacción y en la neurosis de mi género, pues poniéndome como ejemplo se refería a ‘todas las mujeres’ que éramos increíblemente exageradas cuando nos decían algo en la calle, y solo porque nos hablaban ‘puros hueones en nada porque si fueran guapos no dirían ni pío’, como el mismo sentenció con vehemencia”.
Ante el “reclamo” de este tipo que apenas conocía la chica le rebatió todo lo que decía. Al darse cuenta que, no entendía nada y seguía con su cerebro más que cerrado, ella le tira el helado en su ajustado y hermoso terno…

“Y toda mi vainilla se chorreó por su pulcra chaqueta, su camisa, su corbata de marca, su pantalón y hasta uno de sus exclusivos zapatos”.
Evidentemente el tipo le dijo que estaba loca y comenzó a gritarle como un loco. Ella le respondió:
“Pero, compadre, qué eres exagerado, si tú me encontraras guapa o rica, estarías cagado de la risa, o no? Para qué tan histérico?’. Dicho esto, me di media vuelta y seguí mi camino al metro. Por lejos, el mejor helado que no he comido en mi vida”.
La chica, cerró su testimonio, explicando sus razones del por qué quiso contar su historia:
“Pa qué cuento esto? Porque, por desgracia, son muchos los hombres (y también muchas mujeres) los que creen que ‘una le da color’. Que creen que cuando decimos que estamos cansadas que nos acosen, que nos violenten, que nos paguen menos, que nos maten, le estamos dando color. No le estoy dando ni un color, porque esos dos hueones me cosificaron, me hicieron sentir insegura y vulnerable, solo porque se les dio la gana. Lograron modificar toda mi tarde, ya que quedé entera tiritona post-incidente y recién ahora me siento capaz de contarlo. Y si alguno/a de los que me lee ahora, sigue creyendo que le doy color… Nada po, ojalá les caiga un helado volador en la cabeza. Ya, basta”.
