El ministro apuesta por cambiar el foco del debate desde la defensa de la educación pública, que es el tema propuesto por los estudiantes, para instalarlo en un eje discursivo donde intenta aparecer llamando al diálogo a estudiantes empecinados en la violencia. Para tal ejercicio simbólico cuenta con el apoyo de la mayoría de los medios chilenos.
Luego de que en horas de la mañana del miércoles fuera desalojado el Instituto Nacional después de una toma audaz de un pequeño grupo de estudiantes, el ministro de Educación, Joaquín Lavín, aprovechó para decir que las tomas corresponden a “grupos muy minoritarios, demasiado ideologizados, y que están quitándole a los demás el derecho que tienen a tener clases, y están provocándole un daño a sus colegios y a ellos mismos”.
La respuesta de los estudiantes no se dejó esperar. A las pocas horas una multitudinaria asamblea del conocido colegio capitalino definió volver a tomarse el establecimiento. Un 73% de los estudiantes apoyaron dicha moción.
La estrategia de Lavín para hacer frente a la protesta de los secundarios y universitarios ha sido la de criminalizar el movimiento estudiantil y reducir a sus actores. Por ello le dio mucho énfasis a la supuesta agresión sufrida cuando celebraba junto a los rectores de las principales universidades privadas los 30 años de éstas, cuando sólo se trató de una funa de los estudiantes de la Utem.
Luego salió papel en mano para acusar a los estudiantes del Liceo Barros Borgoño, colegio que inició la movilización, de que habían provocado daños por 50 millones de pesos.
En la oportunidad acusó que se trataba de encapuchados, lo que remite a un estereotipo ya armado en el imaginario de los consumidores de mensajes mediales en Chile. El fin es generar rechazo de la población, evadiendo las demandas de los estudiantes, las que no responde ni se hace cargo, sino que hacia los mismos actores.
EL EFECTISMO DE MILHOUSE
Lavín realiza cortas y efectistas declaraciones a la prensa. Su discurso se centra en dos ejes: que la reforma va en beneficio de los estudiantes más pobres y que no negociará con estudiantes en paro o tomas, acciones que para él constituyen hechos de violencia. En esta línea se apoya en el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, quien no oculta su fobia a los movimientos sociales y es entrevistado por los medios oficiales después de cada movilización para que ‘evalúe los daños’.
Dicha amenaza para bajar la temperatura de las movilizaciones, que apunta al refuerzo del control paternal, fue ensayada ya durante el gobierno de Bachelet por el ministro de Educación, Martín Zilic, quien antes siendo intendente en la Octava Región había desarrollado las dotes de operario político para desarmar estallidos sociales. Al momento de la «revuelta pingüina» del 2006 aplicó la estrategia concertacionista de negarse a sentarse a conversar con organizaciones movilizadas. Su estrategia le costó el puesto.
Su reemplazante, Mónica Jiménez, quien volvió a aparecer públicamente el día que Lavín celebraba la educación privada, si bien Jiménez logró postergar las demandas de los secundarios el 2006 a través de una mesa de diálogo, llegó a recibir un jarrazo de agua de una quinceañera molesta por la tozudez de la ministra.
Ahora el presidente, Sebastián Piñera, ha salido a defender a Lavín. Este viernes fustigó las tomas diciendo que “los países no avanzan con paros, ni con violencia, ni destruyendo escuelas”.
El eje discursivo de este gobierno apuesta ahora por construir simbólicamente una imagen que reemplace el meollo del asunto puesto en la agenda por los universitarios y secundarios, que es la defensa de la educación pública, garantizar el acceso, su financiamiento y que no sea una mercancía más.
Lavín también aprovecha que estas demandas, que ganarían por paliza en cualquier encuesta, no son pesquisadas por ninguna agencia del rubro, las que prefieren pesquisar sobre popularidades de ministros o evaluaciones generales a gobiernos.
EL CLIMA ENRARECIDO
El gobierno de Piñera se ha concentrado en trasladar el tema a un ‘clima enrarecido’ donde ‘prima la violencia’, escenario en el que aparecen como víctimas de una masa enardecida. También insisten con sus llamados a dialogar. Lavín respondió este viernes a la toma de la Seremi de Educación diciendo que los “dejen trabajar tranquilos” y que “en la educación el camino es el diálogo. Yo me voy a jugar por el diálogo, si tienen ideas tráiganlas, sentémonos en una mesa. El camino de la violencia y las tomas no es el camino”.
Pero si revisamos la agenda de Lavín en todo su periodo como ministro se constata que avanzó en la reforma a la educación secundaria durante el periodo estival con el acuerdo de los parlamentarios de la Concertación, evitando así a los movimientos estudiantiles que ocurren en el primer semestre de cada año.
También su reforma de la educación superior ha sido articulada entre cuatro paredes. Hasta hace unas semanas, los rectores de las universidades tradicionales se quejaban de que a las reuniones que mantienen jamás había ido el ministro y que desconocían el proyecto de reforma. Recién a mediados de mayo se presentó a un encuentro de los rectores, en el que estuvo sólo 20 minutos.
Con los dirigentes universitarios ha usado la misma estrategia: En momentos de calma delega en sus asesores las citas con los estudiantes, en las que no se llega a acuerdo alguno. Al momento de haber protestas aparece a los pocos minutos de ocurrida en la prensa invitando a dialogar y llamado a los dirigentes hasta por sus nombres. Pero a la hora de las reuniones, cuando los estudiantes le preguntan respecto al tema del lucro o sobre la precaria situación de las universidades, Lavín evade el tema.
Su estrategia cuenta con el apoyo de los medios masivos, los que encargan a sus reporteros concentrarse en cada pequeño hecho de violencia que ocurre en la marea de las movilizaciones. Notas en portada de La Segunda, el acento de los periodistas de Mega o las preguntas de los periodistas del Canal 13 que en cada conferencia de prensa de los estudiantes evaden poner el foco en las demandas para instalarlo en el de la violencia con preguntas sobre el accionar de encapuchados, son la punta de lanza de esta batalla simbólica que se juega no sólo en las calles sino que más aún en los medios masivos.
¿Quién ganará este round?
Por Mauricio Becerra R.
El Ciudadano
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