La dictadura cívico militar que tuvo lugar en Argentina entre los años 1976 y 1983 todavía dejan marcas en la sociedad. Con el descubrimiento del horror de los crímenes cometidos, la sociedad guardó durante la década de los 90’s un incómodo silencio propiciado por el indulto firmado por el entonces presidente Carlos Ménem y es por eso que libros como Ni el flaco perdón de Dios (Planeta, 1997/2017) resultaron imprescindibles para colaborar con la memoria de un pueblo que seguía diciendo Nunca Más.
La primera edición de este libro data del año 1997, cuando hablar de la dictadura todavía generaba temores a muchas personas y los desaparecidos eran un tema tabú que rondaba silenciosamente en las sobremesas. Sin embargo, había sobrevivientes que querían ser escuchados, que no dudaban en hablar del tema y que querían desnudar a aquellos que perpetuaron un plan sistemático de muerte, tortura y desaparición. Que querían que de una vez por toda todos se familiaricen con el término Terrorismo de Estado.
Sin embargo, había sobrevivientes que querían ser escuchados, que no dudaban en hablar del tema y que querían desnudar a aquellos que perpetuaron un plan sistemático de muerte, tortura y desaparición
Ni el flaco perdón de Dios, hecho en conjunto por el poeta Juan Gelman y la psicóloga Mara La Madrid, se encargó de recuperar las historias de los hijos de desaparecidos, al mismo tiempo que añadió los testimonios de referentes en la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia en Argentina, como lo son Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Sin embargo, el propósito de este libro -clave para entender el horror del final del siglo XX en el continente- fue dar voz a aquellos hijos que crecieron con padres desaparecidos por una dictadura genocida.
«La justicia es como la verdad. Nuestros padres no están desaparecidos, están muertos»
Para ello, podemos centrarnos en el primer relato que le da nombre a este libro y que ofrece un panorama claro de lo que era la sociedad de ese entonces y como la visión sobre lo ocurrido en la última dictadura cívico militar ha cambiado en Argentina. María Laura y Silvina relatan en primera voz (una decisión tomada por los autores del libro: dejar que sean los protagonistas de las historias los únicos que aparezcan en los textos) su particular historia.
El plan de violencia estatal y desaparición forzada de personas comenzó años antes del golpe cívico militar de 1976, cuando la denominada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), un grupo parapolicial dirigido desde el Estado que se encargaba de hacer inteligencia y apresar a jóvenes militantes acusados de querer plantar el comunismo en el país y de ser guerrilleros. Una vez consumado el golpe, esa estructura sería seguida por los jefes de las Fuerzas Armadas.
María Laura y Silvina eran hijas de padres desaparecidos, ya que su madre fue apresado en el 74 y su padre en el 75. El hermetismo de las fuerzas parapoliciales primero y el ejército después hizo que nada se sepa de ellos durante más de 7 años. Silvina nació en cautiverio pero, a diferencia de cerca de 400 personas a las que aún hoy se busca rehacer su identidad ya que fueron apropiadas por militares y familias allegadas al poder, ella fue dada a su abuela.
María Laura y Silvina eran hijas de padres desaparecidos, ya que su madre fue apresado en el 74 y su padre en el 75. El hermetismo de las fuerzas parapoliciales primero y el ejército después hizo que nada se sepa de ellos durante más de 7 años.
En 1982, la madre de ellas es liberada y debe exiliarse a París, lugar a donde las pequeñas hijas deben trasladarse. Hasta el momento, habían escuchado historias diversas sobre sus padres que provenían del propio seno familiar: que eran delincuentes, que eran terroristas, que su padre las había abandonado y vivía en Brasil. Una vez con su madre en Francia, quien desmentía esa historia, las jóvenes debían convivir en su cabeza con un padre muerto y vivo al mismo tiempo. Después de todo, ¿cómo podían desconfiar de la persona que las crió?
Fue María Laura quien encabezó el proceso de búsqueda de la verdad, algo que el Estado argentino había decidido dejar de lado en aquella época. Luego de meses de una incansable lucha, dio con el cadáver de su padre enterrado en una fosa común, asesinado por los militares a la temprana edad de los 26 años. «Para nosotras murió el año pasado. Murió y volvió a nacer. Nació de sus ideas(…) Sufrimos mucho en ese periodo, a la expectativa de si vendrá o no vendrá», relata María Laura en Ni el flaco perdón de dios.
«Nuestro caso es un poco particular. Nosotros lo encontramos, así, muerto. No todo el mundo tiene esa suerte. ¿Cuántos hijos están aún en situación de espera?. Es la historia de la Argentina(…) La justicia se tiene que hacer. La justicia es como la verdad. Nuestros padres no están desaparecidos, están muertos. Los mató alguien», relata la mayor de las hermanas.
«Nuestro caso es un poco particular. Nosotros lo encontramos, así, muerto. No todo el mundo tiene esa suerte. ¿Cuántos hijos están aún en situación de espera?. Es la historia de la Argentina»
La dictadura cívico militar en Argentina, 41 años después
La reedición de Ni el flaco perdón de dios es fundamental para construir la memoria de un pueblo, más aún después de las preocupantes declaraciones desde el gobierno argentino que encabeza Mauricio Macri, donde no solo se ponen en duda la cifra de desaparecidos, sino también la lucha de los organismos de los Derechos Humanos. Es por eso que para el próximo viernes 24 de marzo, día en que se conmemorarán los 41 años del golpe cívico militar, miles de personas se preparan para realizar una marcha a Plaza de Mayo.
Si bien el contexto social, político y judicial no es el mismo en Argentina, donde muchos responsables de asesinatos, torturas y desapariciones están pagando sus penas en la cárcel, el rumbo del nuevo gobierno llama a estar atento y no perder nada de lo ganado. Ni el flaco perdón de dios ayuda a construir esa alerta a través de los testimonios en primera persona de los hijos de los desaparecidos. Después de todo, tal como afirman María Laura y Silvina: «El flaco perdón de Dios no nos alcanza».
Por Gustavo Yuste
@gusyuste