Bruno Lloret (1990), ha publicado «Nancy» (Cuneta Ediciones, 2015) y el relato «Qué hacer» (revista de ficción VICE México, 2016). Ha ganado Menciones honrosas en el Premio Roberto Bolaño, en poesía y narrativa. Actualmente cursa un magister en Literatura en la Universidad de Chile y prepara diversos proyectos literarios. Su novela «Nancy» es sin duda de los libros más interesantes y jugados publicado en 2015, y no dejó a nadie indiferente.
Hoy en Cuentos Ciudadanos presentamos su texto inédito «Flora y fauna marina».
Flora y fauna marina
Los cochayuyos no son pura espuma dura, racimo doblado y apilado en carretones. Fueron antes chascas con tallo, hueso de cadera, brotes vueltos brazos con dedos y más dedos. Para no tocarlos hay que levantar las patas y llegar a la parte limpia cuando la marea buena. Si no era dejarse tumbar en el desorden, ser una pulga de mar. Ramiro había escuchado que los delfines dormían a medias o no dormían nunca del todo. Datos fantásticos del mundo marino. Su familia los amaba. Habían otros también, más datos, y esos lo habían terminado enfermando.
<<…Las langostas no van al psicólogo y por eso crecen. Sus caparazones son fijos y con el tiempo, con la engorda, buscan refugio bajo una piedra, se despojan de su antigua piel y endurecen una nueva, algo más grande. Imagínense que la langosta, al sentirse mal, fuera a una consulta. ¿Qué le dirían? Oh, ¿sabes qué? Entiendo tu incomodidad, de verdad. Vuelve a tu arrecife, cuida tu comida y haz el amor más a menudo. Anota tus sueños y tráemelos la próxima semana. Cuenta las respiraciones y siente cómo los músculos se bombean contra tu armazón. No es que necesites algo otro, es que no logras entender la riqueza de lo que ya tienes. Tranquilidad ante todo. ¿Es eso que sientes dolor realmente? No es el mundo a tu alrededor, no es tu naturaleza de langosta. Tú eres tú. La langosta no crecería. Nadie crecería. Sólo habría plancton, y por descontado ballenas. Y eso sería el mundo: un océano despoblado, una pesca de arrastre, un arado de cetáceos…
…Un “sabio” holandés solía decir que si nadie saliese de su casa en las mañanas el mundo sería un lugar mejor. Algo parecido a lo de la langosta, al valium o a seguir viviendo con tus padres. Mi punto acá es que crecer tiene que ver con salirse del cascarón para tener uno más grande, acorde a la musculatura nueva. Porque la vida, la realidad, es eso. Endurecerse. Pero ¿qué nos dice Salanter? El primer mandamiento es no seas estúpido…
…Salir de la zona de confort, entonces…>>
Un rabino en youtube era lo último que necesitaba. El sermón de la langosta se había convertido en el video motor de los días en la casa de su suegra. Entraba y salía de su cabeza como la tele que le conversa al desvelado. La mujer lo había encontrado el desayuno del primer día, lo habían discutido entre ella y sus primos camino a Los Vilos, fue revisado en el asado de bienvenida, junto a medio chancho sobre las brasas. Todos estuvieron de acuerdo en que había que salir de la zona de confort. Ramiro estaba solo en esto. Eran 13 a 1. Cada vez que fue al baño, lo que duró la visita, aprovechó de mirarse la guata y el ombligo salido. Acompañaban las papadas arriba. Pero luego, afuera, era como si nadie lo notara. Sonríen las rodillas si estás echado. Las langostas no tienen lycras deportivas, pensó mirando a una sobrina que colgaba unos copihues tricolores de las vigas. Las langostas crecen, de acuerdo. ¿Y yo? ¿Soy una jaiba? La mujer sí que compraba lycras. Llevaba dos años seguidos metida dentro de ellas decretando que merecían una vida mejor. Ahora tenían más tarjetas. La plata da, pensó Ramiro, pero para qué. Luego con un vino arreglado la tele. La tele en familia. Lo mismo. Para qué. En la pantalla un viejo afligido arrinconado por su familia. Habló:
-Soñé que entraba a una casa de ventanas rojas y estabas tú en una despedida de soltera, abrazada a un vedeto. Lo rodeabas con las manos por la cadera y conversaban, mirándose a los ojos, moviendo las patas como pingüinos en un nido, jugando a la ronda. Él estaba a poto pelao y tú afirmándote. Se veían tranquilos, sin tiempo. Yo te increpaba pero todo el mundo me encontraba un imbécil, y tú me mirabas como si fuera un niño tonto o un primo chico
-Por eso andabai enojao.
-Por eso también esto.
Le mostró a la mujer su nombre sobre el brazo, con jena:
LORENA
Yo hubiera podido soñar eso perfectamente, pensó Ramiro. Lo pensaba también frente al camping, en la playa, con las manos viscosas. Si volviera a decirles que soñé eso se reirían. Pero las telenovelas pueden darse lujos. Y allá también. Perder grasa gastando naipes, sumando miles, desvelarse en una canasta. Pueden inventarse juegos y espantar mosquitos con repelente. Yo también me haría un tatuaje de jena, y saldría a caminar más rato. Le diría que sus parientes valen callampa y que a lo mejor prefería haberme quedado en la casa, en mi cama, hecho un erizo. Que igual son malas hijas aunque yo sea un mal padre. Que me parecen horribles esos perros culiaos de bolsillo que la gente lleva de vacaciones a ver nidos de chungungos o ladrarle a la marea. No quiero ser positivista ni proyectar abundancia. Me dejaría arrastrar adentro hasta que acalambrado me encuentren tres conscriptos quizás al amanecer convertido en una balsa changa; quizás en la misma noche, flotando de espaldas con hipotermia. Que sientan algo de culpa por tenerme así, aunque sea un ratito.
Un amigo de su sobrino le preguntó si quería choripanes, que estaban saliendo. Se asomó entre sus piernas y miró el dios del mar. Le quedó bonito tío, dijo. Ramiro volvió a mirarlo, las catorce patas de jaibas, la sonrisa, los ojos conchas desorbitadas. Tenía zapatillas y calcetines, los pies secos, las manos limpias, y caminaba de vuelta a la linterna. Se sirvió pebre, un vaso de bebida y sonrió. Les quedó rico, dijo. ¿Alguien quiere repelente? Luego preguntó si había aparecido el cuerpo de un viejo ahogado por tratar de salvar a su nuero, cuando las marejadas. Se arregló el vaso con vino y suspiró. Tuvieron que prender la radio para dejar de escuchar a los vecinos de quincho y su culeadera. Hubiera sido mejor conversar, pensó Ramiro, pero el resto se distraía con tarjetas o pantallas. Yo sería un gran pastel de jaiba, se dijo, feliz.