Felipe Berríos: «Me encantaría que los obispos chilenos hablaran más del Papa»

Es el cura jesuita que el Cardenal vetó para capellán de La Moneda. Vive en el campamento La Chimba, de Antofagasta, rodeado de inmigrantes, un inmenso basural, donde no huele ni parece litoral. En la ciudad más rica de Chile conviven el lujo y la pobreza abyecta. “No puede ser que nosotros excluyamos a las mujeres como las excluímos, no puede ser que excluyamos a personas que tienen diferente orientación sexual, y no puede ser que nosotros pongamos más el acento en el dogma que en la cuestión de la justicia social”-comenta.

Felipe Berríos: «Me encantaría que los obispos chilenos hablaran más del Papa»

Autor: Mauricio Becerra

Un muro de calaminas de zinc separa el barrio antofagastino Rayo de Luz de la calle, de los galpones, de la basura, y sobre todo de los ladrones. Se trata de una especie de cité de casas en su mayoría de madera aglomerada, parte del gran campamento de La Chimba, la más antigua ocupación de terrenos de Antofagasta.

Son casitas de no más de 35 a 40 metros cuadrados, cuyos habitantes van rotando, a medida que encuentran casa. Menos uno: el cura jesuita Felipe Berríos, famoso por dar la cara por los pobres frente a la jerarquía católica, y también por respaldar esa rebeldía con sus propios actos y opciones de vida. No parece abierto a disciplinarse ante un grupo de obispos almidonados que, dice, no se interesan por el dolor de los pobres.

Unas calaminas de zinc sin aislante separan a Berríos del sol del desierto. Por suerte es de mañana y está nublado, pienso. «¿Puedo ir al baño?, pregunto.

¿Para qué?

Para orinar

Ah, entonces en el patio no más porque hay poca agua.

Un buzo azul es la vestimenta del sacerdote. Me acuerdo de las fotos de Clotario Blest «¿Esto es como la opción por los pobres?», ironizo.

No. Es para no lavar camisas. Estos son medio plásticos, se lavan y se secan y me evito el cacho del lavado.

En la vivienda hay un dormitorio, una sala de estar junto a la biblioteca, comedor, cocina, baño y un taller para fabricar barcos de madera, donde reposa un velero a medio hacer. Los tornillos están en frascos atornillados por la tapa a una viga (se desatornilla el frasco, no la tapa). Las herramientas y otros implementos se guardan en una gran bandeja con eje que se ubica entre dos vigas, pegada al techo de zinc, y que Berríos muestra con no poco orgullo de Do-It-Yourself.

Cuenta que cuando llegó allí había aislante para el techo pero que lo sacó por miedo a las ratas. Pequeñas ratas de acero, imbatibles.

¿Tú sabis lo que es pararse aquí, golpear el piso y que no se vayan? Quedái descolocado, da miedo. Yo me tomaba una pastilla pa dormir. Compré venenos, trampas de todo tipo, y nada. Un día le pregunté a la vecina qué hacía ella.

¿Qué dijo?

Consígase un gato.

El gato circula orgulloso por la casa ahora despejada de roedores. Berríos dice que esa pregunta, que debió ser la primera, es la que no hacen las autoridades, técnicos y arquitectos cuando tratan con la gente de los campamentos.

Estamos en casa de Berríos -con el equipo de HispanTV- mientras arde el conflicto de los mineros con la transnacional BHP Billiton, dueña de la mina La Escondida. Iban por la tercera semana de paro y la empresa parecía tranquila perdiendo millones de dólares al día: peor sería que ganaran los mineros.

En la víspera, una multitudinaria marcha rojinegra se había paseado sin permiso por las calles de la ciudad, en apoyo a los huelguistas. Con consignas subversivas, como la renacionalización del cobre. Los mineros, bien organizados, parecen resueltos a todo: no le temen a las Fuerzas Especiales.

Aquí, sorpresivamente, Berríos se sale del libreto pro-mineros: «Como sindicato, como obreros, los mineros deberían ser más solidarios con otros sindicatos y con otros trabajadores, darse cuenta de que las personas que viven aquí en este campamento, si todo su sueldo que ganan mes a mes lo ahorraran totalmente, se demorarían seis años en juntar para el bono que los mineros piden para final de conflicto (25 millones de pesos). Además de las regalías que tienen, además del sueldo. Eso irrita, eso irrita».

Pero ellos van más allá de las reivindicaciones.

Seguiremos fregados, esté o no esté nacionalizado el cobre, mientras tengamos esta ideología de mercado de ganar el máximo en el menor tiempo posible, donde no es el ser humano el centro, ni tampoco lo es la naturaleza.

ANTOFAGASTA: CHILE EN MINIATURA

Los campamentos -vocablo remozado para las antiguas «poblaciones callampa»- son el fenómeno social de Antofagasta. Están donde deben estar los pobres: lejos, en las laderas del cerro interminablemente seco y marrón. La Chimba está alrededor de un inmenso basural (vertedero) que llaman «el Mall». De este mall provienen casi todos los muebles de la casa de Berríos, y también comida que recogen hombres, mujeres y niños en dura confrontación con centenares de buitres, el pájaro extraoficial de la ciudad, que ocupa todos los árboles y techos del centro antofagastino.

Dice Berríos: «Los campamentos de Antofagasta son un fenómeno de exclusión social. La mayoría de ellos, sobre 80 por ciento, están compuestos de migrantes, que se han ido a vivir ahí porque les sale muy caro el arriendo, necesitan ahorrar dinero para enviar a sus familias, y necesitan una red de apoyos, que se la da el campamento. Están marginados totalmente de la ciudad. Es un escándalo que en una ciudad que está por sobre los 37 mil dólares de ingreso per cápita exista gente que esté viviendo sin alcantarillado, sin agua y colgados de la electricidad. Nos muestra una desigualdad social, o más bien una cierta indiferencia ante los inmigrantes que vienen a Chile.»

Antofagasta es un cúmulo de contradicciones, parece construida a las patadas.

Por eso es interesante Antofagasta, porque es un laboratorio de lo que es Chile, en chico, concentrado.

¿Hay que acabar con las mineras, las salmoneras, el extractivismo depredador?

No. Nosotros necesitamos de eso, necesitamos que se explote el cobre, el litio- la gente necesita vivir, porque si no existiera el cobre no existiría Antofagasta. Pero lo que da rabia, y lo que indigna, es que estas mismas empresas, que a veces trabajan en Canadá, allá cumplen todas las normas, y se preocupan del medio ambiente, y pueden perfectamente extraer eficientemente el mineral sin producir polución. Esa misma empresa aquí tiene que esperar que haya una ley, que haya presión social, que se muera gente para cambiar sus estándares al mínimo. Entonces eso es lo que da ira; no es que no haya otra manera de hacerlo, sino que se aprovechan de países que tienen leyes más débiles, o que están más cerca de los poderosos, para hacerlo inedebidamente, pudiendo hacerlo debidamente, como lo hacen en otros países.

FELICIDAD Y CONSUMO

El «mall» es un reflejo de la ciudad. Cada pieza que llega ahí es seleccionada por los especialistas que dominan el lugar, que esperan en la puerta a los camiones, se les cuelgan en carrera y comienzan allí mismo su labor. Muebles aquí, electromésticos allá, metales, latas, botellas, repuestos, herramientas, ropa, todo se va separando. Los ricos y aspiracionales de Antofagasta renuevan sus bienes con frecuencia, para felicidad de La Chimba. Conectamos la cámara frente a los buitres, de donde sale un hombre ofendido que nos tira piedras. Huimos.

Dicen nuestros dirigentes que Chile está al borde del desarrollo. Faltan como dos mil dólares de ingreso per cápita.

Yo creo que hace mucho tiempo, el mundo incluso más conservador en lo económico, dejó de medir la calidad y desarrollo de los países solamente por la cuestión económica, sino que también entran otros ingredientes como la calidad de vida, la felicidad de las personas. Yo creo que en Chile hemos crecido mucho económicamente, pasamos la barrera de los 20 mil dólares, nos acercamos a los 24 mil dólares per cápita, pero culturalmente estamos muy atrasados. Se nos ve enojados, sospechosos unos de otros, porque nos habían dicho que íbamos a ser felices, tendríamos un televisor más grande o tendríamos un auto mayor, o mejores carreteras, pero hemos dejado de mirar al otro como un vecino, hemos dejado de mirar el país como la comunidad donde van a vivir mis hijos. Culturalmente estamos muy empobrecidos.

Pero esa solidaridad sí existe en los campamentos

Menos de lo que había antes. Eso me ha llamado mucho la atención, tú ibas antes a un campamento, y la gente estaba organizada, estaba la dirigenta, el secretario, el tesorero, igual que un club de fútbol. Hoy día, en los lugares que los hay muchas veces los dirigentes son corruptos, se aprovechan del resto para ellos, y por eso la gente no participa. Esa ideología que se nos ha metido, del individualismo, de la competitividad, también ha golpeado y se ha introducido fuertemente en los campamentos. Y es una lucha que hay que hacer contra eso, muy fuerte.

Usted estuvo en África, en lugares famosos por la violencia, la depredación del territorio, como Burundi y el Congo. ¿Qué diferencia hay?

África negra, la que a mí me ha tocado vivir, que es la más pobre de la historia, tiene una diferencia. Nosotros tenemos otra calidad de vida en cuanto a salud, a educación, pero lo que nos choca a los que estamos ahí, y uno habla de desarrollo, y allá, que hay niños con poliomelitis, la expectativa de vida es de 48 años de vida, es que sin embargo la gente es feliz, orgullosa de lo que tiene, de lo que es. Aquí la gente tiene mucho más cosas, una expectativa de vida mucho más larga, tiene una mejor educación, pero no es más feliz. No es orgullosa de lo que es, siempre desconfía del otro, y ahí es donde uno dice, bueno ¿a qué es lo que llamamos desarrrollo?

¿El concepto del «buen vivir»?

El concepto del buen vivir, una mejor calidad de vida, que yo pueda gozar de lo que tenga, que yo pueda decir ‘no necesito más’, me basta con lo que tengo, porque yo no seré más porque tenga más cosas, sino que yo soy más persona porque comparto con otros, porque vivo en comunidad. Esa parte es la que hemos perdido.

NO BASTA CON REZAR

Detrás de la casa de Berríos está el templo «Luz de Esperanza», que -dice el cura- no se llama así por motivos religiosos, sino por accidente. Allí oficia misa, escucha a los feligreses, reza con la comunidad. Pero al lado del sector espiritual, un comedor popular, y más atrás un consultorio médico. Todo administrado férreamente por «Chana», una mujer que a los siete años, dice, recogía basura en el mall, donde todos la conocen. Al cura le dice «padrecito» y él se deja.

«Yo más bien estoy aprendiendo acá, aprendiendo a ser cura, mirar estos cambios culturales, ver qué está ocurriendo en el mundo y en Chile. Todos estos cambios económicos mirarlos desde la perspectiva de la exclusión, y reflexionando y dándole vueltas a eso, en línea con las directrices que nos dio el Concilio Vaticano Segundo».

¿Lo acompaña la jerarquía?

Ciertamente me gustaría estar más acompañado de una Iglesia católica como la que me tocó a mí ver cuando entré a los jesuitas, una Iglesia que soñaba con la teología de la Liberación, vibraba con ella, una Iglesia con sus pies puestos en las comunidades de base, que buscaba formas de que cualquier dolor humano le fuera propio. Yo creo que eso se ha ido diluyendo, y hoy día la Iglesia católica es más bien una jerarquía como más metida hacia adentro, con un lenguaje que no llega a lo que la gente está viviendo.

A pesar del mensaje del Papa Francisco, jesuita como usted.

A pesar del Papa, que lo tienen bien aislado. A mí me encantaría que los obispos chilenos hablaran más del Papa. De lo que dice, de los desafíos que nos hace, y también está el Concilio Vaticano Segundo, que lo frenaron en el tiempo de Juan Pablo II y todavía está medio frenado. Tenemos que abrirnos a nuevos temas. Dios nos habla en la Historia, y la Historia nos dice que no puede ser que nosotros excluyamos a las mujeres como las excluímos, no puede ser que excluyamos a personas que tienen diferente orientación sexual, y no puede ser que nosotros pongamos más el acento en el dogma que en la cuestión de la justicia social.

Pero nos viven hablando de una «agenda valórica»

Claro, como si no fuera valórico e hiriente a Dios que vivamos en una ciudad con 37 mil dólares de ingreso per-cápita donde algunos viven como si estuvieran en un país europeo, y otros como si estuvieran en Bangladesh. Eso es una herida a Dios, eso es una inmoralidad.

¿Y los políticos, donde se ubican?

Antes uno iba a un campamento y junto a las comunidades de base uno veía a los núcleos de los partidos vivos. Hoy los partidos están encerrados en sus casas, buscando poder, dejaron de soñar un Chile distinto. Pero por el otro lado del desfiladero están los que les interesa destruir a los partidos políticos, para que no haya límites a los que tienen el poder económico absoluto.

-No puede haber otros políticos de reemplazo

Pueden ser otros, pueden ser los mismos. La cosa es que a mí me gustaría más escuchar de los políticos y los partidos políticos que expongan su ideología, que proyecten el tipo de país que ellos quieren, qué tipo de sociedad están proponiéndole al país, y no que le digan a la señora ‘yo le voy a resolver el problema de su calle o de su casa’. Sino decirle: ‘señora, usted está dispuesta a sacrificar algo por tener este proyecto de país’?

¿Aprueba la visita de los sacerdores Fernando Montes y Mariano Puga a los genocidas presos en Punta Peuco?

No. Traté de convencerlos pero no hubo caso. Nosotros con Montes trabajamos tanto juntos en la dictadura, defendiendo perseguidos, ayudando a las familias. Pero ahora es inútil, esa gente ya lo tiene ganado para esa causa.

Alejandro Kirk

El Ciudadano


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