Los conflictos entre el Estado de Chile y los pueblos indígenas de nuestro país no son recientes. La historia de esta angosta franja de tierra se ha escrito a pesar de sus orígenes y no en base a ellos. La ampliación del capitalismo sobre el territorio amparado por el Estado chileno, proceso que se intensificó a fines del siglo XIX, tuvo diversas consecuencias para quienes no pudieron adaptarse al ritmo de vida que cada vez se imponía con más fuerza.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, al extremo sur de Chile, la industrialización y nuevas formas de vida comenzaron a ganar terreno, literalmente. El Estado entregó más responsabilidades de las que debía a los estancieros de la industria ganadera y minera, lo que desencadenó en el exterminio de pueblos como la Selk’nam, Onas, Yagán, Kawésqar, entre otros.
Los territorios que utilizaban principalmente los Selk’nam, fueron comprados por estancieros ganaderos como José Menéndez y Mauricio Braun, a través de lo que después se conocería como la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. Para desocupar los terrenos, Menéndez-especialmente- y Braun financiaron numerosas campañas para eliminar a los indígenas que vivían ahí desde hace cientos de años.
Nicolás Gómez es Historiador de la Universidad de Santiago, pero oriundo de Magallanes, lo que en él se ha traducido en un profundo estudio de su historia y cultura.
«El Estado también es responsable, dejó el poder de decisión en manos de los estancieros, entre ellos los Braun y los Menéndez. Ahí se permitió que rigieran leyes o normas desde los capitalistas ganaderos. Como perpetuadores directos están Menéndez y Braun, aunque principalmente Menéndez, hay mas evidencia de él a mi juicio, pero no son los únicos, el Estado de Chile también debe reconocer que dejó hacer libremente a estas personas», asegura Gómez.
Lamentablemente, pareciera que los indígenas significaban un estorbo para quienes buscaban ocupar los terrenos con ovejas, comercio que era altamente rentable en aquellos tiempos. Las misiones estuvieron a cargo principalmente de hombres como Julio Popper, los cazadores Alexander Mc Lennan y Alejandro Cámeron.
El pago en libras esterlinas que entregaban los estancieros está estipulado en algunos documentos oficiales de la época y en investigaciones que han realizado diversos historiadores como José Luis Marchante, sobre el no reconocido genocidio a los pueblos indígenas de la Patagonia.
Según el libro que escribió Marchante, sostiene que Menéndez, el mayor latifundista del extremo sur de Chile en aquellos tiempos, pagaba una libra esterlina por cada indígena muerto. La cacería comenzó sin ningún miramiento y bajo el silencio del Estado que no se involucró y miró hacia otro lado.
En poco tiempo toda una raza desapareció. En realidad, la hicieron desaparecer. Las flechas de los Selk’nam nada podían hacer contra las escopetas de los colonizadores. Fueron utilizados en exhibiciones de circo alrededor del mundo, sus cabezas horadadas por balas las exhibieron en museos de Punta Arenas, muchas mujeres fueron abusadas y su cacería se transformó en un simple juego de hombres blancos que desde sus embarcaciones apostaban a lograr matar a algún indígena en el Estrecho de Magallanes.
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El tiempo pasó y la riqueza de los Menéndez y los Braun aumentó. Sobretodo con el matrimonio de sus hijos, Josefina Menéndez y Mauricio Braun, lo que creó un imperio en Magallanes para esas familias, que les valió el calificativo de «pioneros», por su aporte al desarrollo económico de la zona.
«En el fondo lo que sucedió fue que el capitalismo internacional comenzó a poner sus propios términos. El conflicto era entre el capital y el resto de la población. El tema del genocidio de los pueblos originarios, en el caso de los Selk’nam se dio de manera brutal. La disputa era entre los dueños de los medios de producción y los pueblos originarios, por la competencia de quien se adueñaba del espacio, lo que desencadenó en una aniquilación masiva para ganar su apropiación», explica el historiador magallánico.
Y agrega que «no hubo un progreso económico y social a partir del esfuerzo y el tesón de estas familias «pioneras», sino que un crecimiento del capital a partir de la aniquilación por un lado de los pueblos originarios, y después el disciplinamiento del capitalista ganadero principalmente, aunque también minero y comercial, hacia los obreros».
La disciplina o represión fue llevada a cabo con excelencia. Tanto así que escribieron la historia con sangre de la que no se hicieron cargo y quedaron como héroes. Pioneros que llevaron el progreso a una de las ciudades más alejadas del mundo. Si bien, muchos de los acontecimientos trágicos sucedieron en Tierra del Fuego, la ciudad que heredó la cultura capitalista y en donde habitaban los estancieros fue Punta Arenas.
Punta Arenas está llena de homenajes a estas ricas familias. Su calle principal se llama José Menéndez -conocido como el rey de la Patagonia-, el cementerio municipal lleva por nombre, desde la época de la dictadura, Sara Braun y el Museo Regional de Magallanes es la mansión que ocuparon Josefina Menéndez y Mauricio Braun (hijo).
«Tenemos la mayoría de estos procesos de patrimonialización en la década de 1970, después del golpe de estado. Es decir, en el período de la dictadura. En 1974 ocurre el nombramiento como monumento nacional de la casa de Mauricio Braun. Solo por poner algunos ejemplos, en el año 1975 se levantó el busto de José Menéndez en la Plaza de Armas de Punta Arenas que se mantiene hasta el día de hoy. Además se cambió el nombre de la calle Valdivia a José Menéndez en el mismo año», afirma Gómez.
«A principios de la década de 1980 se creó el Museo Regional de Magallanes. Los herederos de Mauricio Braun, principalmente sus hijos, donaron la mansión de los Braun-Menéndez a la Dibam, con el fin de que pudiera ser utilizado como museo regional. En el fondo trataría de dar cuenta de la historia y la vida cotidiana de Magallanes. Lo cual si uno observa el relato del museo es básicamente retratar la historia de la élite», enfatiza el historiador.
Y continúa con que «hay una historia de patrimonialización que viene fuertemente influenciada por el discurso histórico de las élites desde la década de 1920 en adelante y que se refuerza mucho en dictadura. Por ejemplo, en el año 1978 se cambia el nombre de una escuela de números a Escuela María Behety de Menéndez. Más adelante, hay continuidad en estos cambios, como el nombre del Liceo de Niñas de Punta Arenas a Liceo de niñas Sara Braun».
El relato cultural de Punta Arenas está cargado hacia el reconocimiento de estas familias como pioneros, sin considerar su importante participación directa e indirecta en la muerte de miles -aproximandamente cuatro mil- indígenas de la zona austral de nuestro país, quienes fueron abatidos desde el primer momento de la llegada de los colonizadores.
«La patrimonialización de Magallanes se construyó en base a mitos, a la creación de héroes y de una historia muy retrógrada que, a mi juicio, debe ser superada. Tenemos derecho a que se difunda una historia que de cuenta de lo que fue Magallanes y la Patagonia a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, que fue un espacio de conflicto de clases en torno a las dinámicas del capitalismo»- sostiene el historiador.
Un primer paso sería que el Estado reconozca que en el extremo sur de nuestro país ocurrió un genocidio. Distintos historiadores y expertos en la materia enviaron una carta a los parlamentarios para que esto ocurra, entre ellos el propio Gómez. Sin embargo, el proyecto aún descansa en el Congreso.
«Esto no necesariamente parte con que las autoridades generen inicitativas de cambio, es un camino largo que tiene que partir desde abajo. El Estado no se ha pronunciado y puede ser criticable, pero también nos da la oportunidad a nosotros de que desarrollemos procesos sociales de patrimonialización desde un patrimonio social mucho más fuerte a partir del reconocimiento de la verdadera historia y que en los museos se ha contado muy poco», finaliza Gómez.
Vasti Abarca G
@vastiabarca
El Ciudadano
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